Durante las últimas semanas, la seguidilla de casos de violencia escolar ocurridos a lo largo de Chile obligó al Ministerio de Educación y a las comunidades educativas a tomar acciones frente al tema. Puroperiodismo conversó con Catalina Castaño, psiquiatra infanto-juvenil, quien entrega en esta entrevista detalles sobre los factores que influyen en el comportamiento actual de muchos niños, niñas y adolescentes. Varios de esos factores tienen relación con la pandemia, pero también con ciertas características propias de la sociedad chilena, asegura la experta.
Frente a los múltiples casos de violencia escolar que han ocurrido en Chile en el marco del retorno a clases presenciales a nivel nacional, el Ministerio de Educación (Mineduc) anunció la elaboración de la Estrategia de Bienestar y Convivencia, un conjunto de medidas que buscan aportar al cuidado y el reencuentro de niños, niñas y adolescentes (NNA) y sus familias en sus respectivas comunidades, y la creación del Consejo Asesor para la Convivencia Escolar, con el fin de tomar acciones frente a la problemática.
La estrategia considera la entrega de recursos pedagógicos para apoyar a las comunidades educativas, así como intervenciones directas a establecimientos educacionales que cuenten con casos críticos. Son 13 las y los expertos que conforman el grupo asesor, quienes tienen como misión la elaboración de políticas públicas a corto y largo plazo.
Según cifras de la Superintendencia de Educación –dadas a conocer por La Tercera– el 31% de las denuncias que habían ingresado a nivel nacional hasta el 22 de marzo de 2022 estaban relacionadas con maltrato a estudiantes. La mayoría corresponde a maltrato físico y psicológico entre alumnos.
📌La violencia y acoso escolar daña a niños, niñas y jóvenes, afectando la calidad de la educación y la convivencia.
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— Supereduc (@supereduc_cl) March 29, 2022
Los casos han ocurrido en diferentes zonas del país. A fines de marzo un menor atacó a otro estudiante con un arma blanca en el Liceo Rayen Mapu de Quellón, y esa misma semana una pelea entre estudiantes en Talca terminó con un joven en riesgo vital producto de una puñalada. Por esos días también, tras una riña en el Liceo Industrial Las Salinas de Talcahuano, un profesor de religión fue atacado por la espalda con un arma cortopunzante, y un grupo de alumnas protestó afuera del Liceo Lastarria denunciando presuntas amenazas de violación por parte de un grupo de estudiantes del mismo liceo.
La primera semana de abril finalizó con un episodio que está lejos de aquietar las alertas en materia de seguridad escolar: un estudiante de 16 años atentó contra su vida en el patio de su liceo en Santa Cruz.
Según la psiquiatra infanto-juvenil y docente de la Escuela de Medicina de la Universidad Católica, Catalina Castaño, en conversación con Puroperiodismo, son varios los fenómenos que han ocurrido durante la pandemia que pueden ayudar a comprender mejor este complejo fenómeno.
La profesional, quien también se desempeña en la Unidad de Salud del Adolescente del Hospital Sótero del Río, dice: “Un factor importante, probablemente, tiene que ver con la falta de sociabilización que hubo en todo este periodo. Y veo que también hay una cultura de la violencia que no es tan local, sino más extendida, no sólo en nuestro país. Lleva un tiempo ya, no es algo nuevo” .
Castaño explica, además, que todo esto “tiene harto que ver con la falta de supervisión que hubo en este periodo y que había en el último tiempo. Durante la pandemia se dio un fenómeno complicado en el que muchos de los papás debieron seguir trabajando online e incluso presencial, y los hijos quedaron súper solos en la casa, y tenían que quedarse con la tecnología disponible para poder conectarse a sus clases. Yo diría que hubo una baja en la supervisión del contenido que los niños y adolescentes usaban, y no le podría echar la culpa a nadie. Creo que fue algo que ocurrió nomás, y que estos niños estuvieron en las casas con acceso a un contenido poco supervisado, donde además muchos de los papás tampoco saben cómo supervisar. Si no naciste o no te criaste en este mundo digital, cuesta un poco aprender a dominarlo o controlarlo”.
–Se combina un exceso de pantallas con un encierro prolongado…
Ese es un factor puntual, el acceso a tecnología sin supervisar, y otro es la dificultad de la sociabilización. Se sienten inseguros al volver. Hay muchos que no vieron a los amigos desde los 12 años. De los 12 a los 13, 14, eres otra persona. Te cambia tu forma de pensar, de sentir e incluso cómo te ves. Y eso puede haber generado un factor en que la tolerancia al otro cambió un poco también. A que te ocupen espacio, que te digan algo, etcétera.
