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La costura de la escritura (VI y final): identificar, describir, interpretar

Por ~ Publicado el 7 octubre 2015

La crónica, dice Óscar Durán Ibatá, periodista y docente de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Colombia, es como un rompecabezas. En la sexta y última parte de “La costura de la escritura”, Durán profundiza en tres características de la crónica y entrega ejemplos para poder ejercitar la escritura, aunque advierte que solo con tiempo —con mucho tiempo invertido— se puede dominar el periodismo literario.

Foto: saltacornu (cc)

Foto: saltacornu (cc)

Hasta aquí hablamos bastante de lo que es una crónica, los insumos necesarios para construirla y qué la diferencia de otros géneros, y créanme que sentarnos a redactar con un conocimiento escaso o erróneo de lo que es crónica, es cometer una equivocación. Pero con todo y eso aún faltan los elementos y herramientas que decidí facilitarles y que son tanto o más importante que lo que hemos dicho hasta el momento, porque tiene que ver con lo que debemos hacer y no hacer, resaltar y evitar en el proceso mismo de la redacción.

Ahora veremos que la crónica tiene tres características, tres o cuatro dependiendo la visión o enfoque. Estas características son: identificar, describir, clasificar o interpretar. Vamos a entrar a cada una de ellas.

IDENTIFICAR

Pasemos a la primera. ¿Por qué nosotros deberíamos identificar? Porque será a partir de los hechos que miremos, escuchemos y toquemos lo que vamos contar y narrar después.

Ahora, ¿qué identificamos? Una lista de nombres, independientemente de géneros; una serie de tiempos, reseñando de esta manera: esto ocurrió tal día, a tal hora, en tal momento, en tal lugar; identificamos además las circunstancias y los escenarios que no son datos menores, son parte sustancial de la información y que llevarán nuestros textos del nivel descriptivo y la información superficial a la información real, de gente de la vida real, y en ese sentido es importante y es responsabilidad nuestra que el lector entienda que todo lo que pasa en nuestra historia lo identificamos con un nombre propio, salvo las modificaciones que por ley debemos hacer para cumplirla, en el caso del cambio de nombres para proteger a un menor de edad o salvaguardando los intereses de ciertas comunidades.

Alguna vez un cronista se preguntó cómo es una sala de cirugía. Entonces, se encontró con que en un hospital en Bogotá iban a operar a un niño, y así cuenta él la historia:

“Se llama Jesús David, tiene siete años, 25 kilos, un metro de estatura, el pecho inundado de flema”. Lo que se identifica en esta crónica: que se llama así, que tiene tantos años, que pesa tantos kilos, que mide tanto y que tiene el pecho inundado de flema. ¿Ese tipo de información la corroboramos? Claro. ¿Alguien podría cuestionarla? No, son hechos puntuales, entonces se identifica la edad, el peso, la estatura. Eso deberemos hacerlo.

“…está consciente, aprieta las manos, intenta decir algo, tose, se le oyen burbujas, lleva una pijama de osos que juegan fútbol, llama a su mamá. Parece que va a llorar. Toro (es un médico, un nombre) le pone tres electrodos sobre la piel, uno en el brazo, otro en el pecho, son terminales para medir sus pulsaciones, la respiración, la presión arterial. Una de las tres enfermeras que acompañarán la operación, le dice que se calme, que nada le harán. El niño por supuesto, no le cree. Sobre él hay tres lámparas enormes, en forma de disco, al lado torres de metal con conexiones que titilan y suenan. Otra mujer alista agujas, un catéter, pinzas, llaves, sondas, un punzón, bisturíes. El pequeño oye el ruido de herramientas, abre los ojos, de nuevo las burbujas en el pecho. Parece una sopa que hierve. Finalmente Ricardo Toro le pone una mascarilla que le cubre la nariz y la boca, pasan cinco segundos, duerme”.

Ya van viendo cómo todos esos elementos descriptivos van quedando dentro de la crónica. Pero si yo no hablé con Toro no voy a identificar, si no entrevisté a la mamá del niño no voy a tener los datos. Esa es, entonces, la primera característica: identificar cosas, personas, situaciones, hechos, lugares, momentos y entornos o tiempos.

DESCRIBIR

Pasemos a la segunda característica, que algunos dirán es la más obvia, pero de hecho es la más sustancial en una crónica: la capacidad de descripción.

