Lee un extracto del primer capítulo de “Historias de clandestinidad”, de Sofía Tupper

Durante la dictadura militar en Chile (1973-1990) hubo personas que tuvieron que abandonar sus identidades —la familia, los recuerdos, incluso sus rostros— y asumir nuevos roles, muchos con el objetivo de derrotar al régimen. Presentamos un extracto del primer capítulo de esta investigación de la periodista Sofía Tupper que recoge cuatro testimonios de personas que vivieron en la clandestinidad durante esa época. Agradecemos a Ediciones B que nos facilitó este adelanto.

CAPÍTULO I

LA ÚNICA MUJER

Tiene varios nombres*. En un comienzo fue Gabriela, luego Rebeca y terminó siendo Fabiola. Es una mujer sin cara, aunque todo Chile pudo verla por televisión abierta en la serie “Guerrilleros” de Chilevisión. Tras la peluca rubia y esa gruesa capa de maquillaje, se escondía ella. Es la única mujer que participó directamente en el atentado contra el dictador Augusto Pinochet el 7 de septiembre de 1986 y fue parte de múltiples operaciones realizadas por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, grupo revolucionario en el cual militó durante siete años. Sentada en un café que no tiene dirección, cuenta su historia con cautela, en voz baja, después de haber vivido clandestina por casi dos décadas.

Toma y asalto: Radio Minería

El 1 de mayo de 1984 se celebraba el día internacional del trabajo. El Parque O’Higgins se vio desbordado de gente que pedía a gritos el fin de la dictadura. Se trataba de una nueva Jornada de Protesta Nacional, esta vez, convocada por el Comando Nacional de Trabajadores. Con gritos y lienzos en mano, se planteaba como objetivo la vuelta a la democracia, el fin del Plan Laboral y el fin de la represión, entre otras demandas.

Según los organizadores de la manifestación, la convocatoria bordeó las 250 mil personas y aunque las cifras oficiales hablaron de 100 mil asistentes (incluso el periodista de TVN Rafael Kittsteiner, famoso por su obsecuencia con Pinochet, dijo en pantalla que “apenas 5.000 personas llegaron a la concentración”), se hizo evidente el hastío generalizado del pueblo. Junto a esa oposición pública, que citaba a concentraciones, llamaba a paros nacionales y tenía caras visibles que hablaban con frecuencia en los pocos medios contrarios a la dictadura, había otra, radical, armada, organizada desde el Partido Comunista. Se trataba del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, brazo armado del PC, cuya creación se había implementado luego de un largo análisis donde participaron los principales líderes del partido, todos en el exilio. En 1980 el histórico secretario general del Partido Comunista chileno, Luis Corvalán, en un difundido discurso, había declarado la legitimidad de la lucha armada y en los siguientes  tres años se fue configurando el aparato militar que resultó en un grupo de guerrilla urbana listo para actuar en nuestro país. Esto rompía la historia del PCCH, que desde su fundación había desdeñado la vía armada y fue durante el gobierno de Salvador Allende uno de los bastiones de la legalidad, en oposición al MIR y a la combativa del Partido Socialista (los llamado Elenos).** La estrategia se llamó “Política de guerra popular de las masas”, sus comandantes eran hombres con experiencia en combate en Nicaragua y con entrenamiento militar en Cuba y países de Europa Oriental. La tropa fue reclutada en Chile: trabajadores, estudiantes, profesionales. Todos ellos hastiados de la dictadura, ahogados por la crisis económica que entraba en su tercer año sin señales de mejora y con el convencimiento de que no había negociación o salida política posible a la grave crisis nacional.

Entre aquellos que fueron reclutados, estaba ella. Delgada, morena, menuda, ojos oscuros almendrados y de pelo negro intenso.

El 7 de junio de 1984 participó en su primera operación. Se acuarteló, junto al resto del grupo operativo, en el Lomitón de Providencia con Tobalaba, justo frente a la Radio Minería. Tenían que esperar a las siete de la tarde para entrar en acción. Por mientras, pidieron sándwiches y café para todos los combatientes, pero ella estaba tan nerviosa que apenas pudo con un sorbo de bebida. Su jefe le llevó una peluca. Era de pelo largo, tono castaño claro. Entró al baño con disimulo y se la probó. Parada frente al espejo quedó aún más nerviosa  al comprobar que su apariencia no cambiaba en lo absoluto, pero al salir, sus compañeros, todos hombres, le aseguraron que estaba irreconocible. Faltaban pocos minutos para actuar  y recién se enteraba de cuál sería su misión.

