Chile es uno de los países latinoamericanos que no regulan el trabajo sexual y mantiene un modelo de reglamentación cuyo objetivo es abolir y criminalizar la prostitución. Si bien ni la Constitución vigente ni el Código Penal la prohíben, tampoco la permiten, por lo que se encuentra en un limbo que anula los derechos de miles de personas que la ejercen en la clandestinidad. Se estima que el 63% de las trabajadoras sexuales son víctimas de violencia verbal, psicológica e intimidaciones y extorsión, y poco o nada pueden hacer para protegerse, pues el sistema no las reconoce como trabajadoras, perpetuando la visión de sus cuerpos como meros objetos de consumo. May (22), Vesania (28) y Melanie (23), tres protagonistas del escenario y dueñas de su sexualidad opinan en este reportaje sobre cómo la falta de regulación y leyes para el rubro influye directamente en el aumento de la estigmatización y la falta de derechos a las que se ven expuestas en su trabajo.
Por Juliana Muñoz Navarro y Carla Yáñez Cornejo*
*Este reportaje fue realizado por estudiantes de tercer año de la carrera de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, en el marco del Taller de Reportajes y Perfiles, impartido por el profesor Franco Fasola.
Han pasado dos semanas desde que May (22) se cambió a su nuevo departamento. En pijama gris, con pantuflas de Yoda y el cabello rojizo recogido en un tomate desordenado, se pasea por el nuevo lugar mientras almuerza –o más bien desayuna– fideos con salsa. Son las tres de la tarde y recién ha comenzado su día. De fondo, se oyen maullidos y Malcolm in the middle en la televisión. Son sus minutos de tranquilidad, y en un par de horas deberá arreglarse para ir, como casi todas las noches, al night club.
May comenta que vive de noche y que por eso sus horarios son agotadores. “Salgo del trabajo a las cuatro o cinco de la mañana y mi día recién empieza como a las dos de la tarde, que es cuando me despierto. A veces desayuno, pero como despertarme a almorzar…no”, dice.
En el pequeño pero acogedor espacio, tres gatos pasean de un lado a otro buscando atención. Mireya, la gata más pequeña, se encuentra en celo y corre por todo el departamento revolviendo papeles, dibujos y dinero en efectivo que hay en la mesita del comedor junto al sillón. Sobre éste, un estante ubicado en lo más alto de la muralla sostiene los libros que May colecciona y atesora por su pasión hacia la literatura.
May comenzó en este mundo como trabajadora sexual virtual (TSV) poco antes del comienzo de la pandemia. A los 20 años ingresó a los café con piernas, en los que estuvo alrededor de nueve meses y, ahora, complementa casi todas las noches su trabajo como TSV en Palladium Glenn, un night club ubicado en Santiago Centro.
Mientras tanto, Melanie (23) y Vesania (28) son roomies hace poco más de año y medio. Las dos son TSV y también dominatrix. Ambas explican el concepto como aquella que cumple el rol de dominante en prácticas sexuales de bondage, disciplina, dominación y sumisión o sadomasoquismo, las cuales se resumen bajo la sigla BDSM. Tienen cinco gatos y comparten piso en un viejo y gran departamento en el centro de la capital. Planean comenzar a trabajar dentro de su propio espacio, por lo que tienen en la amplia sala central del departamento una pequeña colección de indumentaria y objetos que han ido adquiriendo para realizar su trabajo. Tienen también un pequeño comedor junto al colgador de ropa y un equipo de música, y detrás, un espejo con franjas doradas y un tubo de poledance.
Melanie también trabaja en Palladium Glenn, aunque no es lo que más le gusta; lo suyo es el BDSM que practica desde hace dos años. “Yo entré al BDSM por algo estético. Soy punk como de los 14 o 15 años”, comenta. También, le apasiona confeccionar vestuario e indumentaria erótica en el taller de su departamento compartido, el que vende a través de Instagram.