El periodista utiliza una multiplicidad de fuentes, de entornos y esta se trata de la capacidad de representar con palabras las personas, los hechos, los lugares. Habría que esforzarnos para traer a la memoria esas clases de español del colegio donde se aprenden los diferentes tipos de descripciones; así que me he tomado la molestia de traerles las siete más importantes para que, desempolvando ese conocimiento, contemos con elementos prácticos a la hora de seguir ensamblando las piezas del rompecabezas, que no se arman bajo una fórmula matemática, sino que a partir de todos estos elementos que empiezan a tomar forma y logran que una situación sea susceptible de ser narrada.

Un tipo de descripción es la cronología, que es esa descripción de una época, de un periodo de tiempo específico que le permitirá brindará al lector los elementos necesarios en los que se desarrollan la realidad que le estamos interpretando. También están las topografías, que también son buenas en términos descriptivos para la crónica, pues involucran la descripción de lugares, de entornos, texturas del suelo, para ubicarlo en las sensaciones del paisaje y del escenario. Se suman las prosopografías, que son las descripciones físicas de una persona; y las etopeyas que podría ser la descripción de rasgos de personalidad, psicológicos o morales; en conjunto estos son la descripción de retratos. Otro tipo es la descripción en paralelo, que son las descripciones de comparaciones entre personas o lugares siempre teniendo en cuenta un punto de vista; en crónica son importantes porque se establecen elementos de comunicación que complementan por un lado y otro. Las enumeraciones tratan de describir una serie de elementos bajo un orden establecido y no mezclando características; este es un tipo de descripción que bien manejada puede ser muy literaria, pero cuando se vuelven muy técnicas son muy fraccionadas y hacen perder riqueza al relato. La última y esto sí es a manera de información, porque es riesgoso utilizarla en crónica, son las caricaturas, porque evidentemente ya parten del hecho de deformar o exagerar rasgos de una persona y ahí ya podríamos pasar de la interpretación a la opinión directa.

INTERPRETAR

La tercera característica base de la crónica es la de la interpretación, que debemos delimitar cuidándonos de no pasar el límite y entrar en un juego de opinión. ¿De qué se trata entonces la interpretación? En que nosotros vamos a coger eventos, situaciones y las vamos a narrar, siempre interpretándolas y al mismo tiempo hacer un juego de juzgamiento bien entendido. Ahora lo explicaré mejor.

¿Por qué interpretamos? Porque como esto no es noticia, nosotros nos basamos en dos preguntas que son tremendamente subjetivas en el juego de la búsqueda de la información. Una es: ¿por qué pasaron las cosas? Y la otra: ¿cómo fue que pasaron? Con esas dos preguntas el abanico de opciones se abre muchísimo y ahí es donde está el tema interpretativo, pero vamos a interpretar con fundamento, con elementos probatorios si quieren, no vamos a dar juicios aventurados. Por eso yo les decía en los instrumentos de observación que si bien partimos de hipótesis y prejuicios, no sacáramos conclusiones aceleradas, sino que, por el contrario, preguntáramos para estar seguros; con esos elementos ya luego el lector sacará la propia conclusión.

Lo que no podemos hacer, que es lo que hace el reportaje, es sumar a esa interpretación una opinión o juicio de valor. Siempre debemos preguntarnos, por ejemplo, al juzgar que algo es malo, pero… ¿malo para quién? Eso es feo… ¿feo para quién? Y partir de un punto de igualdad para hacer la interpretación sin poner en condición de inferioridad o superioridad la realidad que estemos narrando.

No existe otra forma de aprender sobre la crónica y el periodismo literario que escribiendo y haciendo periodismo del serio, del que se necesita tiempo para investigar, para escribir, para editar, y del que le tome tiempo al espectador para leer.

Si queremos ser más literales todavía, el riesgo en una frase para que exista correcta o equivocada interpretación está en tres tipos de palabras: los verbos, los adverbios y los adjetivos. Ahí está el riesgo, ahí es donde decimos “bueno, ¿qué verbo utilicé? ¿Qué adverbio utilicé? ¿Qué adjetivo utilicé?” Con esto puedo dilucidar si realmente estoy interpretando bien o estoy interpretando mal.

