Se estima que son más de 640.000 personas las que en Chile dependen de alguien que las cuide. Y en los registros oficiales, ya hay unas 54.000 que declaran dedicarse de forma permanente al cuidado de otros. La mayoría son mujeres y no tienen remuneración, vacaciones, cotizaciones ni ninguna otra prestación laboral, aunque constituyen un pilar silencioso pero fundamental de la sociedad: su trabajo –porque sí, cuidar es un trabajo– equivale a casi un cuarto del PIB nacional, más del doble de lo que aporta toda la industria minera en su conjunto. Esa es la economía de los cuidados. Este término abarca todas aquellas actividades necesarias para el bienestar y la reproducción social, desde el cuidado de niños y tercera edad, hasta las labores domésticas, y ahora ha ido tomando fuerza al centro de una serie de políticas públicas que impulsa el gobierno para cuidar a los que cuidan. La principal apuesta apunta a crear un Sistema Nacional de Ayuda y Cuidado, que este mes ingresó al Congreso como proyecto de ley.
Por Karla Fernández y Valentina Rojas
Ernestina Martínez tenía ocho años cuando tuvo que hacerse cargo del cuidado de sus cinco hermanos pequeños, debido a que su familia no contaba con los recursos suficientes para sobrellevar los gastos de ocho personas. A los 24 empezó a cuidar y criar a sus hijas –llegó a tener tres– al tiempo trabajaba como asistente de cocina en un restaurante ubicado en Recoleta. Y a los 41 le tocó dejarlo todo para hacerse responsable del cuidado de sus padres. Su mamá sufría de ceguera y su padre de Alzheimer. Hoy, a sus 62 años, rememora el balance: ha pasado casi toda su vida cuidando a alguien, más de 20 años con dedicación exclusiva y trabajando en ello sin descanso, día y noche, sin recibir remuneración alguna.
“Para cuidar a mis papás tuve que dejar mi trabajo de años. Empecé muy abajo y llegué a la cima laboralmente, pero tuve que dejarlo todo por ellos”, comenta Ernestina, con una mezcla de frustración y resignación, mientras los ojos se le humedecen.
No hay todavía cifras definitivas respecto de cuántas personas actualmente en Chile, como Ernestina, se dedican de forma exclusiva al cuidado de otros. El gobierno del Presidente Gabriel Boric abrió en 2023 una plataforma para crear un registro unificado, y los últimos datos dados a conocer dan cuenta de que ya habría unas 54.000 personas inscritas. Lo que sí se sabe es que la mayoría son mujeres y que cuidan a, al menos, unas 640.000 personas que se declaran en situación de dependencia moderada o severa en el Registro Social de Hogares.
A pesar de su relevancia, el trabajo de los y las cuidadoras ha sido históricamente subvalorado e invisibilizado en las estadísticas económicas tradicionales. De hecho, como no es una labor remunerada, no se contabiliza en el cálculo del Producto Interno Bruto (PIB) de los países, a pesar de su significativa contribución al bienestar social y económico. Eso es lo que se conoce como la “economía del cuidado”.
De acuerdo con un estudio elaborado por Comunidad Mujer, el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado en el país, ya en el 2015, equivalía al 21,8% del PIB ampliado. Para el 2020, según estimaciones del Banco Central, esa equivalencia había aumentado a 25,6%. Solo para poner en perspectiva esos porcentajes, en 2023 la industria minera en su conjunto representó tan solo el 11,9% del PIB nacional, es decir, menos de la mitad.
Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), mundialmente las mujeres realizan el 76,2% del trabajo de cuidado no remunerado. En Chile, según la última Encuesta Nacional del Uso del Tiempo (ENUT), realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en 2015, las mujeres dedican en promedio unas 5,89 horas diarias a trabajos no remunerados, en contraste con las 2,74 horas diarias que dedican los hombres. Esto ya por esos años reflejaba una brecha de género significativa en la distribución del trabajo de cuidados, y se estima que en los años que siguieron esa tendencia se mantuvo o, incluso, pudo haberse profundizado. Los datos actualizados aún no están disponibles, pero no debiese pasar mucho tiempo antes de que lo estén, pues a fines de 2023 ya se llevó a cabo el proceso de levantamiento de información de terreno.
