Esta semana The New York Times llevó en portada una cruda fotografía sobre la hambruna en Somalía, encendiendo los debates sobre la idoneidad de publicar imágenes de impacto. En esta columna, Didier Aubert analiza el paralelo entre dos fotografías famosas —los retratos de Bibi Aisha y Sharbat Gula— y plantea que la fotografía de prensa falla al intentar representar de manera relevante los problemas estructurales, económicos o políticos.

Dos rostros enigmáticos y bellos: Sharbat Gula y Bibi Aisha | Fotos: Toomanycats69 y Alorenzi, Flickr
Como cada vez, la selección de las mejores fotografías de prensa del año, efectuada por el premio “World Press Photo” (Fundación Telefónica, hasta el 7 de agosto), ha generado discusiones apasionadas sobre la estética y la ética del fotoperiodismo. Muchas imágenes provocaron debates, pero la que gano el título de “Foto del año” fue probablemente la más controversial. Esta fotografía sacada por la sudafricana Jodi Bieber muestra la cara desfigurada de Bibi Aisha, una joven afgana castigada por haber huido de su marido. Fue publicada en la portada de la revista Time del 9 de agosto 2011, ilustrando un artículo que defendía la intervención de la OTAN en Afganistán en nombre de los derechos de las mujeres. En este contexto, la cara mutilada de Bibi Aisha no era solamente una prueba abrumadora de la brutalidad y de la inhumanidad del régimen patriarcal de los talibanes, sino también un símbolo de la política internacional de la OTAN en la región.
La difusión masiva de esta foto a través de medios tan influyentes como la revista Time y la Fundación World Press Photo marca también un punto de inflexión en la evolución del “buen gusto” periodístico. Muy pocas son las imágenes de rostros desfigurados que salen en la prensa generalista “seria”. Algunos críticos calificaron esta imagen de “war porn” (pornografía de guerra). Este reproche tiene que ver con el sentimiento de voyerismo o de malestar que puede provocar la foto, pero también, en mi opinión, con la combinación de belleza y horror que la caracteriza. Entre las huellas de violencia que marcan la cara de Bibi Aisha se puede adivinar su hermosura. Se ven al mismo tiempo las terribles cicatrices causadas por la barbaridad de los verdugos de Aisha, y su imborrable belleza.
La semejanza entre la foto de McCurry y la de Jodi Bieber salta a la vista. El ángulo del cuerpo, el velo, la juventud, son iguales. La diferencia, obviamente, es que la belleza asolada de Bibi Aisha parece la versión trágica de la cara juvenil de Sharbat Gula.
Además nos parece que la joven nos da su aprobación: sí tenemos el derecho de mirarla. Mientras nuestra idea de la mujer afgana se refiere a los velos que cubren sus caras, acá se ve una joven victima que desea mostrar su rostro desfigurado. Ofrecer esta cara a la vista del mundo parece un gesto de libertad, un rechazo de tradiciones ancestrales que pretenden disimular la belleza femenina.
A pesar de su originalidad, el impacto de esta imagen también se debe a nuestra memoria visual. Al ver esta foto ocurre un fenómeno de referencia a otras imágenes. En este caso, la referencia es al famoso retrato de una joven afgana tomada en 1984 por Steve McCurry. Esta foto se volvió en una de las portadas más famosas de la historia de la revista National Geographic, y en una historia destacable cuando17 años después se organizó una expedición para encontrarla y averiguar su nombre. Descubrieron que se llamada Sharbat Gula, y sacaron otra foto de ella. Sin embargo, Sharbat había perdido la gracia juvenil del retrato de McCurry. Ya no refleja su rostro adulto la belleza de su juventud, que queda hasta ahora en la memoria colectiva. En la cultura visual periodística, la nueva Sharbat Gula no podía competir con la Sharbat del pasado.
La semejanza entre la foto de McCurry y la de Jodi Bieber salta a la vista. El ángulo del cuerpo, el velo, la juventud, son iguales. La diferencia, obviamente, es que la belleza asolada de Bibi Aisha parece la versión trágica de la cara juvenil de Sharbat Gula. En este sentido, las dos fotos evocan un atajo histórico sobrecogedor. En 1984, Afganistán se encontraba ocupado por la Unión Soviética. McCurry saco la foto de una joven refugiada para simbolizar el destino de las poblaciones civiles sometidas a la agresión comunista. Mientras, los EE. UU. proveía armas a los muyahidines para resistir contra las fuerzas invasoras. Casi 20 años después, hace tiempo que los soviéticos se fueron, los muyahidines son considerados enemigos de nuestra civilización y valores. Hace tres décadas que los países occidentales pretenden ayudar a la población de Afganistán: las dos caras de Sharbat Gula y de Bibi Aisha, como símbolos de las dos épocas, no recuerdan el martirio ininterrumpido de dos generaciones de civiles afganos. Incluso nos dicen que la situación ha empeorado.
Al final, el destino de Bibi Aisha también se puede interpretar como un símbolo del alcance limitado de la fotografía de prensa. Después de la publicación de la foto, la joven fue trasladada a América del Norte para someterse a una operación reconstructiva. Sin duda, todos estaremos felices y aliviados por saber que volverá a tener una cara “normal”. Sin embargo, el episodio parece apuntar a una ironía cruel. Muchas veces, la foto de prensa se encuentra incapaz de representar de manera relevante problemas estructurales, económicos o políticos.
Por tradición, el fotoperiodismo se enfoca en “human interests stories”, personajes, destinos individuales. En los mejores casos, algunos individuos se convierten en símbolos. Pero tal vez la emoción que provoca el rostro de Bibi Aisha nos hace perder de vista la historia compleja de un país sometido a innumerables invasiones desde Alejandro Magno. Se olvidan los intereses actuales de los EE.UU en la región, la incapacidad de la OTAN de instalar un sistema político más democrático, o las explicaciones para la sobrevivencia de costumbres tan barbáricas como las sufrió esta joven. No es culpa de Jodi Bieber, por supuesto. No es historiadora, ni política, ni antropóloga. Pero al final se resuelve la historia de esta fotografía con otras imágenes de la misma Aisha llevando una nariz falsa. A fin de cuentas, la narrativa fotográfica que alimenta los medios se queda en la superficie, y debe contentarse de una conclusión “cosmética”: una alegoría perfecta de la fascinación del fotoperiodismo para la belleza – sea ésta en la mitad del horror.