Entrevistas

Martín Sivak: “Más que pensar en notas periodísticas, lo mío es proyectar las historias como libros”

Por ~ Publicado el 18 mayo 2018

El autor de “El salto de papá”, que con siete ediciones fue considerado el libro del 2017 en Argentina, estuvo en Chile como invitado internacional del Premio Periodismo de Excelencia que entrega Periodismo UAH. Sivak nos habló de su carrera, del sorpresivo éxito de su obra enfocada en el suicidio de su padre y de cómo sigue aferrado, cual árbol, al periodismo en papel. Más que un periodista, este es un biógrafo con todas sus letras. Uno que no entiende por qué el gremio debate tanto sobre el futuro de este oficio.

Martín Sivak en la ceremonia de entrega del Premio Periodismo de Excelencia 2017, en la Universidad Alberto Hurtado. Foto: Cristóbal Sánchez.

Martín Sivak en la ceremonia de entrega del Premio Periodismo de Excelencia 2017, en la Universidad Alberto Hurtado. Foto: Cristóbal Sánchez.

Es una fría mañana en Santiago y Martín Sivak piensa, sonríe y se sincera. “Sí, estaba nervioso”, dice mientras acomoda su café con leche, corre el computador y bloquea el teléfono. “Era complejo, ¿no? No sabía qué hacer. Si ponerme al frente, atrás, primero entregar el premio o el diploma, a dónde mirar. Nunca había participado de algo así y fue una experiencia maravillosa”, rememora sobre lo ocurrido la noche anterior.

El destacado periodista argentino fue el invitado internacional del Premio Periodismo de Excelencia 2017 que entrega el Departamento de Periodismo (alma máter de Puroperiodismo) de la Universidad Alberto Hurtado, galardón que reconoce lo mejor del periodismo chileno escrito, audiovisual y digital. Sivak, licenciado en Sociología y Doctor en Historia de América Latina de la Universidad de Nueva York, es autor, entre otros, de los libros “El dictador elegido: biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez” (2001), “El doctor: biografía no autorizada de Mariano Grondona” (2005) y “Jefazo: retrato íntimo de Evo Morales” (2008). También de los tomos “Clarín, el gran diario argentino: una historia” (2013) y “Clarín, la era Magnetto” (2015). Aunque si nos referimos a su última publicación, nos damos cuenta lo distinta que resulta de las anteriores.

“El salto de papá” es un libro de más de 300 páginas con la historia de un padre. Su padre: Jorge Sivak, abogado defensor de presos políticos, exiliado en Uruguay y heredero de un negocio familiar que lo transformó en un inusual marxista dueño de un banco. En 1990 Jorge Sivak se lanzó al vacío desde un edificio en Buenos Aires. Esta extensa investigación ya es considerada como una de las más relevantes publicada en Argentina durante el 2017.

Con siete ediciones, su hijo —Martín— narra en primera persona cómo fue perderlo y luego encontrarlo en el expediente judicial del caso, en sus pertenencias, en la prensa y en quienes compartieron trabajo, amistad o vínculo familiar. El autor dedica esta pieza literaria a su tío, Osvaldo Sivak, quien fue secuestrado y asesinado en 1985.

Sivak hizo esta investigación para organizar sus recuerdos. “Ordenar la historia, los personajes y la relación con mi papá, pero no con una suerte de cierre de duelo. Creo que a la escritura se le atribuye poderes que no tiene. Eso de que la escritura cura, la escritura sana, la escritura te permite cerrar. Y no. Esto sigue, estará abierto siempre y lo tomo como parte de la vida”, dice.

En la ceremonia del PPE entregó premios e intervino con un discurso que hizo hincapié en la crisis de la industria de medios, con clara alusión a los cierres de las revistas chilenas Paula y Qué Pasa. Más temprano, en la misma universidad, dio una entrevista abierta con Roberto Herrscher, donde entregó detalles de su último libro y algunas reflexiones utilizadas para esta entrevista. Sivak dice que se sorprendió de ser invitado al PPE, tanto como la intervención que el Centro de Estudiantes de Periodismo UAH hizo durante la ceremonia. Ahí, su presidenta, Lorenza Soto, acompañada por cinco compañeras, pronunció un discurso sobre las demandas estudiantiles por una educación no sexista y mayor protección a mujeres acosadas o abusadas sexualmente en contextos académicos. “El discurso, incluso hasta la posición corporal de las chicas, era de mucha organización. Fue impactante y me pareció bueno que se diera”, reflexiona.

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BUSCAR UNA HISTORIA UNIVERSAL

“Cuando trabajé en redacciones, entre mis 18 y 30 años, encontraba impresionante que algunos periodistas se sentaran y en tres horas hacían un artículo. No, yo no soy de esos que escriben de buenas a primeras una gran frase. Soy de los que escriben, reescriben y reescriben. En este caso [con “El salto de papá”] me llevó mucho tiempo el tallado de las palabras y, especialmente, el tono”.

