Durante las jornadas de manifestaciones de octubre, el escritor Juan Carreño junto a sus vecinos se tomaron una micro y fueron a protestar al centro de Santiago. De las 45 mil granadas lacrimógenas lanzadas por la policía entre octubre de 2019 y marzo de 2020, Carreño se jacta de haber atrapado 14.
*Esta entrevista fue realizada para el Taller de Crónicas y Entrevistas de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, dictado por el profesor Juan Cristóbal Peña.
Juan Carreño considera que la vida eterna sería el peor castigo divino, que lo más triste en la vida sería la muerte de la amada… -o que esa amada se enamore de un carabinero-, y su paranoia más recurrente es pensar caer en la locura.
Mens sana in corpore sano, dice Carreño. Lo único que mata sus fantasmas es el deporte. Practica ciclismo, tenis y bádminton. Cuando se le consultó si practicaba waterpolo se molestó un poco. Actualmente su economía se basa en la venta de sus libros, los cuales va a dejar en bicicleta a cualquier comuna de Santiago.
Le gusta que la clase trabajadora disfrute sin culpa, por lo mismo le agrada Pablo Chill-e como referente cultural, “un cabro gozador y consciente de su espacio”, dice Carreño. Por otra parte le molesta el evangelismo de campus universitario y la queja sin propuestas. “Quejarse, pffff, cualquiera ¿Un buen poema de amor?, pregúntenle a Chayanne”, finaliza el escritor.
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A Juan Carreño no le estaba resultando nada, se sentía frustrado y deprimido. Pensó que salir un rato del país sería lo mejor, entonces compró un boleto de avión con destino al DF, en México. Partiría el 21 de octubre del 2019.
¿Dónde estabas para el 18 de octubre?
Acá mismo, en el jardín de mi casa.
¿Y qué fue lo primero que pensaste?
Fue la primera vez que se empezaban a armar barricadas acá y no éramos los mismos de siempre, entonces fue… interesante.
Estábamos en la barricada, todo tranqui y familiar, y empieza a circular el video del edificio de Enel quemándose, y fue como “¡Qué chucha!” Otro hueón diciendo “¡Se está quemando el metro!” Y yo como “¡Wooo, conchetumare!” Y entonces aparece Pinochet… ¡ahh! ¡De dónde Pinochet! ¡Piñera! (risas), aparece Piñera y me dice… ¡Me dice! (risas).
(…) Todo muy qué chucha; toque de queda, los milicos.
Al día siguiente me llegó un perdigonazo en la canilla desde la comisaría que está allá enfrente. Estaba parado en la puerta, todo muy piola, no estaba haciendo nada y me llegó un perdigonazo. Los cabros no me creían, y yo: “¡No… algo me pegó, algo me pegó!”, y claro, menos mal que rebotó, pegó justo en el hueso (muestra la cicatriz), ahí me envilecí un poco.
Pero igual consultamos con los vecinos y estaban todos preocupados, porque aquí no nos convenía agarrarnos con los pacos si teníamos todas las de perder, más encima las lacrimógenas como que caen en todo este rango. Fue una hueá muy comunitaria, sin líderes. Se juntaron los vecinos, los que no se hablaban.
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El balance realizado por la empresa Metro el 25 de octubre del 2019, indicó que hubo siete estaciones totalmente quemadas, 18 que fueron incendiadas parcialmente, 93 que presentaron múltiples daños y sólo 18 que quedaron intactas.
La red de Metro está funcionando en su 100% desde el 25 de septiembre de este año. Los daños en las estaciones y los vagones tuvieron un costo aproximado de 250 millones de dólares. La empresa tuvo que endeudarse para reinvertir la pérdida porque no había seguros de por medio.
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¿Fuiste a la Alameda? ¿Qué impresión te dio?
Sí. Fui con los vecinos el 25 de octubre. Fue divertido porque nos tomamos una micro. Ese día no había locomoción, se habían ido a huelga. Le dispararon a un chofer del Transantiago el día anterior acá en La Pintana.
Nos habíamos decidido a salir caminando por aquí, por Serena hacia Las Industrias. Vicuña y Santa Rosa estaba copado y puta, llevábamos como cinco cuadras caminando y esas micros no pasaban por ahí, entonces cuando la vimos fue como “¡Ya cabros!” Nos cruzamos a la micro y ahí nos llevó el chofer.
Se hizo cierto reparo sobre el consumo de alcohol o drogas en las manifestaciones, ¿estás de acuerdo con esa crítica? ¿Tomaste cerveza?
¿Una cerveza? No, un pisco sour mejor (risas). El pisco sour no se entibia tan rápido, y hacía calor igual. Y los pititos, no encuentro que sea una cosa restrictiva. No se me ocurre quién podría hacer esa crítica.
