Entrevistas

Roka Valbuena: “Lo más importante del periodismo es la creatividad”

Por ~ Publicado el 16 julio 2016

Sus caras y gestos son delirantes. Sus preguntas, aún más. Alejado de los cánones académicos y de la “siutiquería del periodismo engrupido”, Roka Valbuena entrevista buscando lo absurdo. Para El Giornalista valen todas las preguntas y formas: cantar, beber alcohol o averiguar el mall al que va su invitado. Tras vivir cinco años en Argentina, donde trabajó con Jorge Lanata, surgió su enemistad con el periodismo chileno, tan preocupado, dice, por la credibilidad. “¿Te imaginas a Fernando Paulsen dándole una palmada a una vedette y luego haciendo una entrevista?”, interroga reflexivamente.

Roka Valbuena. Foto de Marcelo Salazar.

Roka Valbuena. Foto de Marcelo Salazar.

Sentado, con gorro verde y un cigarro en su mano derecha, Roka Valbuena prepara su respuesta. Se nota que pocas veces lo han entrevistado y por ello prefiere la humildad. Eso lo lleva a tomar aire, pensar y lanzar algo que quizás muchos colegas no acepten por miedo a quedar mal. “Siendote sincero, no sé mucho de periodismo”.

Cuando se le explica que no, que la idea es hablar de su programa de entrevistas, cambia de actitud. El Giornalista debutó este año en la parrilla programática de 13C con un formato donde todos es cancha. Como preguntarle a Camilla Vallejo si de verdad los comunistas comen guaguas. Donde saber qué siente Hermógenes Pérez de Arce cuando ve una camisa dentro de un pantalón es tan relevante como si Jorge Edwards se siente erótico. En media hora alcanza a tomar whisky, ver una Playboy y entonar una canción de misa con Benito Baranda. En segundos, logra que Giorgio Jackson confiese que va al Parque Arauco.

Valbuena lo define como “la competencia ridícula y artesanal de El Informante”. Jala el gatillo. “Porque El Giornalista lo odia. Somos enemigos”, dispara para aclarar que la bala se dirige más a la gravedad con la que se hace periodismo en Chile. “Las caras, las palabras, todo comunica un afán por la seriedad que me parece tonto”, dice.

Si le piden ejemplos prefiere contar su experiencia en Buenos Aires, donde vivió entre 2006 y 2011. Allá trabajó en Crítica de la Argentina, el diario fundado por Jorge Lanata y que, como muchos medios al otro lado de la cordillera, quebró a los pocos años. “Allá es distinto porque el periodismo serio es delirante. Vi a Lanata hacer un monólogo fumando, con vedettes a su lado, y nadie se espantó. Fue creativo, lo que aquí está vetado”.

El contraste de las experiencias periodísticas hace que se embarque en esta ruta que lo tienen sentado, con gorro verde y un cigarro en su mano derecha hablando de lo poco que sabe de periodismo y adentrándonos a lo que venimos: El Giornalista.

―¿Por qué en italiano?
Si miras el Twitter de Matías del Río, la única descripción que tiene es “Giornalista”. De hecho, uno de los entrevistados que viene es él, porque el programa es en honor a esta siutiquería del periodismo engrupido.

―¿Te parece malo ese tipo de periodismo?
Sí, porque no es creativo. Hay una necesidad por volverse profundo que entorpece el acceso a la realidad. Una obsesión enfermiza con la credibilidad. Un ejemplo. Si le digo al tipo que se agache y salga de una mesa para decir “hola, soy Juan Manuel Astorga”, seguro me dirá que estoy loco.

―¿Bajo qué criterios eligen a los entrevistados de El Giornalista?
Son tres. Primero, que sean pensantes. Segundo, que tengan una pequeña propensión al delirio. Por último, que haya una tolerancia a alguien que pueda parecer light o, de frentón, un estúpido. Porque hay quienes no toleran una pregunta tonta y quieren saber cuánto queda.

―¿Hay quienes no serían invitados?
Alguien aburrido. Que no tenga capacidad de juego. Suponte, estuve nervioso cuando entrevisté a Camila Vallejo porque el tipo de prensa exigía que no le preguntáramos de esto y aquello. Además, nos pidió todas las preguntas. Pensamos que era una histérica y al final fue buena onda. Relajada, jugaba a lo nuestro.

