El 18 de noviembre de 2019 el joven fue golpeado por una lacrimógena en su cabeza en las cercanías de Plaza Baquedano. El impacto generó pérdida de masa encefálica en su cavidad craneal. A poco menos de un año del hecho, Vicente ha tenido una recuperación casi milagrosa. Pese a los avances, él y su familia han debido pasar por un duro proceso desde el atentado. Hoy exigen justicia por el accionar policial que casi le cuesta la vida al manifestante.
Por Daniel Lillo y Camila Torres*
*Esta crónica fue realizada por alumnos de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado para el Especial 18-Oct de El Desconcierto y forma parte de Proyecto AMA, Archivo de Memoria Audiovisual.
-¿Qué fue eso? ¿Qué mierda fue eso? ¿Le llegó un balazo?
Así comienza uno de los registros grabados desde lo alto de un edificio cerca del Museo Violeta Parra. En la grabación se ve el momento exacto cuando un efectivo policial lanza una lacrimógena directo a un grupo de manifestantes que termina impactando directamente en la cabeza de un joven que estaba en medio de los escudos de primera línea.
–¡No, hay un chico convulsionando!
El grupo de carabineros, al acercarse al joven abatido en el suelo, decide dar marcha atrás y retirarse sin prestarle asistencia. Pero manifestantes lograron hacerse paso lanzando piedras y protegiéndose con los escudos. En medio del espeso humo de lacrimógenas y la incertidumbre por el estado del joven que permanecía inmóvil, los manifestantes lo sacaron del sitio eriazo para que recibiera asistencia médica. Muchos pensaron que estaba muerto.
Casi 11 meses después, Vicente Hernández (21) tiene recuerdos difusos de ese 18 de noviembre en que fue golpeado directamente en su cabeza por una bomba lacrimógena. En un comienzo no distinguió qué lo golpeó, ni sintió su caída. Lo cierto es que se desplomó, convulsionando ante la desesperación de quienes lo rodeaban. De repente comenzó a ver todo borroso y lo último que recuerda es cómo una multitud lo cubría para que recibiera asistencia médica. Lo que pasaba en la mente de Vicente era totalmente diferente a la situación que acababa de ocurrir. Cuando ve el video que grabaron en el momento de su ataque, reconoce lo impactante del registro, aunque según lo que recuerda, no estaba preocupado, se sentía bien: esa fortaleza mental fue crucial para su recuperación.
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“Que el Vicente despertara era incierto, tú te podías encontrar cualquier cosa, pero estaba vivo. ¡Estaba con nosotros! y como fuera lo sacas adelante igual, si es nuestro hijo. Después empiezas a pensar por qué, por qué no lo tomaron y se lo llevaron detenido, por qué dispararle”, dice Marjori Silva, madre de Vicente.
Esa tarde de noviembre, Marjori recibió un llamado de su concuñada. Al principio solo le dijeron que su hijo había recibido un golpe en la cabeza, pero nunca se imaginó la magnitud del impacto. Al llegar a la ex Posta Central, que en ese entonces era el recinto hospitalario encargado de recibir manifestantes heridos, se encontró con sus hijas Camila (25) e Isidora (19), y su marido Juan Carlos Hernández (52), que le contaron lo sucedido. El ambiente era tenso y de gran preocupación. El médico le informó a la familia que debían operar de forma urgente. La incertidumbre se hizo presente de inmediato. No se sabía qué pasaría con Vicente.
Rompiendo todos los protocolos, Marjori acompañó a su hijo hasta el pabellón donde debía ser operado. Tras tres horas de una compleja intervención, lograron estabilizar a Vicente. “El doctor le salvó la vida, que es lo que necesitaba en ese momento y de ahí para adelante había que verlo con otro especialista para ver con qué problemas podía quedar”, recuerda su madre. Lo que venía era incierto. Habían serias posibilidades de que Vicente no volviera a ser el mismo de antes.