Fueron frecuentes las críticas por redes sociales o en las mismas manifestaciones, incluso hubo críticas a los carritos de comida.
Pero eso es inherente po´, si por algo se quemaron los Mc Donald’s. Que emerja una nueva economía. Sus sopaipillas de la revolución (risas), si de verdad había un carrito que se tenía puesto así.
Igual me di cuenta que la protesta en Plaza Italia era más estetizada, mucho más gamer y otaku. Por ejemplo, fui a algunas de Puente Alto y esas eran masacre… era totalmente diferente. Otro público y usuario de la revolución.
Mi función en las marchas era apagar lacrimógenas, esa fue mi especialidad. Apagué 14 lacrimógenas; las conté, de hecho.
¿Qué piensas respecto al acuerdo que lograron las autoridades políticas el 15 de noviembre?
Ese 15 yo estaba en Valpo, en un festival en el que me iban a pagar. Llegué al terminal y estaba pasado a lacrimógena. Era el aniversario de la muerte de [Camilo] Catrillanca. Fue una lectura rara ese día, afuera estaba ocurriendo la media marcha y nosotros encerrados. Yo les decía “¡Cabros saquemos los parlantes para fuera!”. Y ellos “no… es que no se puede…”, y yo, medio hincha hueas –pero simpático-, decía “¡Cómo no se va a poder!”
Al otro día salí del hotel donde nos estábamos hospedando, andaba con la mansa caña, se me acercó un poeta que es amigo de todos los poetas nacionales y me dijo, “¡Buena Juan Carreño!, ¿cachaste que se firmó un acuerdo? Se firmó a las tres de la mañana y vamos a tener página en blanco”. Y yo decía “Yaaa pero…” , mientras íbamos bajando el cerro, ¿cachai? No entendía muy bien el entusiasmo del socio.
Y era como “puta hueón, pactaron la hueá. Por lo menos logramos lo del plebiscito, que era una opción”.
Está bacán que suceda lo que está pasando en el plebiscito, sobre todo porque hay un montón de nuevas organizaciones que se están fraguando desde el estallido hasta acá, y eso está bacán. Puede promover que se generen alianzas entre los mismos vecinos, pero igual se cocinó a espaldas la hueá.
¿Pero se podía hacer de otra manera?
Es que yo esperaba que ardiera todo. Igual me pueden sacar de contexto con estas palabras, después la gente se urge en el barrio alto. Imagínate “¡Poeta amenaza a la burguesía!”. (Risas) A Pasolini lo mataron, hermano.
En una entrevista con The Clinic nombras el poema El PCI para los jóvenes, de Pasolini. En ese poema se dice una verdad incómoda: que los universitarios son pequeños burgueses y el personal policial son una parte del pueblo.
Claro, y eso le trajo mansa cola. Más Pasolini para el mundo. Cuando no quiero salir llamo a mis amigos, y digo: “No cabros, estoy más atropellado que Pasolini”.
¿Pero la policía de acá te genera ese sentimiento? ¿Los llegas a comprender a ellos o a su trabajo?
El otro día estaba acá conversando con un amigo, y le decía: “El objetivo es que esa comisaría que está allá en la esquina deje de existir”. Y él me respondió: “Pero cómo, tiene que existir la policía de alguna forma”. ¡Pero qué pasa si nosotros mismos nos hacemos cargo de la seguridad comunitaria! ¿Es necesario tener pacos si existiese una rotación entre vecinos? Porque siempre hay gente mala, gente que se salva sola, domésticos, de todos los niveles. Pero la poesía, puta, la policía (se corrige y se ríe) ¡da rabia! ¿Pero quién no tiene un familiar paco si erí del proletariado?
Nuestra pega en la cultura es que los cabros no se vuelvan pacos. Por ejemplo están esos que se salieron de la institución después del 18 de octubre ¿Qué se hace con esos cabros? ¿Discriminarlos per sé porque tuvieron ese pasado?
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Según datos obtenidos por Ley de Transparencia y expuestos en un reportaje publicado por The Clinic, desde el 18 de octubre de 2019 hasta el 30 de julio del 2020, 779 carabineros han pedido su retiro. De ellos 72 son oficiales y 707 suboficiales. Esteban Infante, suboficial en retiro y director de la Defensoría Solidaria Policial, explica en ese reportaje que la institución inventó, y de forma totalmente arbitraria, una sanción para que los oficiales que se retiraran a los cinco años de servicio tengan que pagar una multa de casi $30 millones. Esto antes del 18-O no existía.
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O qué pasa por ejemplo -es más bolivariana esta hueá– si metemos elementos de izquierda en las policías. Si a cuántos pacos no castigaron o echaron por negarse a reprimir a la gente… mis vecinos van a pensar que estamos en una reunión terrorista.