Cerca de 250 alumnos, periodistas y profesores de periodismo de distintas universidades vinieron a escuchar a William Langewiesche en el Aula Magna de la Universidad Alberto Hurtado. A pesar de que pocos sabían mucho de este hombre de apellido complicado, una lectura rápida de su trayectoria terminó por convencerlos.
Langewiesche trabajó por 15 años en el Atlantic Monthly, una revista donde se escribe tan bien como en el New Yorker y una de las pocas americanas que incluyen grandes reportajes sobre cosas que pasan afuera de Estados Unidos. Varios de esos reportajes, si no todos, estaban escritos por una persona: William Langewiesche. Desde 1999 es nominado año tras año al mayor premio para un periodista de revistas, el National Magazine Awards, que ganó en dos ocasiones. Hace dos años Langewiesche decidió que era tiempo de moverse del Atlantic. El destino obvio era el New Yorker, pero dice que era muy joven para eso. Según él, ahí van a jubilarse los grandes escritores y periodistas americanos, y desde ahí ya no hay para dónde avanzar. Además, hace dos años que Graydon Carter, editor del Vanity Fair lo estaba tratando de convencer. Langewiesche aceptó. Durante su estadía en Chile dijo que en su vida había trabajado para dos grandes editores, uno de ellos Carter. “Carter es un genio”, lo oí decir en más de una ocasión. Un gordo glotón, característica que según él es indispensable para ser un buen editor.
Langewiesche podría ser el actor que hace de reportero de guerra en una película. Es alto, guapo, fornido, arrogante y seguro de sí mismo. Sabe que cuenta buenas historias y que la gente hace círculo para escucharlo. Llegó a la universidad con pantalones azules y camisa blanca con rayas, arremangada. Pelo corto casi militar. En la primera parte de la entrevista, realizada por Andrea Vial, directora de la Escuela de Periodismo de la UAH, y Alfredo Sepúlveda, académico de la escuela, Langewiesche dijo que a él le gustaba escribir historias que tuvieran una narrativa. Pero una narrativa y una historia que le importaran al mundo, que tuviera un significado profundo. Dijo que las ideas se le ocurrían de varias maneras, pero que siempre buscaba una persona y un contexto interesante. Esos dos elementos tenían que estar presentes. Dijo que cuando estaba empezando a ser un reportero, se preparaba mucho antes de ir al lugar donde sucedía la historia: iba a la biblioteca y leía todo lo que hubiera sobre el tema, tomaba apuntes, subrayaba. Pero que después de un tiempo se dio cuenta de que eso era tiempo perdido. “No lo vas a obtener de la biblioteca ni de internet”, dijo. Ahora no toma notas, no subraya nada y si se acuerda de algo que leyó bien y si no, significa que no era suficientemente importante. Dice que llega al lugar, intencionalmente poco preparado.
Parafraseo un poco lo que dijo: “Paso por varias fases en el terreno, por varias ideas de por qué y para qué estoy ahí. Básicamente, lo que hago es caminar. Voy mirando y no veo. No sé dónde estoy, ni por qué esta gente está sentada aquí, ni por qué hay plátanos en la calle. Lentamente comienzo a tener una mejor idea, a entender lo que estoy mirando y lo que estoy buscando. La forma en que veo el asunto va cambiando, se empieza a hacer más y más evidente, empiezo a mirar más eficientemente. Después de unas semanas, llego a un punto donde sé más que la gente que está ahí y es de ahí”.
En la charla contó de su experiencia escribiendo el reportaje “American Ground: Unbuilding The World Trade Center”. Langewiesche fue el único reportero que tuvo acceso total a la zona cero después de los atentados. En la charla contó que él quería escribir la historia, pero que no lo haría de la forma en que el gobierno estableció que los medios cubrieran la historia. Cada periodista tenía que acreditarse, ir a conferencias de prensa y recorrer la zona con una especie de guías turísticos que les contaban lo que había pasado. Él no estaba dispuesto a hacer eso. Mientras todos los periodistas estaban concentrados en el lado emocional de la historia él se preguntó ¿Quién va a traer el equipo pesado para empezar a hacer el trabajo de limpieza? Averiguó qué departamento de la ciudad lo haría y les escribió un fax pidiendo acceso. Para su suerte, el jefe de esa unidad seguía sus historias en el Atlantic Monthly y lo admiraba. La respuesta fue un fax garantizándole acceso total. Langewiesche se reunió con él y le dijo: tú entiendes que yo voy a reportear todo, o sea que si tú metes la pata en tu trabajo, yo voy a reportear eso también. El jefe de unidad dijo que sí. Desde entonces Langewiesche dijo que comenzó a ir los siete días de la semana, por seis meses, a la zona cero.
“La gente me acusa de ser frío”, dijo. “Yo los acuso de ser calientes. El proceso de duelo debe ser privado. Si hay algo que detesto es el llanterío general del público frente a una historia. Cuál es la pregunta en la pregunta ‘¿qué siente?'” Langewiesche culpa, en parte, a los medios americanos por la guerra en Iraq. Dice que la forma en que fue cubierto el 11 de septiembre fue determinante. “La mayoría de los reporteros eran suaves neoyorquinos que no estaban acostumbrados a la guerra. Los periodistas colapsaron emocionalmente, dándole todo el poder a los terroristas y haciendo una gran cosa de algo que no era una gran cosa”, dijo Langewiesche. Parafraseándolo: una bomba en un edificio no es gran cosa para quien está acostumbrado a la guerra. Pero para gente que vive en Nueva York, sí. Sobre todo si es a las Torres Gemelas.