El diagnóstico postoperatorio indicaba un politraumatismo con un TEC complicado, resultado de un hundimiento y contusión en la parte parietal (pared del cráneo) izquierda. Los días posteriores a la operación eran vitales para saber cómo evolucionaría Vicente. En un video filmado por su madre se lo puede ver sentado en una camilla con una historieta de Condorito en sus piernas mientras intenta, con mucha dificultad, pronunciar su nombre completo.
“Le llevé el Condorito y había un párrafo chiquitito y me dice: “¿tú sabes lo que dice ahí?” Yo le dije ‘sí’ y me preguntó si lo podía leer. Ahí me di cuenta que él no podía leer, así que lo hice. (Vicente) me pregunta: “¿todo eso dice?”. Y ahí es como guau… te quiebras entera pero no puedes con él ahí”, relata Marjori.
El día que Vicente regresó a su hogar no podía leer, o recordar fechas. Tampoco podía pronunciar bien su nombre, ni recordar el de sus padres o hermanas. Una afasia comprensiva compleja lo afectó debido a la lesión sufrida. No se sabía cuánto tiempo tomaría la recuperación, o si Vicente volvería a ser el mismo de antes. Dentro de la incertidumbre, un momento llenó de esperanza a la familia. Cuando entró a su pieza se enojó de inmediato con su madre y sus hermanas, se había dado cuenta de que le habían movido sus cosas de lugar.
Médicos del Hospital de Urgencia, consultados por El Desconcierto comentan estar sorprendidos por la evolución de Vicente. Creen milagroso que un paciente con el diagnóstico del joven pueda estar hablando hoy. Por esos días sus padres y hermanas propusieron no quebrarse delante de él. Estaba la esperanza de que se recuperara, y aunque no podía expresarlo con palabras, Vicente siempre supo dentro de él que iba a recuperarse. “Siempre supe que iba a estar bien, nunca tuve miedo de nada. Siempre supe que iba a estar como estaba. Lo sabía porque estaba dentro mío, había que expresarlo no más”.
Sin justicia no hay paz
Mientras Vicente se recuperaba de su primera operación, el general Director de Carabineros Mario Rozas, anunciaba la suspensión del uso de balines de goma como método antidisturbios, pero poco se había dicho respecto del uso de las bombas lacrimógenas como método de dispersión de manifestaciones.
Según datos del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), cerca de 235 personas han sido víctimas de disparos cuyas municiones corresponden a bombas lacrimógenas. En el protocolo dispuesto en la circular N°1836 del Manual de Operaciones de Carabineros, se menciona que el uso de estas municiones debe ser en una “parábola de 45 grados”, es decir, no deben ser lanzadas de forma directa ya que tienen como objetivo dispersar a través del gas y no causar daño o lesiones físicas.
De acuerdo a la Ley de Control de Armas, carabineros debe avisar al menos tres veces antes, a través de altoparlante que se hará uso del gas. Ninguno de los protocolos descritos fue tomado en cuenta por los uniformados al momento de comenzar a disparar lacrimógenas al grupo de primera línea donde se encontraba Vicente.
El 14 de marzo de 2020, desde el Hospital de Carabineros, fue formalizado el sargento primero Cesar Orellana, identificado como responsable de la lesión de Vicente. La formalización estuvo a cargo de la fiscal de Alta complejidad de la Región Metropolitana, Ximena Chong, quien también se ha desempeñado como persecutora en otros emblemáticos casos de violaciones a los derechos humanos en el marco del estallido social, como los de Gustavo Gatica o Geraldine Alvarado, quien también fue víctima de un impacto de bomba lacrimógena en su cabeza.
En la formalización, la fiscal apuntó a que el hecho ocurrió en un sitio eriazo, a un costado del Museo Violeta Parra, donde desde un grupo de carabineros, el Sargento César Orellana de la 40ª Comisaría de Fuerzas Especiales, disparó su lanzagases tipo Stopper para munición 37mm directamente -y en 90 grados- a un grupo de manifestantes, a una distancia de 30,4 metros, impactando el cráneo de Vicente Hernández. El Servicio Médico Legal concluyó que la intervención quirúrgica fue oportuna y que de no ser así, la agresión hubiera sido mortal. Hasta hoy César Orellana no ha sido dado de baja de la institución.
