Por Víctor Retamal, Joaquín Lara y Antonio Parodi

Registro de las llamadas “graderías de la dignidad”. (FOTO: Antonio Parodi)
El 7 de julio de 2023, fuimos al Estadio Nacional. No había partido de fútbol ni ninguna otra actividad deportiva en agenda. Fuimos para visitar el museo-memorial que conmemora a los miles de detenidos políticos que pasaron aquí sus días y noches durante los primeros meses de la dictadura militar que se impuso a fuego y fuerza el 11 de septiembre del ’73.
Apenas comenzó nuestro recorrido, empezamos a sentir sensaciones extrañas; fue como si recreáramos las dolorosas vivencias que sufrieron allí los y las detenidas. Algunos de los métodos de tortura que los militares impartieron en ese lugar, según nos comentarían los funcionarios más adelante, fueron:
- aplicación de agua a chorros en la boca, oídos y narices;
- amenazas de violación y tortura hacia los prisioneros y sus familiares;
- permanecer por un tiempo indefinido de pie (a veces días completos); y
- muchas otras más.
Patricio Sandoval, quien ese día participó de la visita, vivió todo aquello en carne propia. Para el golpe, era estudiante en la Universidad Técnica del Estado (UTE), unos de los primeros lugares allanados por las Fuerzas Armadas tras tomarse el poder. Fue ahí que también cayó detenido, entre muchos otros, el cantautor Víctor Jara. Sandoval estuvo recluido en el Estadio Nacional desde el mismo 11 de septiembre, y ahí estuvo por tres meses, específicamente en la escotilla Nº 8, donde 50 años después aún se aprecian los rallados y escritos hechos por los mismos detenidos en las paredes.
A medida que avanzábamos, Sandoval relató muchas anécdotas de su tiempo encarcelado. Una de las que más nos impactó fue la historia del “encapuchado”: en los pocos momentos que los prisioneros tenían para respirar aire fresco en el estadio, aparecía inesperadamente un hombre con una capucha negra a la que solo se le podían ver los ojos. Una suerte de verdugo que solía observarlos para luego, con su mano, apuntar a alguno de ellos. Era –cuenta– una selección de a quienes se les acercaba su hora de morir, pues a ninguno de los elegidos por el “encapuchado” se le volvió a ver.
Otro de los hitos en la visita guiada fueron las “graderías de la dignidad”. Allí se liberaba a los detenidos para que pudieran caminar y ver la luz desde las gradas del estadio. Cuando visitamos el lugar, el ingeniero mecánico dijo sentir un flashback de su pasado, lo que evidentemente lo impactó a él y también a todo quienes escuchábamos su testimonio. Comentó que, cuando tenían la oportunidad de salir, lo hacían totalmente cubiertos y con la cabeza mirando hacia abajo. No podían ver el exterior.
Es imposible dejar de lado cómo dormían y convivían los presos políticos. Lo hacían en un pequeño camarín reconvertido en celda. Allí había bancas de madera, un piso cerámico que les generaba aún más frío en los pies y un solo baño para al menos unos cien prisioneros. Los hombres dormían pegados unos a otros y contaban con dos frazadas, una para protegerse del frío piso y otra para cubrir sus cuerpos. Además, las comidas llegaban totalmente podridas –los pollos, dice Sandoval, estaban verdes, infectados de hongos– y, para más remate, las porciones eran miserables.
Durante la caminata por el tour guiado vimos muchos testimonios de sobrevivientes y de sus familiares. Uno de los que captó nuestra atención estaba firmado por Rebeca Bizi, esposa y madre de prisioneros, quien contaba que el 20 de septiembre de 1973 llegó a su vivienda una patrulla de carabineros. Bloquearon toda escapatoria e inmediatamente comenzaron a registrar su casa con mucha violencia, destruyendo muebles y hasta cavando en el jardín en busca de armas de fuego. Su marido llegó en pleno procedimiento y se puso a pelear y discutir con los uniformados para poder ingresar y ayudar a su familia que se encontraba adentro. La mujer menciona que la mantuvieron encerrada, pero que podía oír cómo interrogaban y golpeaban a su hijo de sólo 17 años. Luego, padre e hijo fueron capturados y torturados en una comisaría de Carabineros, para luego ser trasladados al Estadio Nacional.
Maximiliano Sepúlveda, guía del tour, nos relató cómo en aquella época se efectuaban estas detenciones. Gran parte se hacían en lugares que podrían ser problemáticos para los militares, debido a la reacción que se generaría frente a su toma del poder. Por ejemplo, el sector artístico, las universidades y los sindicatos. Al principio, se realizaban de forma masiva, entrando a las casas y barrios populares a la fuerza y agarrando a cualquier persona que se encontrara allí. Las subían en camiones y se los llevaban en grupo. Después esta práctica cambiaría a secuestros selectivos, en los que entraban a la casa de personas que eran objetivos específicos y se las llevaban a la fuerza. Según las últimas cifras actualizadas por la Subsecretaría de Derechos Humanos, al menos unos 1.649 hombres y mujeres que pasaron por eso fueron víctimas de desaparición forzada. Tan sólo una cuarta parte ha sido hallada.

Pieza usada como calabozo de los prisioneros y hoy usada para homenajearlos. (FOTO: Antonio Parodi)
La mayoría de las historias que leímos y escuchamos ese día ocurrieron en 1973, justo después del golpe de estado. Hasta esta visita desconocíamos la cantidad de extranjeros que fueron detenidos en ese periodo. No eran pocos, entre 200 a 300 personas. Muchos eran periodistas que habían venido a cubrir sobre el gobierno de Salvador Allende y participar en actividades de la Unidad Popular. Sin embargo, los militares no mantuvieron un censo sobre cuánta gente se encontraba detenida en el recinto. No tenían la logística adecuada para hacer el cálculo, y al parecer, tampoco el interés para realizarlo y dejar registros fidedignos y precisos.
Luego del tour nos quedamos conversando con nuestro guía, quien nos reveló sus reflexiones sobre el respeto a los Derechos Humanos en Chile. “Creo que es un proceso invisibilizado, con pocas herramientas. Parece que la memoria está más ligada, y obligada, a solo un sector político. Muchos de los héroes que están y estuvieron en contra del régimen hubiesen hecho lo mismo si hubiese sido una dictadura de izquierda. Es importante construir una comunidad en torno a este asunto, con herramientas concretas”, sentenció.
Este recorrido se realiza, sin falta, todos los sábados en el Estadio Nacional. Por más de 20 años, sus funcionarios llevan haciendo lo mismo: recordando todos esos momentos tan duros para nuestra historia nacional. Al terminar el tour por la galería norte del Estadio Nacional –donde se encuentra la leyenda que dice “Un pueblo sin memoria, es un pueblo sin futuro”–, Patricio Sandoval confiesa que cada vez que cuenta estas historias, se rompe una parte de su corazón. “Pero lo sigo haciendo, porque es muy importante mantener esta memoria viva”, concluyó.