Lamentablemente la desinformación de los medios y la farandulización de figuras como Vallejo hoy parece transversal, a excepción de unos pocos “pasquines” y diarios online que buscan real objetividad, dentro de los límites que ésta está permitida.

Hoy Camila no necesita convertirse en un ícono pop | Foto: Javiera Escobar, Flickr
¿Ángel o demonio? ¿Heroína o villana? Esas son las preguntas que los medios día a día plantean con sus portadas, editoriales y notas de prensa acerca de la figura de Camila Vallejo. Todos quieren darle un epíteto, una connotación y una idea detrás de lo que ella habla, dice o pretende decir.
Los medios grandes y sus portales la ven como alguien peligroso, demasiado agresivo para ese tranquilo y (por qué no) extraño consenso que, desde 1990, algunos han querido que perdure hasta la eternidad. Según estos medios ella no contribuye a la “paz social”, esa que en el fondo se lee como despolitización; o, para decirlo en un lenguaje más coloquial, idiotización colectiva. Por lo mismo, se le ridiculiza diariamente en las portadas de LUN, se le trata de preguntar sobre su vida privada en programas de farándula, y se le intenta desautorizar (y demonizar) por el hecho de tener un novio ¡CUBANO! Uno de los pecados más grandes para la familia Edwards.
Los grandes medios, han tratado de encontrarle defectos (todos los tenemos, ¿no?) y engrandecerlos para que así la figura de la hermosa joven comunista sobresalga por sobre los requerimientos del movimiento que encabeza. Porque si hay algo claro, es que en Chile los medios —tanto de derecha como los pocos de izquierda— más que informar, tratan de poner sobre la cabeza de quienes leen, su manera de pensar, sus prejuicios antes de informar de una manera clara y precisa.
Los rumores de un sector conservador de clase alta sobre la joven dirigente se convierten en informaciones y noticias que nunca son comprobadas, porque no existe la intención de preguntarle a la protagonista sobre el cuchicheo diario, y las aseveraciones que tan destempladamente se hacen.
Si se quiere informar y contrarrestar la “información oficial” de los grandes medios, hay que hacerlo con un complejo y estricto rigor, ese que está lejos de los fetiches de los editores con figuras como Camila.
Si alguna vez Gladys Marín y Allende fueron los motivos para que los grandes medios culparan a la izquierda de todo lo que ha sucedido en Chile a lo largo de la historia, hoy Camila, la joven comunista, claramente también lo es.
Pero Camila no es únicamente una especie de fetiche de la derecha, porque el lado que la apoya y cree en sus ideas también ha cometido el grave error de ensalzarla, elevarla y hasta adorarla a un nivel casi ridículo, dejando entrever en el análisis de su trabajo cierto sesgo e idolatría que claramente tampoco favorecen a la estudiante.
Reportajes en donde la dirigente aparece como si estuviera en pleno proceso de revelación de una epifanía no hacen más que enaltecer solamente la figura de una mujer comunista y —aunque no lo crean ni siquiera sus compañeros de partido— guapa, y convertirla en lo que ella menos necesita hoy en día: ser un ícono pop.
Esta actitud de medios escritos reconocidamente de una izquierda más ortodoxa y vulgar, aunque eviten hacerlo, cae en muchas ocasiones en el juego de la “creación de realidad”, tal vez para así equiparar la brutal y avasalladora fuerza de los medios de derecha de nuestro país. El problema de esto es que ambos sectores informativos no hacen más que jugar con la figura de una estudiante y, lamentablemente, menospreciar de una u otra forma la manera en como las ideas verdaderamente de izquierda nuevamente han salido a la palestra para demostrar que son posibles, que un mundo un poco más justo y equitativo no es tan difícil.
Al leer medios de ambos lados (a excepción de unos pocos), la desinformación y la sobre ideologización es bastante patética, por el hecho de caricaturizar de manera burda una polarización social que es necesaria en momentos como estos, cuando una institucionalidad añeja y tremendamente autoritaria hace agua.
Lamentablemente la desinformación de los medios y la farandulización de figuras como Vallejo hoy parece transversal, a excepción de unos pocos “pasquines” y diarios online que buscan real objetividad, dentro de los límites que ésta está permitida.
Si se quiere informar y contrarrestar la “información oficial” de los grandes medios, hay que hacerlo con un complejo y estricto rigor, ese que está lejos de los fetiches de los editores con figuras como Camila.