El rumor estaba instalado desde hace tiempo: Vasco Moulian renunciaría a sus responsabilidades en programación de Canal 13. ¿La razón? Dicen que se dedicará a la política, que por un lado es bueno que se vaya, porque la cuestionada “parrilla flexible” es una falta de respeto al público, aunque por otro, se valora que haya sacado a Canal 13 de las sombras de un cuarto lugar en rating gracias a la familia de Springfield y el éxito de su último reality show, “1810”, fuente de grandes ingresos.
No es novedoso afirmar que nuestra televisión evoluciona día tras día sin dejarnos muy claro en qué va a terminar o hacia adónde va. De repente, los canales de televisión abierta asumieron una especie de identidad propia que puede ser igual de cuestionable que los cambios hechos por Moulian según lo que dice su blackberry. Así tenemos una televisión “pública” en TVN y sus dos grandes aciertos: “Dónde está Elisa?” y “Pelotón”, el reality show que bajó del trono a “1810” y gana portadas en los diarios populares. También está Chilevisión, un canal que por definición se plantea orientado a las masas y no a las elites y se escuda en una programación centrada en trabajos de ficción de media hora, bajos costos, muchos desnudos y horario prime, además de su exitazo de 2009: “Yingo”, un programa juvenil que ven los niños y en el cual bailan y “poncean” chicas con poca ropa y chicos musculosos que sueñan con sus quince minutos de fama. Mega, por otro lado, ofrece una paleta de programas tan diversa como incoherente, a ratos, con su línea editorial. Y finalmente, Canal 13, que está en el ojo del huracán por la salida de Moulian y que ve su futuro sin área dramática (nuevamente), programas externalizados, pasillos vacíos y toda la fe puesta en una fórmula ya conocida: “1910”.
¿La farándula se está tomando la tevé? De eso no queda duda, sin embargo, el fenómeno no se traduce sólo en la excesiva visibilidad dada por una televisión voyerista, sino que, además de tirar toda la carne a la parrilla, los canales están invirtiendo millones y millones en figuras efímeras que ojalá garanticen los anhelados puntos de rating. Es así como nos enteramos de que Pamela Díaz ganará millones por estar sólo un par de semanas encerrada, que Kenita Larraín recibirá un gran sueldo mensual, sumado a condiciones aceptadas por el equipo de producción de “Pelotón”; que chicas de discoteca como Adriana Barrientos y Carla Ochoa se ensuciarán las manos o vestirán a la antigua, aunque tendrán peluquero y manicure asegurada.
El escenario actual nos obliga a pensar en dos grandes temas: primero, la paradoja de una crisis mundial que recorta presupuestos de una industria como es la televisión y que hoy privilegia la entretención por sobre otras de sus funciones claves, como son informar y educar; y segundo, la pregunta sobre la responsabilidad social de sus directores y ejecutivos.
¿Es adecuado que un canal público centre su programación en el reality de turno y en la teleserie nocturna exitosa, sin ofrecer aquella variedad programática de calidad exigible para un medio de sus características?
¿No es inquietante que un canal universitario tenga sólo entre sus propuestas programáticas para lo que queda del año seguir con la fórmula de “Los Simpsons” y un recocido de su reality anterior?
¿Despierta el debate un canal que pretende llegar a las masas apelando principalmente a la “picardía” del chileno en sus historias de campo, de ciudad, de mujeres, de infieles? ¿No produce cierta incomodidad pensar que Chilevisión apuesta por la poca ropa y su dueño, el candidato presidencial Sebastián Piñera, ni se complique con eso? Porque convengamos en que las masas tienen gustos diversos, pero eso no significa que vive sólo del desnudo y la fama de media hora.
Estas preguntas nos las hacemos las audiencias cada cierto tiempo, tratamos de explicarnos cuál es el fenómeno que está detrás, buscamos respuestas en ejecutivos que ayer defendieron los valores de su empresa (canal) y que hoy viven obsesionados por el rating de sus pantallas. Y bueno, no es culpa de la fiera VIP que un canal le pague un sueldo poco acorde a los tiempos… Finalmente, nadie sabe para quién trabaja.