Vesania es actriz, artista de performance, bailarina y cantante. Hace seis años que es trabajadora sexual y parcialmente trabaja en night clubs, dedicándole tiempo por separado a sus proyectos artísticos. Cuenta que partió a los 22 años y, entonces, tenía una doble vida.
“En ese tiempo no daba mi nombre ni mostraba mi cara, lo hacía todo en la clandestinidad. Partí en un departamento con proxenetas, en una página donde todo el sistema estaba pensado en algo que les acomodara a los clientes (…) Las personas que dirigen el negocio todo el rato te quieren hacer pensar que los necesitas; te meten que hay peligro y el peligro, al final, son ellos. Ningún cliente ha sido más peligroso que las personas que manejaron mi sexualidad”, afirma.
Un estudio realizado en 2016 por la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe (RedTraSex) en 14 países del continente, arrojó que el 70% de trabajadoras sexuales entrevistadas señala haber sufrido violencia o abuso de autoridad en el ambiente laboral. La RedTraSex apunta a que el trabajo sexual es un trabajo lícito pero carente de regulación, razón que desembocaría la desprotección y riesgo a la que se exponen sus trabajadoras, por parte no sólo de sus clientes, sino también de quiénes administran el rubro.
“Es algo bien charcha, yo ni siquiera elegí mi nombre, me lo eligieron. Generalmente llegaban puras cabras jóvenes sin experiencia. Una persona que tuviera experiencia iba a cachar altiro que era un pésimo negocio, pero para alguien que trabajaba por 15 lucas diarias, era algo que en ese momento parecía bueno”, agrega Vesania, quien además forma parte del directorio de la organización de trabajadoras sexuales de Chile, la Fundación Margen.
Discriminación y violencia en el ámbito de trabajo
Melanie y May, un poco más nuevas en el trabajo sexual y con experiencias no muy distintas, hablan sobre sus vivencias en cafés y clubes nocturnos.
“Por ignorancia, entré al café pensando básicamente que era como un Moulin Rouge; que yo iba a estar con plumas, que todo iba a ser hermoso”, cuenta May.
Para ella, no fue fácil adaptarse al ambiente de un café con piernas. Los abusos y la sobreexplotación que vivió la arrastraron al borde de un brote psicótico. “En el café me sentía en peligro todo el rato; mi jefe también abusó mucho de mí. Me iba a llorar al baño, a encerrarme a llorar y me preguntaba ‘¿qué weá hago aquí?’ Iba en la calle y distorsionaba la realidad, sentía que en cualquier momento me iba a dar una crisis de pánico”, dice.
La diferencia entre el café y un night club radica en la seguridad y el filtro del cliente que asiste. “Al café entraban hasta los vagabundos de la calle, en el night club existe un consumo mínimo y la copa de nosotras sale desde 25 lucas”, cuenta May.
Melanie coincide en que alguna de las experiencias más traumáticas que le ha tocado vivir como trabajadora sexual también sucedieron en los cafés con piernas, pero presenció y es consciente de los riesgos a los que se ven expuestas junto a sus compañeras en ese ambiente laboral, tanto en night clubs como en cafés.
“Tuve que ver cómo drogaban a una amiga, donde los garzones trabajaban con los clientes para drogarnos (…) El jefe no hizo nada porque, obviamente, el cliente le pasa más plata”, dice.
Ambas trabajadoras coinciden en que el mayor impedimento a la hora de poner límites en su trabajo es el dinero fácil y la falsa necesidad que les han creado.
“Al principio, en el café, yo no me iba con menos de 80 lucas diarias… entonces, tú erís una pendeja que nunca ha ganado esa plata en su vida”, afirma May.
Aun así, Melanie cuenta que le da miedo seguir yendo, pero que es algo muy vicioso; al igual que May y Vesania, no lo recomendaría a cualquier persona: “He visto a muchas compañeras salir súper mal del local porque les dicen gordas o ves que el jefe va y llama a las más lindas y no te llaman. Es una pega jugada”.
La (des)regulación del trabajo sexual
En Chile el trabajo sexual no está prohibido, pero tampoco se encuentra regulado. Esta gran zona gris se ha convertido en la mayor preocupación de las trabajadoras, ya que sin una óptima regulación, se encuentran desamparadas por el Estado.
