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“El periodismo exige un tipo de dedicación cercana al sacerdocio”: discurso de Pedro Doria en el Premio Periodismo de Excelencia

Por ~ Publicado el 25 abril 2019

Este discurso del fundador del boletín Meio fue pronunciado el martes 23 de abril de 2019 durante la ceremonia del Premio Periodismo de Excelencia que entrega el Departamento de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado (nuestra alma máter), en Chile. Sus palabras apuntaron a cuatro desafíos actuales del periodismo: los aprietos económicos, la falta de atención, la desinformación y la tensión política. “Vivimos un tiempo en el que la democracia está bajo presión. Esto hace que el trabajo del periodista sea mucho más difícil. Y mucho más necesario”.

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Señoras y señores del Departamento de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, muchas gracias por la invitación.

Pido desde ya disculpas por hablar en portugués. Voy a hablar despacio y creo que van a haber subtítulos aquí. Me llamo Pedro Doria. Soy brasileño, tengo 44 años. Soy periodista hace 25.

Vivimos un tiempo en el que la democracia está bajo presión. Esto hace que el trabajo del periodista sea mucho más difícil. Y mucho más necesario.

Entiendo que el trabajo periodístico trae consigo algunas reglas. Como nuestro tema principal es la práctica del periodismo, yo debería inmediatamente sumergirme en este tema. Pero me permito, antes, intentar definir lo que llamo la presión sobre la democracia.

Vivimos una fase de transformación económica. Las industrias que se desarrollaron, dieron empleo, produjeron riqueza, y dominaron los siglos XIX y XX están perdiendo espacio rápidamente para industrias radicalmente nuevas. Esto es parte natural del proceso histórico.

Los hijos y nietos de obreros que esperaban trabajar en fábricas similares a las de sus padres y abuelos, con una vida digna garantizada en la clase media, descubrieron que estos trabajos ya no existen.

No es sólo entre ellos que se dio este descubrimiento. Quien salió de la universidad con diplomas superiores con la expectativa de que una profesión de estudios garantizaba una carrera estable y confortable están descubriendo que estos empleos, que un día existieron, ya no existen. Son innumerables las profesiones universitarias afectadas La lista incluye la nuestra, de periodistas. Y, con los avances de automatización por inteligencia artificial, este problema se va a agravar.

No son sólo estos grupos los afectados. La inestabilidad económica común a todos nosotros, sumada a una inestabilidad política, ha producido efectos catastróficos en muchos países. Es el caso, en nuestro continente, de Venezuela. Muchos que vivieron cómodos en la clase media se ven obligados a emigrar, casi siempre a vidas mucho peores.

Sobran empleos precarios o temporales, una vida mucho más difícil, que genera profunda ansiedad.

Cuando miembros de estos tres grupos van a las calles, casi siempre se organizan por las redes sociales. Lo que los une es una mezcla de inseguridad y rabia por las expectativas frustradas, por un presente difícil, y un futuro que aguardan y que se les ha negado. Las redes sociales hacen esto muy bien: reunir a personas que tienen en común rabia e indignación.

El problema es que sólo la rabia, la frustración y la indignación los unen. Los anhelos de obreros, profesionales liberales e inmigrantes son diferentes. Cuando están en las calles, como estuvieron en Brasil, en 2013, o los Indignados de España, o los chalecos amarillos de Francia, o los ocupados de Estados Unidos, o los brexiters del Reino Unido, hacen protestas que nosotros de la prensa tenemos dificultad de interpretar. ¿Qué quieren, después de todo? ¿Son de izquierda o son de derecha?

La respuesta es simple, solo que no satisface y tampoco lleva a una solución. Son de izquierda y son de derecha. Lo que quieren es la estabilidad de un mundo que nunca más existirá.

Todos sabemos que la democracia liberal es un sistema imperfecto, pero el mejor que existe. Detrás del cliché hay una verdad dura. En pocos momentos es tan imperfecto como en estos de gran transformación. El político que realmente está dispuesto a encarar los problemas de forma seria no tendrá buenas respuestas. Porque nadie tiene buenas respuestas. Las multitudes afligidas, ansiosas, inseguras, que temen por el propio futuro, a veces buscan la voz de la autoridad. Las promesas imposibles. El escenario está abierto para demagogos de izquierda y de derecha.

¿Reconocen el escenario que estoy describiendo? Fue así en el Occidente de los años 1920, cuando la economía agraria estaba siendo sustituida definitivamente por la industrial. Fascismo y comunismo son opuestos, sin embargo nacen del mismo nido. Nosotros mismos, sudamericanos, tuvimos una fase en este período de dictadores demagogos y populistas.

¿Y para nosotros?

En nuestro caso, de los periodistas, la presión se muestra de cuatro formas distintas. La primera es económica. La transformación digital por la que la sociedad pasa hace que el modelo que sostenía el negocio del periodismo se desarme. La segunda es de atención. También debido a la expansión digital, los hábitos están cambiando rápidamente —y el hábito de informarse acerca de lo que es de interés de la sociedad es uno de los que se ha perdido—. Es ahí donde se instala la tercera presión. En este vacío surgen las máquinas profesionales de desinformación, que sabotean por dentro el proceso democrático, abriendo el espacio que demagogos necesitan. Fake news. Y ahí viene la presión política. Políticos en todo el mundo, aprovechando la crisis, están en una intensa campaña contra la prensa. Su discurso, invariablemente, es que actuamos como un partido de oposición, de que nuestro objetivo es atacar al gobernante no importa los medios. Como si no hubiera método en la actuación periodística.

