Había pasado una semana más o menos del golpe, pero seguíamos con toque de queda estricto. En el antejardín de la casa mi papá plantó cuatro arbolitos, donde instaló una banquita. Un día de esos, tipo 16:00, mi papá y mi mamá salieron para sentarse en ella y a la siga salió mi hermano Carlos (de 18 años), mi hermana Angélica (de 15) y yo. Nos sentamos en la vereda los tres y mis papás en la banca. No andaba nadie, cuando de repente, en la esquina vimos que pasó una tanqueta. Jamás pensamos que se devolvería y doblaría en nuestra calle. No alcanzamos a pararnos, cuando mi papá nos agarra con fuerza del brazo para entrarnos, es ahí cuando sale un milico por la escotilla de arriba apuntándonos con el fusil

Jorge Jorquera junto a su padre
–¡Qué están haciendo en la calle! ¿No ven que hay toque de queda?¡Váyanse para adentro, mierda! –nos gritó desde arriba.
En ese momento, aterrorizados, mi mamá nos empujaba por la espalda para entrarnos, cuando escuchamos una sola orden que nos erizo la piel: “¡Tú, te quedas aquí!”.
No sé en qué momento se bajó el milico que le dio esa orden a mi papá; no puedo explicar la sensación de terror que todos sentimos.
El milico le exigió a mi papá que se sentara de rodillas con las manos en la nuca mirando hacia la casa. En ese momento, mi corazón se paralizó y llorábamos al pensar que lo fusilarían. El milico se acercó por detrás y le dio una patada por la espalda, dejándolo en el suelo, y sin dejar de apuntarle la cabeza con el fusil, le dijo:
—¡No te da vergüenza, teníh’ cabros chicos! ¡No los quiero ver más en la calle, ¿entendiste?!
Mi papá, paralizado respondió: “Sí, señor, nunca más”.
El milico se subió a la tanqueta y mi papá, con dificultad, se levantó del suelo, adolorido y con el miedo en las venas. La tanqueta partió y se fue. Apenas entró, corrimos a abrazarlo como nunca. Salieron mis hermanos que miraban expectantes por la ventana. También se imaginaron lo peor y se sumaron al abrazo que nos hizo romper en llanto.
Nunca más salimos. Mi papá era el único que temprano salía a hacer largas filas para comprar comida y se devolvía más que rápido con el temor de que le volviese a ocurrir, pero esta vez, con menos suerte.