―¿Cómo explican su programa?
Como una entrevista relajada, con destellos de humanidad y actualidad. Es un cuestionario con acceso al juego y, en ciertos momentos, a la verdad.


SEDUCCIÓN PACTADA

―Hay elementos que llaman la atención, como aplaudir algunas respuestas. ¿A qué responde esa decisión?
Te debe pasar como entrevistador que te dicen una frase increíble y se te abren los ojos. Pero uno no lo dice. Es también, inconscientemente, el reclamo contra el periodista grave urgido por su credibilidad. Encuentro que aplaudir una buena respuesta es saludable para la entrevista. Genera honestidad.

―Otra cosa interesante es que presentas a tu entrevistado diciendo que veranea en Con Con. 
La presentación, que son cuatro frases, debe ser chupamedias. Ponte tú: “Giorgio Jackson, el niño maravilla del Congreso. Alexis Sánchez con ideología, una leyenda en las manifestaciones…”. Luego, un palito entre medio: “Levemente siútico. Pésimo cuidado de piel, pero eso no lo…”. ¿Cachai? Es como bamboleante.

―¿Lo tuyo es ironía, burla, o periodismo teñido de humor?
Siempre me ha interesado el lado absurdo, que es totalmente legítimo porque revela. Como en esas entrevistas donde un tipo cuenta que cuando toma té le encanta sacarse los zapatos. El entrevistador hace una finta. “Más allá de eso…”, y comienza con otra cosa. Y no po, esa parte es muy valiosa. ¿Cuál es su comunicación con los zapatos? Es una tontera con significado.

―¿En el periodismo serio lo absurdo no tiene cabida?
Nada. No es que tenga algo en contra del Premio Periodismo de Excelencia que entrega la Alberto Hurtado, pero se debería valorar más la creatividad que la primicia descomunal.

―¿De qué forma?
Por ejemplo, un premio a los mejores titulares o a la pregunta del año. No tiene por qué ser todo tan rimbombante. Como el que descubrió la bomba bajo la cama, llegó primero que nadie y se ganó el premio con el efecto de que cayeran ocho diputados. Eso deja de lado que lo más importante del periodismo es la creatividad. El lector, el auditor o el que sea siempre agradece una forma innovadora de presentar un contenido. La renovación en Chile no tiene lugar.

―¿Te molesta eso?
Sí, aunque no oculto mis esperanzas de que cambie. Cuando vuelves de una entrevista lo primero que te piden es la frase, el titular para derrumbar. Y de repente no lo hay.  Quizás, lo más importante fue que tu entrevistado se despidió, cruzó la calle y se desorientó. O que se quedó sentado comiendo maní. Es tanta la urgencia por la primicia que se monopoliza la calidad.

―¿Y cómo rompemos ese monopolio?
Haciendo algo legítimo, sin mentir. Poniéndole color. No es exagerar la información, sino que jugar con las herramientas. ¿Por qué hacer una nota con 25 fuentes? ¿Para meterlas apretadas en un bombardeo de frases sin ninguna conexión ni estructura?

―¿Qué intentas obtener con tus entrevistas?
Que el entrevistado sienta que se le quedó un pedazo del alma en la silla. Eso de que se pare medio aturdido y pregunte cuándo sale esto. Recuerdo que Gonzalo Cienfuegos terminó y se desahogó con un “lo que hay que hacer en la vida”.

―Le pasó algo con la conversación. 
Claro. Busco que no sean de esos que responden con una cubierta y que, mientras se despiden, sientes que salió inmune. Yo no quiero que el tipo se desangre, pero sí que se abra. Que sea capaz de decir algo que tiene reservado en su intimidad. Yo noto esas reacciones. Cuando terminó la entrevista, Jorge Edwards preguntó si el programa salía en la tele. Se dio cuenta que alguien iba a verlo y tal vez pidió que no lo cagáramos, pese a que no dijo nada terrible.

―También realizas entrevistas para distintos medios de prensa escrita. ¿Son similares a las de la televisión?
Sí. Es la misma metodología, aunque se produce más interacción porque tienes momentos de igualdad con el entrevistado. Hay quienes les cargó.

―¿Como quién?
Marcela Sabat. Fue para La Segunda. A la tercera pregunta me alegó por cómo iba nuestra conversación. “¿Esto es La Segunda o La Cuarta?”, me dijo. En una me mostró una nota de ocho líneas que le hicieron en LUN, con una foto en que salía increíble. “Esta sí que es buena”, me encaró.

