La grabación de la muerte de la joven iraní Neda Agha Soltan en medio de las protestas en las calles de Teherán, no solo conmovió al mundo por su crudeza: también atrajo la atención de la opinión pública en una reacción en cadena casi impensada sin las actuales herramientas tecnológicas. Andrea Vial, directora de la Escuela de Periodismo UAH, analiza el caso, y lo conecta al comportamiento de los medios.
[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=yjBKHkoDgCM[/youtube]
Si fue el papá o su profesor de música el que pronunció esta desgarradora frase segundos antes de que la joven iraní muriera en las calles de Teherán, ya no importa mucho. El mundo ya tiene su relato y éste se llama “Neda”; el símbolo que quizás todos buscaban para graficar lo que empezó como una protesta por el supuesto robo de una elección y que desencadenó en un reality de violencia, angustia y compasión global.
Neda era joven, tenía 27 años, era linda, estaba cansada de llevar una hora al interior de un auto atascado en un taco en el centro de la ciudad. Se bajó a observar lo que ocurría. Casualmente, una cámara de aficionado la registró entremedio de los manifestantes minutos antes de que una bala le atravesara el cuerpo. Cayó de espaldas. Fijó la mirada en un desconocido que la grababa con su celular. Segundos después su cara llena de sangre era irreconocible.
Cientos, miles, quizá un millón de personas vio una y otra vez el rostro de Neda apagarse frente a la pantalla del computador. Y nacieron los homenajes y las canciones en youtube y las velas y las oraciones en todos los idiomas… Pero, ¿qué ha hecho que miles de personas se interesen con tanta pasión por lo que ocurre a miles de kilómetros, en un país del que conocemos poco y que entendemos casi nada? Es probable que una mezcla de cosas.
Por una parte un cierto sentido de solidaridad con los que sufren. También un alto grado de empatía con los jóvenes que se atreven a desafiar a un gobierno autoritario. Pero si así fuera, ¿por qué situaciones similares en otros países no han logrado despertar esta fiebre de apoyo planetario? Lo que está ocurriendo tiene otra explicación. Una razón más simple y profunda, una vez más se llama banda ancha. (Algo parecido a lo que sucedió es España para las elecciones del 2004 cuando una cadena de mensajes vía SMS dio vuelta las preferencias que marcaban las encuestas). Es la tecnología de acceso a Internet, a las redes sociales como Twitter y Facebook, es la movilidad de los celulares e incluso la línea fija de la vieja máquina de fax, lo que nos tiene conectados, en vivo, amarrados a través de la web.
Y si hay alguien allá afuera que pide ayuda a través de cualquiera de estas vías, ahí están los cibernautas para escuchar y reproducir, cual cáncer invasivo, cada uno de los requerimientos. Por eso, las protestas de las calles de Teherán tienen hoy dos tipos de pavimentos paralelos: uno real y peligroso, al aire libre en el oriente medio, y otro igual de potente y ciertamente más seguro, en la blogosfera.
Si hay algo que llama la atención de las comunidades virtuales es su capacidad para generar empatía y fidelidad. Las protestas en Irán así lo demuestran. Cuando partieron las revueltas, el interés del mundo por esta noticia se limitaba a la lectura de los diarios y los despachos grabados por los corresponsales extranjeros. Pero cuando las autoridades iraníes captaron que la prensa estaba hablando más de lo conveniente y que día a día sumaban más minutos en los noticieros de la BBC y la CNN, vino la prohibición de divulgar imágenes y por cierto los arrestos ilegales de muchos periodistas.
Fue entonces cuando los jóvenes iraníes se volcaron de lleno a Internet. A través de Twitter, y el diseño de decenas de páginas web, optaron por informar de lo que ocurría en Teherán, aun a riesgo de poner en peligro la vida. El riesgo estaba en la calle y también cada vez que hacían uso de la tecnología.
Porque tal como escribía este lunes el Wall Street Journal, el régimen iraní está controlando y censurando, con la “ayuda” de Nokia/Siemens, la Internet. El artículo advierte que el gobierno de Ahmadinejad no ha recurrido a los cortes totales de la red precisamente para observar quién está detrás de cada conexión. La compañía TCI, proveedora de servicios de Internet en Irán, es un monopolio gubernamental y hasta ahí la acusación del WSJ parecía bastante ajustada a la verdad. Lo que no deja claro el título del reportaje es que Siemens, compañía alemana que se fusionó con Nokia y que provee de equipos ISP y routers, entre otros productos, siempre ha vendido su tecnología con la capacidad para bloquear, discriminar o “estrangular” los servicios. Por ello su respuesta al diario norteamericano fue categórica, en términos de que ellos le habían entregado al gobierno iraní equipamiento con funciones idénticas a las que le vendían a la Unión Europea o al gobierno estadounidense.
No deja de ser interesante constatar que el real poder de las protestas en Irán está más en las manos de la tecnología que ponen a disposición de los gobiernos y los ciudadanos los gigantes de las telecomunicaciones, que en la capacidad de la policía para impedir las reuniones en las plazas.
La verdadera guerra se juega en el acceso a la banda ancha y su potencialidad de traspasar las fronteras buscando aliados anónimos, que hablan un mismo lenguaje y que son capaces de mantenerse conectados independiente del huso horario. La red se transforma así en el verdadero ejército del siglo veintiuno. Uno bien 3.0.
Y mientras se sigan atochando los buscadores con la palabra “Neda”, y los iraníes insistan en utilizar la web para mantener viva su rabia y su dolor, el interés por lo que sucede en Irán seguirá creciendo. Bastó una bala mortal, grabada por un celular, para que la comunidad virtual elaborara el mito, la historia, el relato que le entrega contenido a los reclamos de un pueblo que no pretende callar. Al menos por ahora.