Prefiero esta televisión —conectada con la realidad— a la chatarra anterior de los reality y los programas de farándula. Ya llegará el momento de analizar qué responsabilidad ha tenido la televisión en la formación de ese chileno saqueador que nos tiene conmocionados; ese pillo aprovechador que se le ocurrió la idea en cualquier parte menos en la tele.
Me llegó un email que me pedía firmar y hacer circular lo que allí se afirmaba.
Imagino que quien me lo mandó sospechaba que estaría de acuerdo con el texto, lo que luego se traduciría en un entusiasta reenvío de la carta a todos mis contactos.
Mala suerte para el emisario, estoy en el bando contrario.
El tema de fondo que motivaba la misiva era la profunda molestia que tenían los “abajo firmantes” por “la forma en que los canales de televisión han dado cobertura a la tragedia que ha enlutado a nuestro país”. Para dejar en claro su punto, expresaban que “por razones que evidentemente tienen relación con el rating de los canales, éstos han enfocado sus transmisiones en lo peor de este horrible desastre, repitiendo una y otra vez las mismas escenas de desolación, dolor, impotencia y destrucción”. Y cerraban diciendo: “Instamos con fuerza a que los medios pongan toda su plataforma comunicacional al servicio de una reconstrucción anímica, individual y colectiva, en aras de no hacer aún más cruenta esta tragedia y promover un pronto apaciguamiento de los ánimos”. En síntesis, la televisión chilena sería –según este grupo de televidentes- parte del problema y no de la solución.
¿Qué mostraron? Lo que estaba ocurriendo. Tan simple como eso. Y se lo mostraron a las audiencias que son a quienes sirven. Y de paso se lo mostraron a las autoridades para que supieran lo que pasaba y reformularan sus equivocadas estrategias iniciales que subestimaron la tragedia.
También se lo mostraron al mundo, para que aquellos que ofrecieron ayuda y que en un primer momento fueron desoídos, insistieran en mandarla. Y claro, mostraron la desolación porque el paisaje era desolado, y el dolor porque la pena era, es y seguirá siendo profunda.
Y la destrucción y la impotencia de quienes no alcanzaron a salvar a sus seres queridos porque el agua se los llevó con crueldad y sin aviso. Perdón, con aviso…
La televisión, por “razones de rating”, envió a sus reporteros y camarógrafos 48 horas antes de que llegara cualquier ayuda y levantó sus antenas para enfocar los rostros de los afectados y de paso permitir que todo un país se pusiera en los zapatos de sus compatriotas.
No firmé el email. Por el contrario, en esta pasada, celebro lo que ha hecho la televisión. Prefiero sus metidas de pata a la autocensura paternalista de esconder el dolor porque así disminuimos la pena.
Prefiero esta televisión —conectada con la realidad— a la chatarra anterior de los reality y los programas de farándula. Ya llegará el momento de analizar qué responsabilidad ha tenido la televisión en la formación de ese chileno saqueador que nos tiene conmocionados; ese pillo aprovechador que se le ocurrió la idea en cualquier parte menos en la tele.
Si no hemos tomado conciencia de un dato empírico, le recuerdo a los “abajo firmantes” que en la región afectada no hubo luz por varios días, por lo tanto los frescolines detestables que arrasaron los supermercados no salieron a la calle después de apretar el control remoto. Entonces no nos equivoquemos. Lo que hace hoy la TV es exactamente lo que tiene que hacer. Está en su mandato, en su línea editorial, en su ADN, difundir noticias cuando lo que se requiere son noticias y también hacer Teletones y emocionar a los ciudadanos para que vayan al banco, cuando todo el país decide que esa es una fórmula adecuada para conseguir ayuda.