–¿Con tono te refieres también a narrar en primera persona?
No necesariamente, sí a las dificultades que me fueron apareciendo en el camino y que incorporé como parte del proceso. Yo podría haber hecho algo así como mi padre, su historia, las entrevistas de quienes lo conocieron y listo. Pero todo lo que me pasó durante la investigación y escritura, esas cosas como que adornan, son las que también permiten respirar. Lo que me ayudó mucho fue que este libro fue en paralelo a la escritura de los de Clarín. No tenían nada que ver. Esos tenían la urgencia de que eran mi tesis doctoral que debía entregar porque se me acababa mi beca en Nueva York, y luego debía entregarlos a la editorial por el contrato que ya estaba pasado. Otra cosa que me ayudó fue recordar las cosas con humor.

–¿Ese fue tu tono?
Me reí mucho escribiendo este libro. No hubiese podido con uno solamente dramático. Obviamente que hay partes así, tristes, pero las otras también fueron importantes. A los 20 años no hubiese podido, a los 25 tampoco. A los 30 no hubiese podido. Recién lo escribí con el paso de ese tiempo. Ahora, tampoco era una especie de hacerme el gracioso. Además de que no creo serlo, intenté ver situaciones humorísticas en las historias que sucedieron y no hacer comentarios ingeniosos o hacerme humorista sobre los episodios. Sí que estuviera la comedia, el ridículo, lo absurdo. Reírme de mí mismo, de mi papá y de muchas otras cosas.

–¿Qué tan complejo fue este ejercicio periodístico sobre un asunto tan personal como el suicidio de tu padre?
Te doy unos ejemplos. En el caso de [Héctor] Magnetto, el CEO de Clarín, pasaron cuatro años para convencerlo de que me diera una entrevista, y eso que soy muy insistente cuando pido una. Escribí 500 páginas sobre Banzer y él nunca me aceptó entrevistarlo. El periodista se enfrenta a la dificultad de llegar a la fuente por distintas razones y estoy bastante acostumbrado a que me digan que no, pero en este caso [“El salto de papá”] fue absolutamente lo contrario. Todas las personas con que quise hablar aceptaron por razones obvias. Ahora, las dificultades mayores fueron encontrar la distancia y el tono que te comenté.

–¿Cómo trabajaste la cercanía, incluso el cariño hacia tu papá o de tus fuentes hacia a ti?
Era difícil. Muchos se pusieron a llorar cuando hablaban de mi papá y de su decisión rara. Había mucho afecto porque mi papá era de afectos y muy generoso. Por ello sentir la generosidad de las personas fue muy importante para mí, para darme cuenta que debía terminar el libro. Fue muy importante la cercanía. Algunas fuentes eran mis entrevistados para los libros de Clarín y a otros los fui a ver. Hubo situaciones incómodas, como los gerentes de su banco [Buenos Aires Building, declarado en quiebra el mismo día de su suicidio], quienes eran supuestamente los que no actuaron de manera correcta. También hubo momentos emocionantes como cuando entrevisté a mi hermano o a Daniel Viglietti [reconocido cantautor uruguayo, amigo de Jorge Sivak]. Todo esto no era solamente exponerme a escribir, sino que también a ese mano a mano con las fuentes donde no estoy acostumbrado a eso. Con ellas soy relativamente serio y distante, por eso este libro para mí fue una cosa experimental, en el sentido que lo hice y dejaré de hacerlo. No es un experimento que repetiré con otro miembro de la familia.

–¿Es más difícil escribir sobre uno que sobre otros?
Sí, muchísimo más difícil. Exponencialmente.

–¿Qué te complejizó?
Sentirme exhibicionista. Cuando leía cuatro páginas de mi relación con Bochini [Ricardo, máximo ídolo del equipo que padre e hijo eran hinchas: Independiente de Avellaneda] me preguntaba a quién le podía importar esto. Era un diálogo conmigo mismo. Antes de la publicación tuve incomodidad y que esto era como para mis amigos. Por eso mi sorpresa al ver que tuve más lectores de los que suponía. Y esto, Marcelo, no es falsa modestia. Yo pensé que el de Magnetto tendría más. Tiene que ver un poco con la propia escritura y que estaba como mirándome al ombligo.

–¿Y si otro periodista se te acercaba diciendo que quería escribir esta historia?
Creo que la única persona que se me ocurre, que quizás hubiese pensado en escribir algo, es Claudia Piñeiro [escritora argentina que trabajó junto a Jorge Sivak en Buenos Aires Building]. Me habría encantado y no le hubiese dicho que no, que esta historia la escribiría yo. Todo lo contrario. Quizás con otros de mis libros hubiese dicho eso, como con el de Clarín, donde estuve atento a ver qué cosas se publicaban del tema. Acá me parece —sonará vanidoso de mi parte— que la esencia de las cosas está narrada desde adentro.

