Lo primero que se me viene a la mente cuando me dicen “dictadura” es ese mismo día, la mañana del 11 de septiembre.
Mi madre entró a mi pieza y dijo: “Lindo, no vayas al colegio. Hay un golpe militar en progreso”, y partió de vuelta a la pieza de mi papá. Yo me quedé un rato mirando el techo y pensando: “¿Qué significará esto?”. Después me levanté y caminé hacia la habitación en la que estaba mi padre, hablando por teléfono. Él era Radomiro Tomic y había sido candidato a Presidente de la República el año ‘70.
Mi padre hablaba con el partido Demócrata Cristiano. Lo llamaban para decirle que no sólo había un Golpe de estado en curso, sino que también el grupo Patria y Libertad, el grupo de extrema derecha, venía a quemar la casa.
Nos juntamos los cuatro en una pieza y allí, el carabinero de punto fijo que teníamos afuera como protección, entró para avisar que le habían dado órdenes de dejar la casa. Nos preparábamos para lo peor: un montón de gente llegando a incendiar nuestro hogar.
Algunos de mis hermanos ya habían salido a trabajar y mi madre comenzó a llamarlos por teléfono. Así, empezamos a hacer una “ronda”, llamando a todas las personas queridas y cercanas, también las conocidas, para saber cómo y dónde estaban. Esto duró una hora y media. Fue entonces que comenzó el bombardeo a la casa de Salvador Allende, en la calle Tomás Moro, que estaba no tan cerca de la nuestra, pero podíamos oír a los aviones hawker hunter que sobrevolaban y bombardeaban, y también se sentía el avión a chorro.
Así transcurrió la mañana. Mi hermano “Ocho” (Juan Cristóbal) quería ir a Cordón Cerrillo, a participar de la defensa de las empresas de parte de los trabajadores, pero mi papá lo convenció de no ir (aunque, claro, terminó por ir otro día).
Ese es el recuerdo más vívido: un día plagado de incertidumbre, un día que cambio mi vida por el resto de los tiempos.