A pesar de aquello, en el último tiempo ha habido avances importantes para intentar mejorar las condiciones de los y las cuidadoras, como la entrega de una credencial cuyo beneficio es el acceso y atención preferente en diversas instituciones públicas, el “estipendio” de poco más de $32.000 mensuales que les otorga el Ministerio de Desarrollo Social y Familia a cuidadores/as que no tienen otros ingresos, y la promesa de crear unos 100 nuevo centros comunitarios, los que supuestamente estarían listos cuando el Presidente Boric termine su mandato a comienzos de 2026. El último hito en esa serie de hechos que fortalecen el sistema de cuidados ocurrió el 7 de junio, cuando Boric puso su firma al proyecto de ley que busca crear un Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados que otorgue programas de fortalecimiento en cuidados domiciliarios, capacitación y la formación de empleos para quienes ejercen labores de manera informal para, de esa manera, convertirse en un nuevo pilar de la protección social (ver sitio web oficial del programa Chile Cuida).
“Este momento es histórico, no en el sentido retórico, sino en una cuestión muy concreta: hoy estamos reconociendo a los cuidados como un cuarto pilar de la protección social y lo ponemos al mismo nivel que la educación, la salud y las pensiones”, dijo ese día el Presidente.
El proyecto ya lo había anunciado el mandatario en su Cuenta Pública y el 10 de junio ingresó a tramitación en el Congreso. La propuesta incluye reconocer los cuidados como un derecho, lo que significa recibir cuidados, cuidar y el autocuidado, reconociendo esta labor fundamental dentro de la sociedad. Sin embargo, recién empieza a discutirse y no se sabe bien cuánto tiempo durará ese tránsito legislativo. Mientras tanto, y a pesar de los avances, las personas que por opción –o por falta de ellas– se dedican al cuidado de otros, siguen enfrentando la carga desproporcionada de tiempo invertido en diferentes tareas y la limitación de sus oportunidades laborales, educativas y de desarrollo personal, perpetuando así las desigualdades de género.
El peso económico para los hogares
“Cuando mi mamá se enfermó, fui la única de mis ocho hermanos que se hizo cargo. Me tuve que ir a vivir con mis padres y, junto a eso, mi esposo e hijas también. Juan –con quien lleva 38 años de matrimonio– se hizo cargo económicamente de mis papás, mis tres hijas y de mí. Entonces, nuestra calidad de vida disminuyó, porque un sueldo sostenía a toda la familia”, cuenta Ernestina.
Lo que pasó Ernestina está muy lejos de ser un caso excepcional, pues la dependencia económica es una constante en la vida de muchas mujeres, en especial aquellas que se dedican al cuidado. Esta dependencia a menudo está relacionada con dinámicas de género y roles tradicionales que asignan a los hombres el rol de proveedores económicos y a las mujeres el de cuidadoras y responsables del hogar.
“Desde que salí del colegio, trabajé, recibía un sueldo constante. El dejar de trabajar y depender económicamente de mi marido se me hizo muy difícil porque no estaba acostumbrada a pedir plata para hacer compras o a privarme de comprarme cosas”, lamenta.
En Chile, la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) 2017 reveló que un 36% de las mujeres no tenía ingresos propios, lo que las hace dependientes económicamente de sus parejas. Este porcentaje es significativamente mayor que el de los hombres en la misma situación, que es del 13%.
Tal falta de independencia económica restringe las oportunidades de desarrollo personal y profesional de las mujeres, perpetuando un ciclo de dependencia y desigualdad. En este sentido, el Estado ha tratado de hacerse cargo de esta problemática que afecta a miles de hombres y mujeres en el país, pero las reformas no han sido suficientes. Pese a que existen credenciales que permiten una preferencia en algunos centros asistenciales o una Red Local de Apoyos y Cuidados, las personas prefieren ser parte de fundaciones que le entregan más herramientas como psicólogos, kinesiólogos, como lo hace la Fundación Yo Cuido con sus integrantes.