–Por eso te preguntaba. La situación de tu padre, más allá que se hiciera conocida y ahora más con este libro, es algo personal. De tu vida privada.
Totalmente. Si no, hubiese sido totalmente distinta. La verdad, la pregunta que vos me hacés nunca la había pensado. Cuando leí el cuento inédito de Claudia Piñeiro sobre mi papá y del que incluí pasajes en el libro, tal vez pensé que podía ser ella, pero yo ya estaba escribiendo.

–En la charla con los estudiantes y académicos mencionaste la posibilidad de hacer una película con esta historia. ¿Cómo fue eso? ¿Leyeron tu publicación y se te acercaron?
Sí, salió el libro y a la primera semana apareció el primer director. Hoy existe una subasta con cinco directores con posibilidades. Con el agente literario estamos firmando la propuesta, que está abierta y próxima a definirse con la gente.

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PENSAR LAS HISTORIAS COMO LIBROS

–Dentro de algunas frases que anoté de tu discurso en la ceremonia del PPE me llamó la atención la necesidad “de hacer buen periodismo en las pantallas”. ¿Cómo tu periodismo se adapta a ellas?
En eso soy como un señor de 80 años. Todas las mañanas leo Clarín y La Nación en papel. Cuando llego al trabajo lo hago con Página 12. En Estados Unidos estaba suscrito a The New York Times y aún recibo The New Yorker. Cuando viví en Inglaterra tenía The Economist y The Guardian. El paso del tiempo no me hizo tomar distancia.

–¿En serio?
Yo leo libros, no tengo Kindle ni tablet. Yo marco las frases con birome [lápiz pasta]. Tengo una cosa de la cultura del papel y no es una especie de ludismo o reacción contra lo digital. Mirá el celular que tengo [un smartphone con la pantalla rayada y algo rota]. No tengo Facebook. No desconozco los cambios. Por ahí lo que busqué con el discurso fue salir de esta encerrona de todo el tiempo hablar del futuro, del futuro y del futuro. Yo entiendo que si vos sos el dueño de un medio debes ver si te cae la venta de papel y cómo fondearte en lo digital. Pero eso es un problema de los dueños, no del periodista.

–En la entrevista con Roberto Herrscher dijiste:  “uno tiene que escribir de lo que le importa”. Por tus publicaciones se nota que te interesa el poder y sus relaciones. Con tu último libro, la relación con tu papá. ¿Qué otras cosas te importan?
Cuando digo que importan creo que no deben ser en un ámbito racional. Entre el libro de Banzer y el anterior que escribí, “El asesinato de Juan José Torres” (1997), pasé seis años de mi vida totalmente obsesionado con el mandatario boliviano. Claramente hay una cosa más de joven, fue entre mis 19 y 25 años, donde ponía todo el lípido porque tuve el modelo de periodista político a lo [Rogelio] García Lupo, a lo [Rodolfo] Walsh. Hugo Banzer era un dictador, elegido democráticamente como presidente, sobre el que escribí sabiendo que no iba a cambiar el mundo, pero sí que lo iba a joder un poco. Una satisfacción muy narcisista pero la sentí; sería mentiroso si te dijera que no. Bueno, volviendo a tu pregunta, leer es algo muy importante para mí. Desde que entré a la universidad fui muy lector. El fútbol me importa mucho pero nunca pensé en escribir algo [sobre eso] porque siento que está la caricatura del hincha fanático argentino.

–¿Y eso te molesta?
Siento cierto rechazo. Soy un hincha fanático pero que no hace ostentación de eso. Cuando voy a un partido de Independiente, mi hijo no me reconoce. Generalmente soy tranquilo, pero cuando nos fuimos a la B como que encontró otro padre. En relación a las artes voy al cine, pero no hay nada que me importe como para escribir. Como tal director o tal película.

–¿Qué elementos o criterios debes tener para decir “bueno, aquí hay una historia que merece contarse”?
Fueron cambiando. Últimamente escribí sobre temas que he seguido mucho. Los últimos cinco años fueron de Evo Morales, política boliviana, Clarín y medios. Perdí esa cierta incomodidad que sentía en las redacciones que era escribir sobre temas que no sabía. Ahora me he dedicado a lo que sé, incluso a mi familia, pero no es que recuerde todo de memoria. Ahora que lo pienso, volviendo a tu pregunta anterior, algo que me llamaría la atención es contar un crimen de manera original. De hecho, compré el libro de Rodrigo Fluxá. Pero no “Crónica Roja”…

–El del caso Zamudio
Exacto. Estoy buscando, viendo cómo se puede contar la mente de un criminal o asesino, sin yo estar demasiado convencido. La verdad es que no tengo una fórmula para las historias, aunque hoy me doy cuenta que más que pensar en notas periodísticas, lo mío es proyectarlas como libros. Oriento hacia allá. ¿Vale la pena escribir uno con esta historia?

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