–¿Se podía prever que esta vuelta presencial de golpe afectaría negativamente en algunos aspectos?
Se podía prever que algo iba a pasar. Las consultas en salud mental infanto-juvenil han aumentado un montón, pero creo que hay que ser súper claros: la vuelta a clases es positiva. En experiencia de pacientes que vengo controlando desde hace un tiempo, a muchos les costó la entrada un par de semanas, diría que incluso el primer mes. Pero ahora uno ve que estos niños ya se están adaptando a su rutina y al colegio. Creo que estos fenómenos puntuales tan violentos e impactantes han generado harta atención, pero me queda la duda de que esto sea lo normal.
–¿Qué otros factores nos podrían haber alertado de esto?
Lo podríamos haber previsto en el sentido de que las redes sociales son agresivas también. Uno tiende a socializar de una manera distinta cuando no estás presente, y tal vez se dicen cosas más fuertes o menos empáticas. Quizás los adolescentes están replicando ese modelo de interactuar en las salas de clases. Pienso también que, además, hay un factor que va un poco más allá: que en general se ha instalado un discurso un poco más agresivo en el último tiempo con todo lo que ha ido pasando desde el punto de vista sociopolítico. Uno escucha peleas que en las familias de repente no existían, y ahora sí están ocurriendo. Entre los padres o los papás con los abuelos… Ha habido conflictos, estamos viviendo un periodo que es difícil y complicado donde se han juntado varias cosas en una misma olla. Esos son factores que han ido generando que esto se pudiese producir.
–Y con esos antecedentes, ¿había otro método para realizar este retorno presencial? ¿Cómo se podía evitar aquello?
Los colegios privados, por ejemplo, volvieron antes a clases, a mitad del año pasado. Dependía del colegio y del tamaño, algunos eran en grupos, pero la mayoría trató de volver. También fue más o menos de golpe, pero fue mucho antes, y siempre que se pudo, trataban de volver a clases. Eso no fue ocurriendo en el sistema público, y uno puede entender las razones, que no estaban las condiciones físicas. Hay niños que llevan encerrados desde el estallido social, desde 2019 que no están en contacto con su grupo etáreo. Eso se podría haber prevenido tratando de hacer el retorno a clases mucho antes, como ocurrió en otros países y otros sistemas. Creo que el tiempo fue muy largo, no creo que lo abrupto haya sido malo.
–El ministro de Educación reconoció hace unos días que fue una “equivocación” mantener los colegios cerrados. ¿Qué cree usted?
La vuelta a clases es muy buena; lo malo fue haber dado la elección el año pasado de poder volver o no. Eso sí que no fue tan positivo, y se podría haber hecho mejor, pero no sé si hubiese prevenido lo que está pasando ahora porque hay factores que van más allá de la pandemia y el encierro, que tienen que ver con la dificultad para supervisar, con el ingreso fuerte de las redes sociales durante la pandemia, con el liberar muchas veces los papás las normas que tenían sobre las redes sociales. Si estás metido en un colegio tampoco puedes estar mirando qué es lo que está haciendo tu hijo en el computador, es asfixiante.
–Casi inviable…
Exacto, no era posible. Allí se ve otro fenómeno, y es que los adolescentes y los niños están teniendo varios problemas para concentrarse con la vuelta a clases, y ese también puede ser un factor que esté generando que anden más desordenados. Se perdió esto de tener clases en la casa y tener a tu profesor básicamente en el computador, metido en tu comedor. Se perdió cierto nivel de distancia que puede haber existido entre el docente y el niño. Y eso también uno lo ve en las clases universitarias. Antes había cierto… no sé si respeto, pero una distancia necesaria para que tú pudieras cumplir las normas, y yo creo que eso se ha perdido. Se ha horizontalizado un poco la relación, que en ciertos casos es algo positivo, pero a ciertas edades no. A ciertas edades debe haber una figura que represente cierto nivel de autoridad para poder mantener el orden, sobre todo si hay cuarenta niños en una sala.
El factor tecnológico
–Los padres también deben emprender una misión particular, sobre todo en control de la tecnología, ¿no?
Sí, es súper fome, porque en el fondo te genera un conflicto que antes no existía, pero hay que ponerse un poco estrictos. Lo ideal es que los niños no tengan contacto con el celular antes de los tres años. Eso uno lo ve en la calle: guaguas que van en el coche con el celular. Es súper mala práctica porque además genera un cierto nivel de adicción. Es demasiado entretenido, a los adultos nos pasa también, pero lo que ocurre es que uno tiene que cumplir con responsabilidades y por ahí lo logras sacar de la cabeza. Pero una guagua no puede regular el bienestar que esto le genera. Lo que dicen las guías es que ojalá desde los cinco años en adelante tener contacto con la tecnología, pero yo creo que eso es una utopía en la actualidad. Hay que tratar de no usarlo como premio, sino como una rareza, un ratito mientras saliste a comer y necesitas que esté tranquilo un momento. Puede ser, pero que el niño entienda que esto no es la normalidad y que el celular no está disponible para él y no es de él, sino que del papá o la mamá.
