Hubo una persecución. Me llevaron presa a mí y a mi mamá, pero a ella la sacaron al tiro. A mí me tuvieron 227 días. Después nos trasladaron a la cárcel de mujeres, a un patio que se llamaba “presas políticas”. Hubo mucha tortura. Nosotras fuimos violadas, maltratadas. Nos deben haber violado hartas veces, y más como éramos cabras jóvenes. En ese entonces tenía 18 años. Nos metían en un cuarto, con la vista vendada y ahí nos golpeaban. Fue terrible desde el momento en que te toman detenida. Todas éramos basura para ellos. No hay mujer que haya sido presa política que diga que no fue violada.
Me detuvieron porque mi papá era tesorero del sindicato de los suplementeros, con la señora Mireya Baltra, y obviamente por ser comunistas. Nos trataban de escoria, nos decían que éramos putas.
Hambre. No comíamos por cuatro, cinco días. De repente nos tiraban un pan y, si es que, un pan blando, porque nos tiraban pan duro, como a los ratones. Lo más terrible es cuando te tienen en la DINA torturándote. Un día podías estar en esta población y al otro día en otra, porque te iban trasladando y torturando.
Otra de las tantas formas de tortura era cuando pasaban los videos de los muertos, porque todos los comunistas eran una escoria para ellos. Cuando fue el Golpe de estado, yo estaba en mi casa a las 11:00 de la mañana. No podía meterme en la cabeza que un hombre, siendo edecán del Presidente Allende, podría haberlo traicionado, a él y a la patria.
No tuve miedo: si había que morir, se moría. Yo nunca supe en qué lugar estaba, ni qué hora era. Me quebraron la nariz y tengo quemaduras en las rodillas por los cigarros. Incluso vi a uno que le decían “El Camión”, y me dijo: “Mira, mierda, si alguna vez me ves en la calle, si es que estás viva, te voy a matar ahí mismo”. Yo me hacía la tonta, como que no me estaba hablando a mí. Pero sufrí mucho por todos esos comentarios, porque después me pegaban más fuerte si no ponía atención a lo que me decían.
Cuando salí de la cárcel, llegué a pesar 39 kilos porque adentro no había qué comer. Si te iban a dejar cosas, sólo era una vez a la semana, y lo que te iban a dejar eran dos panes y un pocillo de comida, pero eso se quedaba en la cárcel, no lo entregaban.
Ahí conocí a la esposa de Víctor Jara: estuvimos presas juntas. Nos tenían días enteros al sol, sin tomar agua, sin comer y con la vista vendada. Incluso me salvé de un grupo que iba para el sur, porque no cabían más en el camión. En realidad, no se sabía si ibas para el sur o si te llevaban a matar. Se tuvieron que meter los de Derechos Humanos a la cárcel para ayudarnos y con ellos nosotras pudimos salir.
Después que tú sales de la cárcel sigue la persecución. Anduve en Chillán arrancando, en los cerros y en los techos de las casas. Andábamos un grupo como de 30: dormíamos en carpas en los cerros y nos teníamos que andar cambiando de punto, cosa de que no nos encontraran. Anduve así cuatro años.