La situación legal del trabajo sexual es bastante ambigua, ya que sólo se menciona en ciertas materias legislativas. Por un lado, en el Código Penal se sancionan faltas a la moral y buenas costumbres, pero sin detallar qué significa eso, por lo que quedan al criterio de la policía. También, se establecen como delitos la prostitución de menores de edad y la trata de personas con carácter sexual, es decir, captar, trasladar y/o recibir a personas que fueron intimidadas o engañadas y luego explotarlas sexualmente sin su consentimiento.
Javiera Canales, abogada feminista y directora ejecutiva de la Corporación Miles, critica duramente la falta de regulación del trabajo sexual y afirma que es preocupante no contar con ningún resguardo para las trabajadoras, ya que se encuentran en constante riesgo de ser detenidas. “Si bien el trabajo sexual no es un delito tipificado en el Código Penal, igual las detienen por alterar el orden público, la moral, los buenos hábitos… en definitiva, alterar el espacio público”, comenta.
Por otro lado, el trabajo sexual también es mencionado en el Código Sanitario desde la prohibición de ejercer el trabajo sexual en cualquier tipo de establecimiento, ya sea un café con piernas, departamento o cualquier otro recinto. Además, se establece un control sanitario voluntario a quienes ejerzan el trabajo sexual, entregándoles un documento que certifique que no tienen ningún tipo de enfermedad de transmisión sexual. Este procedimiento, que antes era obligatorio, no tiene mucho sentido en la práctica, ya que sólo garantiza que la persona no tenga ninguna infección al momento de emitir el documento.
Debido a esta laguna legal que afecta a las trabajadoras sexuales, es que no se poseen datos de violencia o comercio sexual dentro de los recintos nocturnos. Según la Brigada de Delitos Sexuales de la Policía de Investigaciones (PDI), no existen datos asociados debido a que este trabajo se ejerce en la clandestinidad. Sólo se manejan datos de trata de personas y sobreexplotación, ya que esos sí son delitos tipificados.
Pía Villarroel, dirigenta gremial de matronas y especialista en salud sexo-reproductiva, afirma que hace algunos años las funcionarias de salud recorrían prostíbulos o night clubs con el fin de tener su población bajo control con los exámenes. Hoy, la cosa ha cambiado y, si bien existe un acceso universal a los diversos exámenes de infecciones de transmisión sexual, no hay obligatoriedad.
“En salud se hace sólo lo que está escrito. Se hacen controles preventivos como entregar preservativos, consejería, exámenes de sífilis, gonorrea y cultivos de secreciones uretrales o vaginales, porque también tenemos trabajadoras sexuales trans y trabajadores sexuales varones”, dice Villarroel.
Además, la profesional menciona que la ausencia de regulación de este trabajo es causante de la falta de derechos que afecta a las trabajadoras sexuales. Agrega: “Ni la Constitución ni el Código Penal prohíben el ejercicio de la prostitución, salvo si es menor de edad, pero no lo regula. La mujer no tiene calidad de trabajadora y eso para mí es terrible, porque se le quita la calidad de sujeta al consumo de este cuerpo cosificado”.
Vesania explica que, según su experiencia en night clubs, la mayoría de los que manejan el negocio son hombres heterosexuales o con sesgo heterosexual, por lo que no existe una conciencia en cuanto al trato de las trabajadoras. “Básicamente, los dueños son hombres con poder y los otros hombres con poder con los que podríamos contar, que es la policía, no nos pueden ayudar porque trabajamos en la clandestinidad. Si el trabajo sexual estuviera regulado, la historia sería otra”, dice.
Según un informe de la Biblioteca del Congreso Nacional, frente al trabajo sexual existen tres posturas que pueden adoptar los países: el abolicionista, el reglamentarista, y el prohibicionista.
