El suicidio de un hombre en el mall Costanera Center se convirtió en noticia el sábado 3 de mayo. Un canal, Chilevisión, recibió videos que captaron el momento preciso y desde distintos ángulos. Un hombre que cae desde el piso 27 de una torre. Un hombre que se estrella contra el pavimento y muere. Un hombre anónimo que se convierte en el festín de la estupidez a través de las redes sociales, pero, lo que es peor, en la anécdota más cruel de un noticiero.

Entrada del mall Costanera Center. Foto: RiveraNotario
En los años noventa, un renovado departamento de prensa de Televisión Nacional de Chile mostró, en dos oportunidades, la imagen de una mujer cayendo desde El Morro de Arica. La nota mostraba, al principio, su silueta en lo más alto del cerro y cuando, segundos después, se dejaba caer. A su lado, algunos funcionarios de Carabineros habían llegado a persuadirla de no hacer lo que tenía en mente, pero, según explicaron sus familiares, ella estaba con una depresión muy profunda y eso hizo que el salto fuera inevitable.
La imagen, además, mostraba su cuerpo azotándose contra los peñascos del cerro en plena caída, hasta llegar a la calle. Después venían algunas declaraciones de testigos y de los carabineros que no pudieron hacer nada. Fin de la nota. La historia de esa mujer no era la de alguien que perdió el equilibrio. Su historia era la de un suicidio, con toda la carga moral y la complejidad del acto, y transmitirla fue un dolor de cabeza para TVN. Como era de esperarse, la decisión de mostrar esa situación y tan gráficamente fue considerada sensacionalista, truculenta y sin valor informativo. Y no hay ninguna duda de eso.
La imagen reiterada de un hombre cayendo el sábado pasado desde el piso 27 del Costanera Center no tiene nada de diferente. Es más, a mi juicio es mucho más cuestionable, porque quiere decir que no hemos aprendido nada de los errores de otros, de los ajustes en las líneas editoriales, de las discusiones en las salas de prensa o de los cuestionamientos del público sobre la falta de empatía de algunos periodistas y el exceso injustificado de duración de los noticieros de los canales de televisión.
¿Cuál es el real valor informativo de mostrar las imágenes de aquel hombre que saltó? ¿Lo tiene realmente o todo se reduce a lo impactante que es? Sí, más de alguien podría decir que aquel suicidio puede justificarse desde la conmoción pública, así como debe serlo ver animales destripados, cadáveres de víctimas de guerra, cuerpos desmembrados por ataques terroristas, escenas de abuso sexual, violencia en las calles. Sangre y muerte. Porque es necesaria la imagen, porque así funciona la televisión. Pero quedarnos en ese argumento sería facilista y absurdo.
¿Cuál es el real valor informativo de mostrar las imágenes de aquel hombre que saltó? ¿Lo tiene realmente o todo se reduce a lo impactante que es?
¿Este caso es diferente a mostrar los cuerpos destrozados de niños por una bomba? Sí y no. En ambos estamos ante la muerte, pero en el primero estamos ante una muerte que es buscada voluntariamente: un suicidio. Y sabido es –supongo, espero, asumo- por quienes están a cargo de los medios de comunicación en este país y en el mundo que el suicidio como acto informable es complicado y delicado por las repercusiones que puede tener en personas jóvenes y también en personas emocionalmente vulnerables por la posibilidad de imitación que se puede producir, además, por supuesto, del impacto injustificado que produce en la audiencia.
La Organización Mundial de la Salud ha planteado recomendaciones a los medios de comunicación (no sólo a la televisión, a todos), justamente por las nocivas consecuencias sociales de una mala información al respecto. Lo peor, sin duda, es la explotación del sensacionalismo, la descripción del método utilizado y la publicación o transmisión de la imagen cuando se produce el acto suicida. Todo lo que hizo Chilevisión, que informó sobre el hecho, pero sobre todo, lo mostró, como si la muerte de ese hombre fuera un derecho que todos tenemos, como si ese momento fuera algo que las personas necesitamos presenciar.
Podríamos entrar, además, en el argumento de que la muerte es un acto privado y que este hombre, como todos, posee una dignidad que, una y otra vez, un canal de televisión pasó a llevar. La dignidad de ese hombre y también la de su familia. Ni hablar del festín de la estupidez que también está presente en las redes sociales al compartir y compartir videos que muestran lo que ocurrió como si fuera ficción o pura entretención. La muerte de un hombre, la invisible confusión y dificultad de quien decide morir y dejar que su cuerpo se estrelle contra el piso ante todas esas injustas cámaras de celulares.
Y claro, podríamos decir que muchos tienen la prensa que merecen, que nos hemos convertido en una sociedad tan fría y egoísta, que nos miramos el ombligo y más nos interesa saber cuántos seguidores virtuales tenemos que construir una sociedad real en la cual el otro nos importe. Pero creo que quedarnos en esa oscuridad es todavía más egoísta y cruel. Cruel con la sociedad que queremos formar, cruel con la exigencia mediocre que nos hacemos como profesionales y periodistas, y por cierto, sumamente cruel con un hombre que, como todos, tuvo una historia que, por lo que nos mostró el periodismo, sólo se reduce a ese salto.