Miren un ejemplo en donde la interpretación está en el verbo: “El Ministro se extendió en los problemas de los ganaderos y aventuró que en septiembre habrá acuerdo con Venezuela”. Entonces llega el texto y me digo: ¿dónde puede estar la interpretación? En una explicación y en una justificación que estamos informando, revisemos: se extendió. ¿Cómo planteas que sí se extendió? ¿Cuál es el referente del tiempo para emitir ese concepto? Y ¿realmente fue una aventura? ¿No hacía parte de lo que tenía previsto el Ministro decir?

Vámonos al adverbio. “El Ministro habló largamente sobre los problemas de los ganaderos y sorpresivamente prometió un acuerdo con Venezuela”. Entonces uno dice acá “bueno ya el tema cambia un poquito”. Si nos paramos desde el adverbio justifica lo que habló largamente y sorpresivamente emitió tal concepto. Aquí la interpretación mejora, solo cambiando una parte del texto. Ambos dicen lo mismo, una vez más no es tanto lo que diga sino cómo lo diga y alguien dirá “bueno, y ¿se puede mejorar?”

Pongámoslo con un adjetivo a ver si mejora: “El ministro hizo un largo discurso sobre los ganaderos y prometió para septiembre el deseado acuerdo con Venezuela”. Ah entra uno a mirar: ¿la interpretación está mejor desde el adjetivo o desde el adverbio? Para unos el adverbio, para otros el adjetivo, y a la luz del ejemplo el verbo estaría mal planteado porque pasaríamos de la interpretación a la opinión libre. Eso hay que hacerlo con mucho cuidado.

¿Cómo uno puede lograr, entonces, interpretar las cosas de la mejor manera? Siempre manteniéndose en un plano de igualdad, nunca pensando que uno está ni por encima ni por debajo de lo que se está narrando. Resulta que los cronistas tienen una especie de fórmulas o recursos que aplican para cuando sienten que no hay manera de salvar un texto que está cargado de opinión directa y no de interpretación simple. Hay ciertas técnicas que uno utiliza para que no pase eso. ¿Cuál es la primera? Atribuir a otros lo que queremos decir; no lo dije yo, lo dijo tal persona, esto se mueve en el terreno de la ética y no estamos engañando, simplemente mantengo la opinión pero la hago mucho más interpretativa en la medida en que le atribuyo a otros eso que quiero decir. La otra posibilidad que usan los cronistas cuando no están seguros —o al menos quieren dejar la opinión en un nivel inferior, casi imperceptible, sin comprometerse con ello— es dejarlo como una dualidad, como una duda, sin usar sentencias o absolutismos, para que sea el lector quien elija cómo juzgar tal cosa. Es decir, el cronista mostró las cosas, pero no las dijo, se la jugó en la interpretación y no en la opinión.

Miren un ejemplo de un texto del día que se posesionó el Presidente Santos y aclaramos cómo desde estas técnicas de redacción podemos “salvar” un texto cargado de opinión pero no de interpretación: “Santos, tras un intachable discurso de inauguración, en el que asumió con madurez la herencia recibida, se dejó llevar el pasado domingo por la alegría del juramento de su cargo y pronunció un excelente discurso”. Entonces como ya venimos con el ojo afinado, ya ustedes saben que estas cosas no nos sirven: “intachable”, “excelente discurso”, “asumió con madurez”, “se dejó llevar”, etc. ¿Cómo evitamos esto? Metiéndole mano desde la edición, haciendo uso de los artilugios que hablábamos hace un rato. “Santos, tras un discurso de inauguración considerado por expertos como intachable, en el que asumió seguramente con madurez la herencia recibida, tal vez se dejó llevar el pasado domingo por la alegría del juramento de su cargo y pronunció un conmovedor discurso”. La cosa cambia, se suaviza la opinión y todo lo vuelve interpretativo a punta de recursos de escritura que utiliza el cronista para poder opinar disfrazado.

Estas son las características de la crónica. De esta manera terminamos esta serie, asumiendo que no existe otra forma de aprender sobre la crónica y el periodismo literario que escribiendo y haciendo periodismo del serio, del que se necesita tiempo para investigar, tiempo para escribir, tiempo para editar, y del que le tome tiempo al espectador para leer.

Parte 1: Apuntes para la creación de una crónica
Parte 2: Buscar y narrar los extremos
Parte 3: Las herramientas de investigación
Parte 4: El enfoque y la intimidad al escribir
Parte 5: El caracol de los géneros
Parte 6 y final: Identificar, describir, interpretar

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