El sistema abolicionista afirma que la reglamentación de la actividad perpetuaría la injusticia y que la regularización de la prostitución no apuntaría a que no se señale como delincuentes a las trabajadoras, sino como víctimas del tráfico humano. El reglamentarista, en cambio, parte de la base de que la prostitución es una actividad inevitable y que debe ser reconocido como cualquier otro trabajo. Apunta a la protección y prevención de la salud para disminuir el riesgo de contagio de infecciones de transmisión sexual (ETS). Por último, el prohibicionista se entiende como el modelo mediante el cual se considera el trabajo sexual como un delito y se prohíbe tanto su ejercicio como la tenencia de locales nocturnos.
Chile actualmente posee un modelo más bien híbrido: de tendencia abolicionista, pero con rasgos de reglamentarismo. Por una parte, no se permite el funcionamiento de prostíbulos, sin embargo, se les entrega patente de restaurante a cafés con piernas y night clubs con actividad sexual. Además, se consciente la existencia de un control de salud sexual y un registro sanitario, ambos voluntarios.
Villarroel insiste en que el mundo del trabajo sexual se encuentra en una situación muy precaria, ya que las mujeres se sienten desprotegidas y marginadas porque este es un trabajo que no es catalogado como trabajo. “Las trabajadoras sexuales, más allá de intervenciones, necesitan cuidados sexuales y reproductivos, y en ese contexto he tenido muchas mujeres que acuden buscando estos cuidados personalizados porque no se sienten cómodas en el ojo público”, explica.
“La desprotección a la que se ven expuestas las trabajadoras es gigante, ya sea desde un punto de vista sanitario, económico, del patrimonio o en cuanto a condiciones laborales. Finalmente, lo único que hace la no regulación es marginarlas y hacer que el círculo vicioso en el que se ven inmersas termine siendo delictivo, riesgoso y peligroso”, señala Canales.
La abogada agrega que “si un grupo de mujeres contrata un departamento para ejercer su trabajo con mayor resguardo, pero resulta ser atacada, aunque se llame a la policía ellas no son tomadas en cuenta. La ley no las resguarda, no reconoce su trabajo y, en caso de ellas acusar algún tipo de violación, las autoridades prácticamente les dicen que no pueden ser violadas porque ese es un trabajo. Yo misma tuve que asistir un caso donde la víctima vivió esta misma situación e invalidaron sus derechos de víctima”.
Tanto Canales como Villarroel concuerdan en que, para alcanzar la regularización del trabajo sexual, sólo falta voluntad y Estado.
“Ya es un obstáculo gigante no tener un reconocimiento en la actual Constitución y es aún peor que se dependa del borrador para asegurar derechos humanos, porque los derechos sexuales y reproductivos son derechos humanos”, manifiesta Villarroel.
Tomar el control
Si bien el mundo del trabajo sexual está mayoritariamente manejado por y para hombres, sus usuarias han logrado nadar en contra de la estigmatización y precarización de su trabajo, llegando a utilizar a su conveniencia las posibilidades que éste les entrega.
Para May, este es un mundo donde se puede sacar mucho a favor si así se desea, especialmente siendo TSV. Asegura que su lugar seguro es el trabajo virtual, ya que lo disfruta más y se ha convertido en un proceso de constante desarrollo personal. “Cuando hago el contenido para los clientes, no pienso en mi público; me tiene que gustar a mí y se nota cuando tú la estai pasando bien y disfrutai lo que estai haciendo”.
“Una vez me pagaron como 20 lucas por un video donde me probara outfits y dijera lo que me gusta del outfit, sólo eso –comenta entre risas, y agrega– Yo dejé de cuestionarme si estaba bien que un loco me pagara 10 lucas por mandarle un video diciendo su nombre, porque quién soy yo para juzgar que le guste eso. Sí él me quiere pagar, pa qué voy a pensármelo tanto”.
May describe su transición del café con piernas al club nocturno como liberadora y afirma que fue la mejor decisión. “El night club sí es más como lo que yo pensaba del Moulin Rouge, la wea artística siempre está presente. Acá hacen shows y es bacán, porque si tú querís bailar, podís hacerlo (…) te dan la posibilidad de que tu lado artístico también esté presente, que no sea sólo pega o vacile”, explica.