―Como si lo tuyo era un fracaso.
“¿Qué interesan mis complejos?”, me decía mientras ponía caras. Cuando hablamos de si estaba enamorada del amor me preguntó cuántos años tenía, porque parecía de cuatro.

―¿Y qué pasó con esa entrevista?
Se publicó. Me llamó como a los dos minutos que salió en el diario. Me encaró con que no tenía sentido común.

―¿Qué te pasa con esas reacciones?
Igual las entiendo, porque se piensa que los periodistas debemos cuidar a los entrevistados.

―¿Y debemos hacerlo?
No, es absurdo. ¿Por qué le debo hacer un masaje? Que se cuide solo. Marcela Sabat tenía un lenguaje de entrevistas y otro coloquial. Conmigo aplicaba el primero para, súbitamente, cambiar al segundo. Cuando lo vio publicado me retó porque, supuestamente, era para mí. ¡Cómo va a ser para mí si tenía la media grabadora bajo la nariz!

―Si no lo debe cuidar, ¿qué debe buscar el periodista con su entrevistado?
Que te digan algo parcialmente importante y que no genere gusto. Es delicado, porque pueden alegar que mi idea es que queden apestados. No es eso. Necesito que ellos dejen algo y noten que no es tan terrible hacerlo. Tampoco se trata de humillarlos. Soy fiel a que una entrevista es una “seducción pactada”. No pueden ser dos acorazados conversando por nada.

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SOLTURA

―Para El Giornalista, ¿tuvieron referentes anteriores o descubrieron algo nuevo?
Además del “odio” a El Informante y Juan Manuel Astorga, que no es real porque lo conozco, quise tener tips de Between Two Ferns. Es un programa humorístico de entrevistas con invitados espectaculares, llegando a tener sentado a Obama. La gracia es que el entrevistador, Zach Galifianakis, se muestra más aburrido que la cresta. Como si lo acabaran de sacar de una borrachera. Una chistosa fue la que le hizo al pendejo canadiense que canta. ¿Cómo se llama?

―Justin Bieber. 
Es para cagarse de la risa. Le pregunta si su mamá lo reta, porque debería hacerlo. Luego, lo agarra a correazos mientras le dice que todo el país quiere hacerlo.

―¿Cómo defines el tipo de periodismo de El Giornalista?
Sencillo. Todas las tonteras que se preguntarían en un asado.

―¿Ves este formato en televisión abierta?
No. Aunque el canal se ha portado bien con nosotros, dándonos libertad y jamás sugiriendo maneras de encarar a un personaje, imagino que en uno abierto todo se vuelve mediatizado. Yo abrazo a mis invitados y cuando lo hago siento que todos se preguntan si de verdad los entrevistaré. Parezco fan o psicópata. Eso no lo permitirían en la televisión abierta.

―”Somos El Giornalista y no juzgamos a nuestros personajes”. ¿A quién va dirigido ese mensaje?
Eso nació cuando presentamos el piloto al canal. Dijimos que lo haríamos con Hermógenes Pérez de Arce y nos miraron raro. De hecho, nos ofrecieron otro con Tomás Moulian. Aclaramos que no nos interesaba juzgar a nuestros entrevistados. No pararé a quien quiera decir que Pinochet no ha muerto. Quiero personas interesantes aunque sean taradas. Lo importante es que exista una línea de pensamiento.

―Roka, ¿hay preguntas tontas?
Como dice Juan José Millás, las preguntas tontas siempre generan respuestas inteligentes, mientras que las inteligentes llevan a no respuestas. Si dices algo tonto, pero informativo, siempre aporta.

―¿Hacen falta preguntas así?
Urgente, por favor. Necesitamos un baño de tonteras para relajarnos. Hacen que el periodista se suelte y genere creatividad, que hace falta. ¿Por qué Lanata puede fumar una cajetilla entera en un estudio de televisión? Porque es suelto. No le importa si eso afectará su credibilidad. ¿Te imaginas a Fernando Paulsen dándole una palmada a una vedette y luego haciendo una entrevista?

―No. Lo perjudicaría. 
Para mí no. A mis ojos, eso lo sube. Se vuelve humano, auténtico e impredecible.

―¿Eso falta en los colegas? 
Sí. Despeinarse.

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