Hasta antes de lo sucedido esa tarde de noviembre, los padres de Vicente jamás habrían imaginado que un carabinero podría estar tan cerca de quitarle la vida a su hijo. Juan Carlos Hernández (52), su padre, fue criado en un ambiente cercano a la instituciones policiales. Su abuelo perteneció a Carabineros, además estudió en un colegio de enseñanza premilitar, donde conservó lazos con sus colegas, quienes hoy, asegura, en su mayoría son parte de las Fuerzas Armadas. Cuando recuerda el momento que envió las fotos de Vicente tirado en el suelo apuntado por un carabinero al grupo de Whatsapp que tenía con sus compañeros de la escuela premilitar, muy pocos de sus amigos le preguntaron cómo se encontraba su hijo.
Por otra parte está la impunidad: “Lo que me preocupa es que esto quede impune, sin que haya un culpable. Cuando pasó esto mucha gente se nos acercó, abogados de DD.HH, mucha gente que quería entrevistarnos y no pasó nada. Mi pregunta es si Vicente hubiese muerto, no habría pasado nada, un mártir más, uno más a la lista y todos siguen haciendo sus cosas”, dice Marjori.
A pesar de que le imputaron cargos por homicidio frustrado y que el tribunal reconoció que se encontraban acreditados los supuestos materiales del delito mencionado, la jueza Carla Capello decretó arresto domiciliario y arraigo nacional para César Orellana. Hoy la familia está a la espera que se finalice la investigación que, producto de la pandemia, se ha extendido más allá de los 120 días fijados en un inicio. “Yo espero que la justicia funcione, yo creo que va a funcionar. Yo creo que la persona, el carabinero que lo atacó va a pagar, esperamos que pague con una gran cantidad de años, pero no se la va a llevar fácil”, dice Juan Carlos.
La nueva vida de los Hernández
Más de una hora duraba el viaje desde Talagante a Santiago que hacía casi a diario Vicente para ir a las protestas de Plaza Baquedano. Las injusticias y la desigualdad no eran ajenas a Vicente. En Talagante la tasa de pobreza por ingresos y también la multidimensional es más del doble que el promedio de la región Metropolitana. “Son las injusticias que uno ve, que te las hacen pasar como mínimas. Te toman de una forma simplemente por haber vivido en un lugar. Uno se da cuenta que unas personas tienen más oportunidades que otras, la desigualdad”, dice Vicente. Meses después volvió a hacer el mismo trayecto, esta vez, para pegar en el G.A.M las fotos en las que aparece en el suelo rodeado de carabineros. Dice que es una manera de mostrar algo que pasó y no salió en la televisión, algo que trataron de “tapar”.
A pesar de la rápida recuperación de Vicente, ha sido un duro proceso para él y su familia. El joven tuvo que pasar por dos cirugías y nueve especialistas diferentes. Los primeros días post operación parecía un niño. Según cuenta su madre y hermanas, él estaba en una etapa donde se veía muy amoldable y que, de cierta manera, les producía ternura ver así a “Vicho”. Con el pasar de los días y el avance de la recuperación, se sentía cada vez más abrumado con las sesiones de terapia y así lo demostraba en su casa; no se guardaba nada con nadie. Marjori comenta que, a pesar de las diferencias de opiniones, siempre han sido muy unidos como familia. El apoyo entre Vicente y sus hermanas ha sido fundamental. Camila recuerda que antes de que le llegara la lacrimógena a su hermano, él se estaba dejando su pelo largo, fue un impacto verse pelado de un momento para otro. Por lo mismo, el día que Vicente regresó a casa ella, en muestra de apoyo, también se rapó.
Para los padres y hermanas de “Vicho”, como lo llaman en su casa, aún es difícil hablar de lo ocurrido. A sus hermanas les cuesta contener las lágrimas cuando recuerdan el episodio. Cuentan que han tenido pesadillas donde recuerdan el traumático episodio. Desde la Fiscalía se les negó el apoyo psicológico a la familia, ya que por ley sólo corresponde darle tratamiento a la víctima y a testigos presenciales. Debido a los costos altos de la terapia, tampoco han podido optar a un tratamiento psicológico particular. Las hermanas de Vicente organizaron una gran rifa que ayudó a paliar, de cierto modo, los gastos de la terapia.
