El “caso humano” en los noticieros es atractivo, económico y efectivo. Por lo general, apunta a la curiosidad o a la indignación ciudadana. Más que por el afectado o la situación que relata, se lleva al aire porque emociona. No se trata de lagrimear, sino de experimentar ira, rabia, compasión, ojalá el catálogo completo de emociones humanas.

En julio Chilevisión llevó la nota de una niña que no paraba de estornudar | Captura: YouTube
Desde antes del terremoto, los noticieros de televisión han sido el territorio del “caso humano”. Este estudio de la Universidad Católica de 2009, citado hace poco en este reportaje de El Mostrador, da cuenta de un fenómeno que es evidente en los noticiarios: la mayoría de notas “testimoniales” en todos los noticieros de televisión abierta. Fucatel, al comentar el estudio anterior, hace referencia a uno propio que llega más o menos a las mismas conclusiones. No he encontrado estudios más recientes, pero a partir de 2010, con la cobertura del terremoto y la ampliación de la duración de los telediarios, es posible que la tendencia, si no sigue igual, haya aumentado. De hecho, este estudio de Oyanedel y Alarcón da cuenta también del reinado del testimonio de los afectados en más de seiscientas horas de cobertura periodística inmediatamente posterior al terremoto.
Jaime de Aguirre, director ejecutivo de Chilevisión, es la persona que más ha establecido una suerte de marco teórico para esta televisión “cercana”. Se lo puede ver aquí, en Puroperiodismo, y escuchar en esta entrevista en radio Duna. En estricto rigor, es imposible no estar a favor de que el noticiero muestre que unos carabineros hacen abuso de autoridad y atropellan a un civil sin darle auxilio, o empatizar con una niña de Curicó que sufre de estornudos constantes. Menos simpática resulta esta nota sobre una “presunta” posesión demoníaca en Meganoticias (el periodista pregunta a la dueña de casa donde ocurre el caso “¿Usted puede sentir la presencia de algún espíritu?”). De acuerdo al estudio de la UC de 2009, no había, hasta entonces, diferenciación entre los noticiarios de TVN y Canal 13 con respecto al uso de cantidad de testimonios en sus pautas.
El “caso” es atractivo, económico y efectivo. Por lo general, apunta a la curiosidad o a la indignación ciudadana. Más que por el afectado o la situación que relata, se lleva al aire porque emociona. No se trata de lagrimear, sino de experimentar ira, rabia, compasión, ojalá el catálogo completo de emociones humanas. Otras veces, como en el caso de las notas sobre el mercado de los bikinis en el verano, o el de las estufas a parafina en invierno, el noticiero asume la misión de prestar un servicio. En muchas ocasiones el caso “humano” (aquel en que hay un o unos desdichados protagonistas en situación vulnerable) se transforma en un servicio: el semáforo se instala, el anciano abandonado es reconfortado, la institución recibe los aportes que necesita. No requiere, tampoco, de demasiadas fuentes, lo que coincide con lo que señalan los estudios: en general, en los telediarios chilenos, hay pocas fuentes por nota.
Uno podría pensar que el “caso” está dejando fuera a otro tipo de notas, a aquellas de relevancia. Tal vez no conviene apresurarse tanto: es objeto de un largo análisis determinar qué es “de calidad” en un noticiario de televisión. En todo caso, las grandes noticias siguen siendo cubiertas por los telediarios (los incendios, las movilizaciones estudiantiles, las catástrofes, los grandes cambios políticos), lo que es un argumento en “defensa” del estatus quo. Otro podría ser que simplemente “no hay otras noticias”, y que por lo tanto, los casos vienen a suplir esta ausencia de contenido noticioso.
Ambos argumentos son medio falaces. Si un telediario no cubre una gran noticia nacional, su existencia carece por completo de sentido: es el mínimo que uno espera. Por otra parte, es difícil pensar que “no hay más noticias”, no solo porque es inverosímil, sino porque es difícil enterarse de si “hay” o “no hay” otro tipo de noticias si los medios no las cubren.
El problema del “caso” es que es un caso: uno, y los telediarios en su concepción tradicional se conciben para juntar “muchos”. No solo por la masividad de sus audiencias y el deseo de conectar con ellas, que es la parte de la fórmula que hoy es popular en las redacciones, sino porque la concepción de la noticia —convengamos de que ya pasamos de la simple definición “hombre muerde perro”— debería estar centrada la búsqueda de fenómenos mayores: puntas de iceberg de las que el periodista se sirve para revelar, lo más que pueda, el hielo oculto.
Es muy difícil hoy sentarse a ver un telediario y reconocer cuáles son las cinco principales noticias del día (a excepción de las franjas deportivas). Uno queda perfectamente informado de cuáles son las más populares, o las más curiosas, o cuál el crimen más espantoso. Pero hay poca información relevante: aquella con la que la persona se pueda conectar no solo a nivel emotivo, sino racional, con su sociedad.
Desde luego, si uno es hincha de la información relevante, debe cuidar que ella vaya acompañada de ética periodística y coraje para que, además de relevante, sea pluralista. No creo que haya habido en el pasado una época dorada en que esto se logró, pero al menos los telediarios no fueron conscientemente emocionales. Convertidos hoy en quillas de los barcos que cazan rating, el mejor arpón son estas emociones de fácil digestión, que niegan la posibilidad de discutir racionalmente con respecto a su pertinencia porque cómo se va a negar uno a darle un techo digno al abuelito, a disfrutar con las curvas del bikini veraniego, a aplaudir la empanada más grande del mundo.