Yo era militante número 223 del Partido Comunista. Me encontraba el 10 de septiembre de 1973 en la sede donde militaba, cuando de un momento a otro uno de mis compañeros mayores nos dijo: “Retírense de aquí, esto se pondrá feo”. Pero no le hicimos caso. En ese entonces, nosotros queríamos y admirábamos mucho a Salvador Allende; para uno, él era lo máximo… Esa medianoche supimos que Valparaíso había sido tomado por los militares, ¡Había comenzado el Golpe!
A la mañana del 11 ya sabíamos que los militares se habían tomado el poder. Fui a una bodega que pertenecía a la sede de la calle Madrid, entre Copiapó y Porvenir, si no me equivoco. Me presenté porque había que luchar en contra de lo que estaba pasando. Dentro del comité, recibimos la orden de dirigirnos a la calle Porvenir, casi llegando a Portugal. Ahí estaban todos mis compañeros reunidos. Había armas y un montón de cosas… Le pregunté a uno de mis dirigentes qué iba a pasar.
—Mire, compañero, tenemos que esperar las órdenes del Comité Central –me respondió.
—Pero compañero, ¿cómo se le ocurre? —le dije sorprendido— Están bombardeando La Moneda, ¿y usted me viene con esto?
Él me miró y asintió.
Luego, me pasó una pelota y me dijo: “Tome, aquí tienes una pelota para que juegues con los compañeros”. Su reacción me dejó perplejo, me pareció completamente absurda. En ese momento, con mis compañeros decidimos irnos, con la intención de llegar a nuestras casas, pero en el camino me desvié hacia la sede que quedaba en Madrid, donde yo militaba. Iba con la intención de conseguir los carnés de los militantes, y aunque en el camino me di cuenta que ya había militares custodiando la zona, eso no me frenó y continué. Afortunadamente, conseguí varios. Después, me fui a la casa.
Cuando llegué, mi familia, que ya se había informado de lo que estaba pasando, estaba quemando la propaganda de Allende y todo lo que tenía relación con el Partido Comunista, ¡Había que quemar… quemarlo todo!
A los días me enteré de que muchos de mis compañeros que se quedaron esperando órdenes del Comité Central fueron asesinados, y muchos arrestados. ¡Yo me salvé!
En ese momento pensé que esto era injusto: los grandes dirigentes se arrancaron y nosotros, los cabritos, nos quedamos sin saber qué hacer. Recuerdo cuando estuve dentro de la bodega llena de armamentos, pensé que esto no nos serviría de mucho… de varios que estábamos dentro de la bodega, solo unos pocos sabíamos cómo usarlo, y los que sabíamos éramos aproximadamente 20, en un espacio donde éramos como 100 compañeros militantes.
Al poco tiempo tuve que arrancar. La persecución de los militantes comenzó al otro día. Afortunadamente quemé varios carnés junto al mío y unos libros con registros de los militantes, por lo que fue difícil que me acusaran de ser comunista. Terminé viviendo junto a mi pareja en Limache, donde mi tío nos recibió en su casa. Ahí me di cuenta de que nada sería como antes…