Además, comenta que es reconfortante trabajar en un espacio donde exista un respeto por ellas, que no se les trate como objetos y que haya un interés real. “En el night club te pagan por querer conversar contigo, entonces es como ‘ya, me siento otra wea’ porque yo no pagaría 25 lucas por conversar con un loco”, cuenta.
Y si de cambios y oportunidades se trata, May incluso colaboró con una amiga en un video musical propio y, tiempo después, fue invitada a participar en el video de “Bichiyal”, canción de Marcianeke y Cris MJ. “Nunca había salido en videos, estaba muy nerviosa”, comenta.
Melanie y Vesania disfrutan del erotismo. Ambas lo vinculan con su afición al arte y definen la dominación como una performance que establece un vínculo más profundo y de confianza con sus clientes, a través de su misma vulnerabilidad. Melanie considera que el BDSM y ser dominatrix en nuestro país es un tema mucho más tabú que el sexo normal. “No se habla de que esto es un trabajo para nosotras”, comenta.
Si bien, para Melanie el night club es un trabajo seguro que para ella siempre estará ahí, afirma que ser escort no le toma mucho. Cuenta cómo le gusta jugar con su aspecto y trascender a través de sus personajes: vestir de negro, usar látex, maquillaje y pelucas.
Fuera de personaje, luce cabello corto, cejas decoloradas y lleva tatuajes en su frente y cuello: “Si hubiese ido a buscar pega así al night club, ni cagando me hubiesen dejado”, dice entre risas.
“En los night clubs se nota mucho la hegemonía en la búsqueda de la belleza (…) Prefiero infligir placer a una persona a través del dolor; que me esté dando su consentimiento y que, más encima, me pague, a tener que involucrarme sexualmente con un cliente a través de la penetración”, agrega.
Melanie agenda sus citas a través de redes sociales, con abono y formulario previo. La tarifa varía dependiendo de los fetiches del cliente y lo que ella esté dispuesta, quiera y le guste hacer. La gestión y el desarrollo del trabajo es completamente propiedad y a disposición de ellas: “Trabajo en moteles igual. He ido dos veces a casas de clientes y el último trabajo lo hice acá. Como ya tenemos más indumentaria, podemos hacer BDSM en la casa”, dice.
Tanto Melanie como Vesania están de acuerdo en que, para ser trabajadora sexual de cualquier espectro, se debe estar bien emocionalmente. Sin embargo, no niegan el hecho de que las consecuencias de la falta de regulación y la desprotección de sus derechos laborales han hecho que el espacio laboral, indiscriminadamente, sea significado un punto de exposición y peligro para mujeres que realizan este tipo de trabajos.
“Me da rabia que el lugar que elijo como trabajo no tenga las condiciones mínimas como respeto, sanidad, salubridad y seguridad social (…) Ahora, la solución para nosotras tampoco es eliminar estos lugares porque por algo vamos. Yo prefiero que me paguen por bailar y verme regia en un escenario que estar encerrada en un supermercado”, dice Vesania.
A mediados de 2019, la Fundación Margen y la ONG Activa promovieron con parlamentarios una iniciativa de ley en defensa del trabajo sexual, sus trabajadoras y sus derechos. La propuesta se cimentaba en la garantización de los tres grandes conceptos de libertad, seguridad y dignidad para sus beneficiarias. Sin embargo, la propuesta jamás rindió frutos ni tuvo continuidad.
Vesania afirma que el apoyo de políticos, cuando lo hay, suele extinguirse rápidamente, ya que sus causas “no son consideradas como prioridad o parte de la agenda mundial”, por lo que el interés y preocupación por ellas se ve constantemente desplazado por otras materias aparentemente más urgentes.
“Hay muchas cosas que cambiar, pero no van a cambiar si se sigue viendo el trabajo sexual como algo que no debería existir o algo dañino, porque en este trabajo lo menos dañino es el sexo”, sentencia Vesania.