A los pocos meses de lo ocurrido, Juan Carlos, padre de Vicente, fue despedido de su trabajo por “necesidades de la empresa”, luego de 16 años como monitor de calidad. Cuenta que a pesar de que no se lo dijeron directamente, él sabía que lo estaban desvinculando por lo que le había pasado a su hijo. La familia asegura que, a pesar de que muchas personas desconocidas se les acercaron para darles apoyo, otras, al contrario, les dieron la espalda. “Mucha Gente que nunca habíamos visto apareció, nos dio su apoyo. Te sorprende, pero también nos sorprendió mucha gente que decía ser tu amigo, que nos quería, que quería mucho a mi hijo y, sin embargo, ahora ni lo saludan. La familia duele más porque es familia”, relata Marjori.
La madre de Vicente guarda todos los documentos correspondientes al caso de su hijo en una carpeta. En medio de los papeles, hay una foto tamaño carta de su hijo tirado en el suelo con los brazos abiertos mientras el grupo de carabineros lo rodea y apunta. Marjori queda absorta unos segundos mirando la imagen. Es la única integrante de la familia que no ha visto el video del momento en que Vicente fue impactado por la lacrimógena. La madre aún recuerda los acalorados debates que sostenían ella y sus hijos, quienes apoyaban las manifestaciones. Las discusiones terminaban cuando se levantaba ofuscada de la mesa, por el “bombardeo” de sus hijos que. según ella, se daba porque defendía lo “indefendible”. Hoy se emociona al hablar de cómo ha cambiado su forma de ver la vida y el mundo desde ese 18 de noviembre.
“Nunca debí haber pasado por esto para entender que me había equivocado, que las cosas eran totalmente diferentes a como me las hicieron ver, hasta el momento en que le pasó eso a Vicente y comenzar a procesar que me había equivocado y que mi discurso de vida, mira lo que te voy a decir… mi discurso de vida estaba completamente equivocado y errado”, dice.
Hoy las cosas son muy distintas. Marjori admite que desde el episodio, ha cambiado completamente su visión de lo que pasa en Chile. Un gran paso fue asistir por primera vez a una marcha junto a sus hijas para el 8M. Cuenta que al estar ahí se le abrió una puerta muy amplia donde pudo ver realidades muy distintas a la suya. “Mis hijos necesitan ser escuchados, la gente que va a las marchas necesita ser escuchada, el otro lado también necesita ser escuchado. Debe haber un respeto de ambas partes”, reflexiona.
Contra todo pronóstico, a los dos meses del impacto de la lacrimógena en su cabeza, Vicente pudo retomar la actividad física. Aunque aún no ha sido dado de alta por completo de las terapias a las que tuvo que asistir, él cree que mentalizándose, todo es posible y así lo hace pensar porque a menos de un año del incidente, todos los fines de semana recorre largas distancias en bicicleta con sus amigos, incluso, hace delivery para ganar un poco de dinero. Esa capacidad de superación y convicción levanta admiración en sus cercanos. “A veces pienso que si me hubiera pasado algo más grave, no podría hacer todo lo que hago ahora, llegar a los lugares que llego, no lo hubiese podido hacer. Pienso que pude haber quedado peor”, reflexiona Vicente.
Su familia sabe que estuvo muy cerca de no poder contar la historia que hoy relata. Juan Carlos dice que a veces se preocupa por los largos recorridos de su hijo, “a veces dice voy aquí cerca (en la bicicleta) y después resulta que está en La Cisterna viendo a su amiga”. Cuando lo cuenta, hay cierto tono de alivio en su voz y rostro. Marjori dice que en el futuro le preocupa que quede impune el agresor de su hijo, aunque siente alivio de tenerlo a su lado. “Quizás no vamos a lograr que se recupere al 100%, pero sé que va a estar bien con nosotros, así que eso no nos preocupa”, concluye.