La carga mental
Vania Fuenzalida, de 38 años, es profesora y tiene dos hijos. Durante la semana, además de trabajar, cumple con todas las labores domésticas y con la responsabilidad escolar de sus hijos.
“A veces, siento que funciono en modo automático. Hay días en los que tengo clases desde las 8:00 de la mañana hasta las seis 6:00 de la tarde, luego debo llegar a la casa a ver si los niños tienen tareas, a comprar la colación, hacer la comida, preparar la once, comprar materiales y, además, pasar tiempo de calidad con ellos. La carga mental que siento es abrumante”, expresa la profesora.
La carga mental de la que habla Vania, se refiere a la responsabilidad invisible de gestionar y coordinar las tareas domésticas y familiares. Esta carga, a menudo desproporcionadamente soportada por las mujeres, tiene implicaciones significativas para su bienestar emocional, físico y profesional.
La gestión de la carga mental puede limitar el tiempo y la energía que las mujeres pueden dedicar a su desarrollo profesional. Esto puede resultar en una menor productividad, oportunidades de ascenso y, en última instancia, una brecha salarial de género más amplia.
Vania, sobre esto, comentó: “Esto afecta en mi vida profesional, porque en vez de hacer un doctorado o un magister debo hacer pequeños cursos de perfeccionamiento. Cuando tuve la opción del diplomado sentí que eran palabras mayores; porque era sincrónico y presencial. Mi perfeccionamiento docente sería mucho mejor si tuviera más tiempo”.
Además de la incidencia en la profesionalización de las mujeres, la carga mental tiene un impacto significativo en la salud mental, contribuyendo al estrés crónico, la ansiedad y la depresión. Es por esta misma razón que el proyecto pone a disposición de los y las cuidadoras distintas herramientas como Centros Comunitarios de Cuidados y Red Local de Apoyos y Cuidados para tratar temáticas de salud mental que afectan a quién cuida y es cuidado.
Lagunas previsionales: un problema sistemático
Las lagunas previsionales son períodos en los que una persona no cotiza en el sistema de pensiones, afectando así la acumulación de sus fondos y, en consecuencia, el monto de su futura jubilación.
Según datos de la Superintendencia de Pensiones de Chile, las mujeres presentan una mayor cantidad de lagunas previsionales en comparación con los hombres. Un estudio de la Comisión Asesora Presidencial sobre el Sistema de Pensiones (Comisión Bravo) reveló que las mujeres tienen, en promedio, 9,8 años de lagunas previsionales, mientras que los hombres tienen 7,4 años.
Una de las principales causas de las lagunas previsionales en las mujeres es la responsabilidad de cuidado. Las mujeres suelen interrumpir su vida laboral para cuidar a sus hijos, familiares enfermos o adultos mayores. Estas interrupciones, a menudo prolongadas, resultan en períodos sin cotizaciones.
“Tuve dos lagunas previsionales muy grandes, cuando fui mamá y me dediqué a cuidar a mis hijas, y luego cuando cuidé a mis papás. Me afectó mucho porque, por ejemplo, cuando hice los retiros del 10% me quedé con muy poca plata, pero si los dejaba, el monto de la jubilación tampoco aumentaba tanto. Entonces, al final las mujeres que cuidamos siempre terminamos perdiendo y nos vemos afectadas”, sentencia Ernestina.
División socioeconómica de los cuidados
Las experiencias de cuidado pueden variar significativamente según el nivel socioeconómico de las mujeres.
El estudio Zoom de Género reveló que el desempleo femenino varía según el quintil en el que se encuentre la mujer. Las cifras son de un 26,5% de desempleo en el quintil más bajo frente a un 3% en el más alto.
Tal brecha refleja una de las desigualdades más latentes en la sociedad. Las mujeres del percentil más alto tienen la capacidad de delegar muchas de las tareas de cuidado a empleadas domésticas y profesionales de cuidado. Pueden contratar niñeras, enfermeras y personal de limpieza, lo que les permite reducir su carga directa de trabajo no remunerado.
Así, se pueden profesionalizar de mejor manera y, por ende, bajar los niveles de desempleo.