Este ataque, en Brasil, lo experimentamos viniendo de la izquierda, y ahora lo sentimos venido de la derecha. En los últimos quince años hemos sido acusados de golpistas por el Partido de los Trabajadores. En los últimos cuatro meses, de golpistas nos volvimos comunistas peligrosos, agentes de algo llamado ‘marxismo cultural’.

Porque, así como en el tiempo del fascismo y del comunismo, las lecturas conspiratorias de la realidad están en boga. En Brasil, una de ellas es que hay un dominio comunista de la cultura —en la prensa, en las artes, en la educación— que manipula toda la información que corre. No importa si son los Sabios del Sión o los Marxistas Culturales, la historia es siempre la misma: un complot secreto que a todo domina sin ser percibido.

El resultado de este escenario es que el papel de la prensa disminuye en la sociedad, hay menos información sobre los gobernantes en el centro de los debates políticos. En este ambiente, la prensa produce menos por falta de dinero, es menos leída por cambio de hábitos, es acusada por políticos que mezclan mala fe con paranoia. Se añade a esto una máquina profesional de desinformación cuya distribución es ampliada por nuevos mecanismos de comunicación que ponen énfasis en todo lo que causa emociones fuertes. Es en este ambiente que estamos conduciendo elecciones. Brexit. Donald Trump. Viktor Orbán. Movimiento 5 Estrellas.

Y Jair Bolsonaro.

Estas crisis son el error de las democracias.

En los años 1920, un americano llamado Henry Luce dividió su empresa, la revista Time, en dos brazos. Llamó a uno de Iglesia, a la redacción. Y el otro de Estado, la administración. Si la Iglesia y el Estado no se comunicaran, el dinero que venía de la publicidad no contaminaría el noticiero. Es una fórmula que funcionó durante mucho tiempo, mientras que hubo casi monopolio sobre el espacio para la publicidad en la prensa. Eso acabó. Pero la metáfora todavía tiene un inmenso valor. No llamamos a la Iglesia. El periodismo exige un tipo de dedicación cercana al sacerdocio.

No me entienden mal. Yo soy, personalmente, ateo. Pero nuestra profesión no es una que se abraza impunemente. Tenemos un papel fundamental en la democracia. Tenemos la misión de informar. Es nuestra responsabilidad. Tenemos trabajo por delante.

Señoras, señores: nuestra generación tiene la obligación para con la sociedad de resolver estos cuatro problemas. Necesitamos descubrir cómo financiar el periodismo. Necesitamos producir un periodismo atractivo, que restituya la información en los hábitos de las personas. Si logramos resolver estos dos problemas, las máquinas de desinformación perderán eficiencia y políticos que atacan a la prensa que cumple su papel de informar se mostrarán cada vez más, a los ojos de la sociedad, como lo que son. Demagogos.

Tuve mucha suerte en la vida y en la carrera. Vivía bastante tiempo en Silicon Valley para comprender un poco de cómo se piensa allí. Aprendí el oficio del periodismo con algunos de los mejores y más dedicados profesionales de la generación anterior a la mía. Pude ser parte del equipo de Estado de San Pablo e O Globo, dos de los tres mas importantes periódicos de Brasil. Pasé la carrera escribiendo tanto sobre política y sobre tecnología sin nunca imaginar que los dos iban a girar un asunto solo.

Hace dos años, fundé una startup llamada Meio. Yo y Vitor Concepción, mi socio y amigo de largo tiempo que conoce el negocio y la tecnología como pocos, buscábamos un producto que combinaba algunas características. Tenía que ser leído en el smartphone. Tenía que ser leído en poco tiempo. Necesitaba ser producido por un pequeño equipo de periodistas. Tenía que ser gratuito. Era importante que pudiera adaptarse a los altavoces cuando llegase. Tener una publicidad que no invadiera el espacio del usuario. Y un modelo de suscripción para quien deseara más.

Nuestro producto inicial es simple: un boletín que, con texto atractivo, presenta rápidamente las principales noticias del día. Da las noticias y resume los análisis. Ofrece enlaces a quien desee más. Estamos con 80 mil suscriptores gratuitos y creciendo rápido. El 40% del público se abre cada día, el 80% se abre al menos una vez por semana. El número de abonados y la publicidad ya nos permite sostener el negocio.

Meio es una solución. No es la única. En un ambiente sano, múltiples startups periodísticas presentarán soluciones posibles que funcionarán. Lo importante es nuestra meta común: producir algo que sea leído o visto o escuchado con gusto por un número cada vez mayor de personas.

No se equivocan. Es duro. He trabajado algo entre 10 y 12 horas por días en la prensa tradicional y en la nueva, viajando por todo Brasil, hablando, oyendo, conversando. Paso horas en conversaciones en las redes sociales. Es también parte del trabajo. Pero no tiene otra manera. Por un tiempo, será necesario trabajar largas horas para garantizar el sustento y conseguir cambiar lo que necesita ser cambiado.

Muchos de ustedes todavía son estudiantes. Su generación es una generación que revolucionará el periodismo. Por favor, comprendan: esa es su misión. Somos una parte fundamental de la democracia. Necesitamos cuidar de nuestra parte para que la democracia se vuelva saludable de nuevo. El periodismo no es el único problema en esta seria crisis de las democracias. Pero es el problema que nos corresponde resolver.

Muchas gracias.

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