Por Francisco Ortega.

El sábado, junto a una inusual lluvia con 30 grados de temperatura, truenos y relámpagos, murió Miguel Serrano. Curioso. Él decía (me lo dijo en una entrevista) que lo que más amaba de Chile era la Cordillera de los Andes, que le gustaba mirar hacia el este, tratando de concentrarse en las noches de verano, cuando estallaban tormentas en las alturas de nieves eternas. Tal vez fue una de esas tormentas, la que vino a despedirlo.
Siempre es complicado hablar (o escribir) de Miguel Serrano. Su nazismo recalcitrante, sus opiniones extremas, sus salidas de madre, su negación a procesos históricos, su mesianismo hitleriano, lo ponen de inmediato en la otra orilla, esa que hace oídos sordos a la calidad literaria sumergiéndola bajo el telón de la ideología. Hace tiempo, un amigo escritor, me decía, a propósito de Serrano, “su negación a las victimas del holocausto es lo mismo que Neruda, Volodia o García Márquez declarando que nunca se atentó contra los DD HH en Cuba o la ex Unión Soviética. Así, desconocer la obra de Serrano sólo por su apego al nacional socialismo es una soberana hipocrecía”. Y claro, desde la mirada facilista uno puede declarar que efectivamente es una hipocrecía, pero el nazismo es distinto, porque la carga racista, abiertamente exterminadora y éticamente maligna que acarrea, le da un peso muy difícil de levantar. Además en una perspectiva maniqueísta, los nazis son los grandes villanos del siglo XX, nuestro propio Imperio Galáctico y ante esa lectura ética en nuestro disco duro, nadar contra la corriente arriesga siempre pagar un alto precio. Y Serrano lo pagó.
Aunque los más dagnificados hayan sido sus posibles lectores.
Es probable que Miguel Serrano haya sido uno de nuestros mejores narradores pero cuando la historia es la que juzga, el arte da lo mismo. Sin embargo el Serrano narrativo era un animal tremendo, tal vez el único de nuestros escritores que en verdad se la jugó por construir en su prosa un universo imaginario chileno, una mitología que pudiera competir a la par con un Tolkien o un Lovecraft. Serrano dio hace más de medio siglo, el discurso narrativo que hoy autores como Fran Solar, Jorge Baradit, el equipo de Mythica Ediciones, Bisama y tantos otros (incluyéndome) han (hemos) predicado. Vivimos en un país fantástico, una nación forjada por sociedades secretas, habitada por seres extraordinarios, donde sucesos inusuales como un proto-internet socialista y militares abducidos por extraterrestres en plena dictadura militar conviven perfectamente con un lúcido poeta y narrador convertido en el último valuarte del nazismo esotérico.
Conocí a Miguel Serrano hace 4 años, para Rolling Stone quise hacer la entrevista definitiva. Antes de aceptar la entrevista, me entrevistó él, en su casa museo frente al Cerro Santa Lucía. Y hablamos del sur, de la cordillera de los Andes, la Tierra Hueca, el Nuevo Orden Mundial, de la Patagonia, el Santo Grial, la Ciudad de los Cesares y el volcán Melimoyú. De hecho la historia que él me contó de esta cumbre es la que me sirvió para reescribir el final de El número Kaifman. Nos juntamos tres o cuatro mañanas, siempre tomando apuntes porque no le gustaban las grabadoras-. Paranoico como Fox Mulder, veía agentes secretos en todas partes. Al final no quiso sacarse fotografías, razón por la cual la entrevista se fue dilatando hasta que nunca se terminó, ni fue publicada. Tengo la mitad escrita, la otra en apuntes, tal vez ahora sea un buen momento para venderla a algún medio. ¿Alguien se interesa? Y en una de esas jornadas. Hablamos de su muerte. Hago copy paste de esas preguntas.
–Ha pensado en la muerte
“No demasiado, hace muchos años que la muerte ya no es un tema para mí. La muerte es un evento detonante, no muy distinto que un nacimiento, sólo una puerta que se abre, un paso”.
–A otra vida
“Hay muchas vidas después de la muerte”
–Entonces evita pensar en el día de su muerte.
“De lo único que estoy seguro es que ese día comenzará el fin del mundo”
–Por qué lo dice.
Y su respuesta fue un incoherente y fantasioso viaje a través de símbolos paganos, su papel en este mundo y la nueva era de oscuridad que se cernía sobre la humanidad. Para que lo entendiera mejor me regaló su último libro: Maya: la realidad es una ilusión. “Ahí está todo”, me dijo. Lo cierto es que no encontré nada en el volumen, hasta anoche, que lo releí cuando supe que había muerto. Y ahí si encontré una respuesta. O algo parecido, de cómic, claro; de Lovecraft, pero algo.
“No demasiado, hace muchos años que la muerte ya no es un tema para mí. La muerte es un evento detonante, no muy distinto que un nacimiento, sólo una puerta que se abre, un paso”.
–A otra vida
“Hay muchas vidas después de la muerte”
–Entonces evita pensar en el día de su muerte.
“De lo único que estoy seguro es que ese día comenzará el fin del mundo”
–Por qué lo dice.
Y su respuesta fue un incoherente y fantasioso viaje a través de símbolos paganos, su papel en este mundo y la nueva era de oscuridad que se cernía sobre la humanidad. Para que lo entendiera mejor me regaló su último libro: Maya: la realidad es una ilusión. “Ahí está todo”, me dijo. Lo cierto es que no encontré nada en el volumen, hasta anoche, que lo releí cuando supe que había muerto. Y ahí si encontré una respuesta. O algo parecido, de cómic, claro; de Lovecraft, pero algo.
*Autor de El Número Kaifman. Editor de Alfaguara. Cronista y columnista para diversos medios.