Mientras que las mujeres del percentil más bajo tienen que afrontar diversas desventajas como el acceso a una educación de calidad y la importante carga del trabajo no remunerado en sus casas. Las mujeres con menos recursos, a menudo, deben realizar personalmente la mayoría de las tareas de cuidado y domésticas debido a la falta de recursos para contratar ayuda. Esto incluye cocinar, limpiar, cuidar de los niños y ancianos, y gestionar el hogar.
Además, a lo largo de las bases del proyecto se reconoce el cuidado como una corresponsabilidad de género y que esta desproporción que existe en las cargas de cuidados afecta, en su mayoría, a mujeres. Entonces, lo que se busca es poner como horizonte el reparto equitativo de este trabajo como una medida que promueva la igualdad de género.
Reconocer y mejorar la calidad de vida de las personas cuidadoras
Carmen Gloria Álvarez, de 65 años, viven en Villa Alemana y forma parte de la Fundación Yo Cuido, una organización sin fines de lucro dedicada a velar por los derechos de las personas cuidadoras, creando políticas públicas que protejan estos derechos y entregando herramientas para asegurar la inclusión y participación dentro de la sociedad. Llegó a la organización en 2018, ya que su hijo tiene una enfermedad que no le permite realizar actividades de manera autónoma, por lo que depende en su totalidad del cuidado se su madre.
Durante su conversación con Puroperiodismo, Carmen Gloria señala que “la credencial me permite ser preferente en el hospital, en el banco también y para realizar otros trámites con mi hijo”. Siguiendo esta línea, contar con una identificación las personas deben inscribirse en el Registro Social de Hogares, esto le permitirá a los y las cuidadoras un beneficio de tener atención preferencial en algunos servicios del Estado como el Registro Civil, BancoEstado, entre otros servicios privados que decidieron sumarse a la iniciativa.
Los cuidados incluyen todas las actividades necesarias para asegurar el bienestar físico y mental de las personas, de esta manera, el año pasado, cuando por segunda vez se intentó sacar adelante una nueva Constitución para Chile, hubo un intento por reconocer el valor social del cuidado y el deber y derecho preferente de las familias a cuidar, por medio de una iniciativa popular de norma impulsada por Comunidad Mujer y el Núcleo Constitucional de la Universidad Alberto Hurtado.
Según Victoria Martínez, abogada y miembro del Núcleo Constitucional, “la iniciativa formulaba una propuesta de derecho fundamental. Aquí no hay un derecho a los cuidados en el borrador que se plebiscitó. Además, en el segundo proceso se sumó la organización Yo Cuido, donde participan mujeres que se dedican al cuidado no remunerado. Con ellas, se intentó nuevamente presentar una iniciativa popular de norma con características muy diferentes a la primera, con una versión de un derecho más minimalista para llegar a un consenso en sectores políticos más conservadores”
Aunque la iniciativa logró más de 637.000 apoyos, fue rechazada por el pleno del Consejo Constitucional.
Dentro de la promoción sobre la Ley de los Cuidados que el Ejecutivo pretende sacar adelante, considerando que no solo son paliativos, se busca visibilizar tres dimensiones: el derecho a cuidar, haciendo referencia a los cuidados que requiere la otra persona y la capacidad de elegir o no si ejercer esta labor; el derecho a ser cuidado, como un reconocimiento de la situación de cada persona que requiere de otra para vivir dignamente y el derecho a cuidarse o auto-cuidado.
La búsqueda constante de una igualdad dentro de este trabajo que no tiene una jornada laboral se impone ante un sistema que reconozca esta labor que lleva a muchas mujeres, y hombres también, a ser invisibilizados en un discurso que se disfraza como romantizador por realizar esta tarea desde el amor. Con esta política, se busca emparejar la cancha para que las personas a cargo del cuidado de otros puedan tener tiempos de descanso, ocio o simplemente promover el autocuidado de quien lo ejerce. Asimismo, este nuevo marco pretende distribuir la carga para reducir desigualdad de género, pues, al final, se trata de mejorar la calidad de vida de todas esas personas.