Luego habló sobre los periodistas en Iraq. Langewiesche, como a esas alturas ya nos parecía obvio, no se fue a las zonas protegidas para periodistas, sino que arrendó una casa en Bagdad como cualquier hijo de vecino. No hacía caso de las medidas de seguridad y tomaba taxis para todos lados, iba donde quería y no usaba ninguna protección. “Estuvo bien por un tiempo”, dijo al empezar a relatar su vida en Iraq, como quien recuerda los asados con amigos cuando se fue a vivir a algún país fuera de Chile. Hasta el 2004, cuando las armas cambiaron y todo se puso más peligroso. La mayoría de los periodistas se fueron a cubrir la guerra desde Jordania. Él decidió entrar y salir a través de Turquía. Desde entonces comenzó a llevar una pistola. A sus editores les pareció anticuado y tacaño que no lo hiciera, y para él no hacía ninguna diferencia, éticamente. Tuvo que dejar su casa “era linda… dormí tremendamente bien ahí”, y se fue a un hotel. “Yo no tengo nada contra matar”, dijo. “Pero esta guerra fue una guerra estúpida. Y voy a hablar sobre el sonido que se escucha cuando lanzan una bomba, de lo que significa matar a alguien, del olor que se siente… Si no te gusta, entonces no vayas a la guerra”.
Las preguntas del público [respuestas parafraseadas de mis apuntes, no textuales siempre]:
• ¿Qué características tiene que tener una buena historia?
No sé la respuesta a esa pregunta. Pero desde un punto de vista egocéntrico… A mí no me interesa escribir la misma historia una y otra vez. De hecho, no quiero escribir ninguna otra historia sobre aviones [ahora está escribiendo una sobre el avión que cayó en el río Hudson en Nueva York en enero de este año]. No quiero ser un corresponsal de guerra. Me cargan las etiquetas. Cuando la gente empieza a categorizar mi escritura, trato de cambiar de tema. Yo hago un tipo de escritura que empuja un poco los límites de la no ficción. Explora las posibilidades del periodismo. Como lo hizo Mark Twain o Truman Capote o John McPhee . Yo quería ser John McPhee. El probó que te puedes ganar la vida escribiendo no ficción si te concentras en las palabras, en el ritmo, en el sonido, en la poesía de la frase. Yo voy un paso más adelante. Estoy experimentando con que, ocasionalmente, es posible tomar asuntos importantes y escribirlos como McPhee escribía sobre las plantas o asuntos no tan relevantes. Trato de elegir asuntos que sean relevantes e importantes, sabiendo que estoy sacrificando mi reputación como escritor. Pero hay un porcentaje de gente que se da cuenta. Es posible hacer las dos cosas. Pero tengo que equilibrar cuánto puedo empujar sin dañar mi escritura.
• Una persona del público pregunta por qué no usa citas en sus reportajes.
Me encantaría usar más citas. Las citas te hacen el trabajo más fácil, pero son muy ineficientes. Es la forma simple y fácil de escribir. El desafío es captar a tu lector a través de tu narrativa. Si lo captas a través de otros elementos, no necesitas usar citas para darle vida al reportaje. Puedes darle más a tu lector. Puedo decirle al lector las citas en mi voz. No hay límites en la no ficción. Lo único que no puedes romper es la confianza con el lector. No quieres que tu lector se pregunte “¿Y cómo sabe esto?” Pero si el lector confía en ti, puedes hacer de todo. Tú le estás hablando a tus lectores, les estás contando un cuento, y puedes decir lo que quieras. [Cuenta una anécdota de un perfil a un ambientalista en Ecuador que escribió para Vanity Fair . Dice que al describirlo escribió frases como que este tipo era una persona tan limpia que aunque caminara por el barro en la selva no se ensuciaba o un tipo tan conectado con la naturaleza que cuando caminaba los pájaros lo seguían. Y que al terminar el reportaje lo llamaron las personas que se dedican a corregir los datos en la revista, los fact checkers , y le preguntaban cómo podían comprobar si eso que decía era cierto, qué pruebas tenía. William dice que es obvio que eso no pasaba así, literalmente, sino que son guiños al lector y que el lector los entiende como tales, no como hechos reales. Y en la revista, se lo dejan pasar.]
• Alguien del público pregunta cómo le ha afectado la crisis en su trabajo.
¿Cuál crisis? Yo no he sentido nada, ninguna presión, nada.
• Una persona pregunta como recolecta la información: si usa grabadora, apuntes, traductores… Y que por qué él cree que puede dar juicios y opinión en sus reportajes.
Sobre la recolección de información, depende. Llevo un cuaderno en mi espalda, escondido detrás del cinturón. A veces tomo notas, pero muchas veces no puedo tomar notas porque estoy en medio de un bombardeo o una situación peligrosa. Sobre los juicios, creo que uno tiene que ser lo más honesto posible con su lector, y eso es todo.
• ¿Puede dar algún consejo para los alumnos?
Muchos escritores creen que hay una fórmula, una cierta manera de escribir, una cierta manera de cómo venderle las ideas a los editores, una cierta manera de cómo hacer negocio. Yo creo que no. No le chupen las medias a los editores [usó el término kiss asses : besar culos]. Ellos necesitan llenar sus revistas y son ellos los que tienen un problema, no ustedes. Ellos tienen que ir a ustedes, no al revés. No entren en esa actitud de chuparle las medias a los editores. No se preocupen de ninguna fórmula, de ninguna regla. En este negocio del periodismo todos siguen las mismas reglas. Boten las reglas. Vayan por lo que quieren en forma agresiva. Los editores están desesperados por encontrar una buena historia, alguien que haga bien el trabajo. Todo lo que tienen que hacer es no producir basura.
*Profesora Escuela de Periodismo UAH