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El cómic trascendente

Por ~ Publicado el 13 marzo 2009

Por Álvaro Bisama.

Nunca me interesó demasiado Miguel Serrano y si tuviera que decidirme entre su muerte y el estreno de “Watchmen” la cinta de Zack Snyder, elegiría este último como el acontecimiento cultural de la semana. Sin dudarlo, me parece más relevante y cercano el trabajo del guionista Alan Moore, el autor de la novela gráfica (dibujada por Dave Gibbons) en que Snyder basó su cinta, que todos los libros de Serrano juntos. Están ahí ciertas cosas tan insoslayables como contemporáneas: la destrucción de las barreras entre los géneros del arte popular a fines del siglo XX, el uso y abuso de la tradición literaria como una caja de herramientas, la necesidad de una moral tan punk como letrada

Por supuesto, “Watchmen”, el cómic, no es una obra agradable. En su película, Snyder no lo entendió o no quiso entenderlo. Leyó la obra original como una hagiografía de ciertos íconos pop (los superhéroes, la psicotronia de la era Reagan) y no como su obituario, por el contrario escenificó en su adaptación el goce de una violencia que el texto original aborrecía. Snyder desdeñó quizás la mejor enseñanza que “Watchmen” exhibe, lo que la emparenta tanto con Orwell como con Paul Schrader: Moore leer al poder como un simulacro, representándolo como una colección de rituales vacíos, de fetichismos inconfesables, cuerpos agobiados y violencia banal.

Con lo anterior, Moore exhibe al fascismo como lo que quizás es, como un puñado de pervertidos corriendo en uniformes de cuero y con botas bien lustradas mientras la suma de sus voces megalómanas despliegan la suposición kistch de que una era dorada llegará para la humanidad. Así, mientras construye una parodia sobre la condición ridícula de toda utopía autoritaria, Alan Moore indaga sobre los simulacros construidos por el poder mediático: nada mejor que un calamar gigante destruya Nueva York. El Apocalipsis no va a tener el tono del Gottendamerung sino de una mala cinta clase B. Mejor Lovecraft que Hesse. Siempre.

No en vano, la imagen más terrible de “Watchmen” es aquella donde alguien mira un centenar de televisores e intenta, en ese flujo de información que nunca se detiene, comprender las señales del derrumbe del mundo. Por supuesto, no entiende nada, se pierde en la estática como si de una marea negra se tratase. Y esa marea negra cubre la ciudad.
Y ese tema, el de ciudad y sus habitantes, es relevante. En el cómic, Nueva York –que puede ser Santiago- aparece como una colección de callejones y pasillos sin salida, como una metropolis vieja, llena de patios interiores con cadáveres de niños abusados, de barrios residenciales donde la luz nunca llega. Dave Gibbons dibuja todo con un naturalismo que no cede a ninguna clase de sublimación. Lo mejor de la obra son quizás, esos apuntes de las vidas de los ciudadanos en un lugar al borde del exterminio. Un psiquiatra deja de entender su propio trabajo, un niño lee en la cuneta un cómic de piratas y tras de ellos, están los rastros de un artista del grafitti en los muros del vecindario. Los grafittis describen la silueta de una pareja abrazándose. Nunca vemos a quién lo hace, pero la imagen es perturbadora y cotidiana, son las sombras que dejaron los cuerpos humanos sobre los muros de Hiroshima. Quizás ese sea el costado más inquietante de la obra, quizás eso sea una reflexión sobre el cómic o la literatura como disciplina. Acaso ambos no sean más que el arte de remedar la representación de vidas perdidas en un segundo, de la memoria de cuerpos carbonizados sobre el muro de nuestro propio barrio.

*Profesor Escuela de Periodismo UAH


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