Opinión

Christopher Hitchens y sus amigos

Por ~ Publicado el 21 diciembre 2011

Hitchens dividía el mundo entre buenos y malos. Como además era un estupendo odiador, la lista de estos últimos era larga e incluía a Kissinger, Teresa de Calcuta, Clinton y Dios, a quiénes denunciaba sin descanso en libros, columnas, y presentaciones en vivo.

Hitchens hizo lo que quiso pero nunca lateó y por eso será recordado. | Foto: oriana.italy, Flickr

Lo mejor del mundo periodístico y literario anglosajón está de duelo por la muerte de Christopher Hitchens el 15 de diciembre. A Hitchens lo lloran públicamente su querido amigo de juventud, el escritor Ian McEwan, el editor de Vanity Fair, Graydon Carter, con quien colaboró desde 1992 y el poeta y periodista James Fenton, a quien Hitchens le dedicó sus memorias Hitch-22. Lo lloran también Anna Wintour, la editora de Vogue, con quien el autor tuvo un romance en los setenta, la revista Slate, que le rinde un tributo, y por supuesto lo llora su hermano, el periodista conservador Peter Hitchens, con quien tuvo una relación tormentosa durante toda su vida pero con el que finalmente murió en paz. También lo debe estar llorando el escritor Martin Amis, probablemente su amigo más cercano y quien en abril de este año lo describió como “uno de los retóricos más terroríficos que el mundo ha visto”, una verdadera muralla que se le venía encima a su oponente.

“Como parte de esa generación que pasó su juventud en los setenta y creció bajo el manto terrible pero ordenador de la Guerra Fría, este periodista inglés que se nacionalizó estadounidense se acostumbró a dividir el mundo entre buenos y malos.”

Tanto Hitchens como Amis le dedicaron capítulos de sus respectivas biografías a esta amistad, los que fueron ampliamente comentados. Prueba de la importancia que ocupan en el mundo británico Martin Amis y sus amigos, es que en el año 2009, la National Portrait Gallery de Londres presentó una muestra llamada “Martin Amis y sus amigos”, una serie de fotos del autor de Dinero y compañía en su juventud. Una de las imágenes icónicas de la exposición, lo muestra posando muy canchero en el año 80 junto a Hitchens y James Fenton, en Sacre Cour, con el cielo de París de fondo. La exhibición de esa foto en que sale con cara casi de niño, tuvo una consecuencia inesperada para Hitchens: por un error premonitorio, el texto con que se presentaba en la galería lo daba por muerto y cuando el periodista lo vio o lo supo, decidió que era momento de ponerse a escribir sus memorias, las que ya estaba publicando un año y medio después, en junio de 2010 y solo un par de semanas antes de que le diagnosticaran el cáncer al esófago que lo mató.

Como todas las fotos de la exposición, la del trío tiene un tono relajado e íntimo, que probablemente tiene relación con que la fotógrafa, Angela Gorgas, en ese momento era la pareja de Amis. La serie también tiene una cosa nostálgica que no es solo consecuencia del blanco y negro. Tampoco de que los protagonistas ya no sean los jóvenes medios dandy de chaquetas de terciopelo que eran porque el carrete llegó a pasarles la cuenta. Además de eso, tiene que ver que varios de los que formaban parte de esa juventud dorada y bohemia de la Inglaterra de los setenta murieron tempranamente, entre otros, Mark Boxer, editor de Tatler a quien lo atacó de un tumor cerebral a fines de los 80, el banquero Amschel Rothschild, que se colgó en París en los 90, y ahora el último, Hitchens que tenía 62 años y cuerda para rato al momento de morir.

Como parte de esa generación que pasó su juventud en los setenta y creció bajo el manto terrible pero ordenador de la Guerra Fría, este periodista inglés que se nacionalizó estadounidense se acostumbró a dividir el mundo entre buenos y malos. Como además era un “estupendo odiador” como lo describe Fenton, la lista de sus enemigos era larga e incluía al malo de Kissinger, en buena parte por el rol que tuvo en Chile, a la pérfida de la Teresa de Calcuta, al hipócrita de Bill Clinton, al siniestro de Saddam Hussein, al pequeño de Dios, a quién le declaró la guerra convirtiéndose junto al científico Richard Dawkins en uno de los íconos del ateísmo internacional, a las engañosas religiones y a los “islamofascistas”, entre varios otros a los que denunció en comentados libros, columnas, seminarios y presentaciones. Entre los buenos, en cambio, estaban figuras como Thomas Paine, político liberal y uno de los “padres fundadores” de Estados Unidos, el escritor y periodista George Orwell, la guerra contra Irak y por supuesto él mismo, porque Hitchens no era dado a la autocrítica.

Eso no significaba eso sí que no fuera capaz de cambiar de opinión. El periodista era un tipo contradictorio que no siguió moldes y durante toda su vida tomó posiciones e hizo giros inesperados. Aunque fue un laborioso activista de izquierda en su juventud, su relación con este sector siempre fue tirante. Los problemas empezaron porque Hitchens siempre sintió una fascinación nada disimulada por los ricos y poderosos, lo que levantaba sospechas, lo mismo que su decisión de meter a sus hijos a colegios privados, algo que en general para la elite inglesa es una declaración de principios, lo que significa que si alguien es de izquierda su descendencia va a colegio público y punto.

“El periodista era un tipo contradictorio que no siguió moldes y durante toda su vida tomó posiciones e hizo giros inesperados”.

Las tensiones se agudizaron tras la fatwa que hizo en 1989 el Ayatollah Ruhollah Khomeini en contra de su amigo el escritor Salman Rushdi cuando publicó Los versos satánicos. Hitchens la condenó ferozmente no por un asunto de amistad sino porque consideraba que era una obligación moral denunciar el atentado contra la libertad que ese llamado público al asesinato del escritor significaba, pero como su postura no tuvo el eco esperado entre muchos intelectuales de izquierda, denunció al sector por tibio y falto de principios. Sin embargo, la ruptura definitiva se produjo cuando se mostró a favor de la guerra contra Irak lo que lo puso al lado de George W. Bush y sus halcones. Pese a que condenó las torturas en prisiones como Abu Ghraib, nunca se retractó de su apoyo al conflicto y como todas las causas y posiciones que tomó en su vida, Hitchens hizo su apoyo a “la guerra contra el mal” público y lo vociferó en los numerosos artículos, y libros que este prolífico autor permanentemente publicaba. Lo menos que le dijeron por eso fue que se había convertido en un neoconservador, pero hoy tras su muerte, una de las cualidades que más destacan en las decenas de columnas y homenajes que le han escrito incluso los que no estaban de acuerdo con él, es la valentía y la libertad intelectual de este periodista incluso para equivocarse. “Esto es lo que aprendí en los 25 años que conocí a Christopher Hitchens”, dice Jacob Weisberg, encargado del grupo Slate y su editor por años: “No dejes que nadie más piense por ti”.

Por equivocado que estuviera, Hitchens murió rodeado de amigos y libros, escribiendo y discutiendo, como demuestra el conmovedor relato de McEwan. Durante toda su vida y hasta el final, Hitchens puso su pluma y su celebrada retórica al servicio del debate y la discusión en torno a la democracia y los alcances de la libertad. Cosa poco común entre los que se dedican a eso, alcanzó una fama casi de rockstar en el camino porque lo hizo con mucho humor y poco sentido del ridículo. Tal como alguna vez su madre le recomendó, hizo lo que quiso pero nunca lateó y por eso será recordado.


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