Ese día un contingente del FPMR se tomó Radio Minería. Fernando Larenas, conocido como “Salomón”, jefe operativo de Santiago y del destacamento,*** dirigía la primera operación de propaganda armada que contemplaba, paralelamente, tomar la antena de la misma radioemisora ubicada  en La Florida. Se interrumpió la trasmisión de un partido de fútbol que se jugaba en el Estadio Nacional, para dar paso a una proclama que llamaba al pueblo chileno, en plena dictadura, a no permitir más abusos. “Es la hora de terminar con este régimen de hambre, miseria y terror. Ha llegado la hora de decir basta (…) luchar con renovada fuerza, empleando todos los medios que podamos, incluidas las armas”, decía la grabación.

Fabiola fue parte de un montaje perfecto, a través del cual lograron que les abrieran las puertas de Radio Minería, sin siquiera vacilar. Iba de la mano con Fernando, simulando ser su pareja. Puso la cara más triste que pudo mientras él suplicaba que los dejaran dar un aviso de utilidad pública. “Se nos perdió nuestro hijito de dos años”, explicaba con la voz compungida. El recepcionista no dudó en hacerlos pasar cuando notó que no venían solos. Todo los combatientes armados,  con subametralladoras y pistolas, coparon el lugar en cosa de minutos, reduciendo a los periodistas y a todo el personal y llevándolos al casino de la radio. Todos estaban en el suelo, mientras la proclama salía al aire.

“Yo no abrí la boca porque de los nervios, probablemente, habría tartamudeado. Ingresamos, me quedé en el hall y observé. Iba sin armas, porque habría sido irresponsable, dada mi inexperiencia. Cuando tenían todo controlado, la persona destinada a poner el casete lo hizo y, en ese momento, Fernando me dice que me retire”.

Un auto la esperaba estacionado justo a la entrada. Nunca supo cómo se llamaba el chofer, pero tenía claro que era el jefe de logística de Santiago. Entró al auto y lo primero que hizo fue sacarse la peluca. Apenas cruzaron palabra en el camino. Estaba desbordada, con la adrenalina en las nubes, así que se bajó en Plaza Italia y caminó sola rumbo a su casa, intentando calmarse.

“Apenas llegué, prendí la radio y lo que había sucedido era noticia en todas las estaciones. Hablaban de un ataque a Radio Minería y mientras escuchaba, sentía que describían otra operación, distinta a la cual yo había participado. Si bien es cierto se utilizó la violencia, porque había que juntar a un montón de gente, no fue como lo contaban ellos. Se llevaban armas en función de amedrentar, pero no se disparó ni se pegaron culatazos ni nada por el estilo, porque además el personal de la radio reaccionó muy bien, no se hicieron los choros, porque en el fondo no iban a arriesgar el pellejo por algo que no les pertenecía”.

Se desplomó sobre su cama, como un bulto pesado y cerró los ojos, pero no pudo quedarse dormida. Escuchaba cómo su madre y su hermanos comentaban lo sucedido, pero era evidente que no sospechaban de ella. Al otro día, en la micro escuchó que la gente también comentaba. Quería decir que había estado ahí, pero no lo hizo. La discreción que tendría en adelante fue su mejor arma de guerra.


* La entrevistada ha pedido resguardar su identidad real.

** El mismo Luis Corvalán reconoció en sus memorias De lo vivido y lo peleado (LOM, 1999), que el llamado a la lucha armada fue un proceso “con muchas contradicciones en la Comisión Política (…) No se llegó a una posición única y eso le restó mucha fuerza a esta política”.

*** Unidad de combate especial del FPMR, creada por el comandante Raúl Pellegrin, la que tenía por misión llevar a cabo las primeras acciones armadas del grupo guerrillero.

Otros adelantos de libros:

“Incendio en la Torre 5. Las 81 muertes que Gendarmería quiere olvidar”, de Tania Tamayo.

“El secreto del submarino. La historia mejor guardada de la Armada de Chile”, de Daniel Avendaño y Mauricio Palma