–Para muchos padres, no algo fácil de hacer.
Yo siempre recomiendo borrar todas las aplicaciones de juego, ojalá no tener nada que sea entretenido para el niño en el celular. YouTube, Tiktok, todas esas aplicaciones son malas porque generan un contenido que tú no puedes supervisar de manera inmediata, porque aparecen no más, muchas veces con el algoritmo de las aplicaciones, y que les echa a perder la capacidad de tener paciencia y esperar. “Ah, no me gustó”, pasas el dedo y aparece un video nuevo. A mis hijos no les gusta la tele porque no les gusta esperar las publicidades, ya eso les da lata, porque están acostumbrados a ver Netflix, donde no hay.
–¿Y en qué se traduce eso?
Todos estos niños que están tan expuestos a las pantallas y a las redes sociales desde chiquitos les va a costar mucho concentrarse siempre, aunque no tengan déficit atencional, porque los estás acostumbrando al “si no me gusta, lo cambio”. “Profe, la clase está aburrida, no me gusta”. Esa es una queja constante. Va a estar aburrida, te vas a aburrir a veces, y te aburres en la mesa cuando estás con los abuelos o tus papás y primos, pero tienes que estar ahí, porque en esas conversaciones aburridas vas generando los vínculos.
–¿Es una dependencia de la tecnología?
Generalmente se va generando un círculo vicioso en el que usamos la tecnología para calmar cierto nivel de pataletas o ansiedad, pero no usarla les va generando más ansiedad. Eso les pasa a los adolescentes también. Ha habido muchos problemas con los celulares, que lo sacan en clase, se molestan mientras están en la sala, el profe se enoja… Y esto no es sólo a nivel escolar, también a nivel universitario. En los cursos chicos de la universidad están teniendo varios problemas por lo mismo, porque están los alumnos chateando, conversando y el profe adelante haciendo la clase solo, y eso es un problema. En el fondo, ¿dónde queda la convivencia en grupo? Finalmente tiene que ver con eso, la información que das en la clase la puedes conseguir, pero hay un tema de convivencia, de aprender a respetar los límites, de ser empáticos.
-¿Cree que esto responde a una falta de educación en salud mental en Chile que se arrastra durante años?
Creo que hay varios factores que tienen que ver con algo cultural nuestro como país. Tendemos a movilizarnos una o dos horas al trabajo, cosa que en otros países no pasa. Estamos acostumbrados, como si viviéramos en ciudades distintas, y eso quita tiempo. Ahora, el tema de no tener conciencia de salud mental no es algo tan local, sino bien transversal a nivel histórico mundial; para la gente mayor de 50 años es como si esto no hubiese existido y que uno estuviera inventando cosas. Para los mayores de 30 existe, pero todavía está el prejuicio. De ahí para abajo diría que hay un boom que se tiró para el otro lado. Ahora tú ves gente que está viviendo cosas que son normales y se patologizan..
–¿Es sólo algo generacional?
El estilo de vida que tenemos en la ciudad también es un factor súper importante. Muy rápido, muy agresivo. Vivimos súper mal en ese sentido. Organizamos mal el tiempo, y uno ve que eso le afecta a los adolescentes. Las mamás tienen que ir a trabajar a las seis de la mañana y a veces llegan a las siete de la tarde reventadas, y ahí ¿cómo le pides que se ponga a hacer tareas o a jugar, si llega a la casa además a hacer aseo y limpiar? Y esto pasa en casi todos los niveles socioeconómicos, con las variantes que quieras, pero creo que el trabajo excesivo ha sido un factor bien importante en temas de crianza y de que haya una peor salud mental para los niños.
-Frente a toda esa situación, ¿debería comenzar a verse la salud mental como una responsabilidad gubernamental?
Sí, creo que desde hace unos 10 años sí ha habido un intento por mejorar las cosas. Ha habido cambios en términos de que se ha tratado de formar más profesionales de salud mental. Yo diría que uno ha visto que se han incorporado más psicólogos en la salud pública, más trabajadores sociales. Ha habido un intento por mejorar, no creo que no se haya hecho nada. Insisto, es demasiado complejo. Siento y veo que nos vamos acostumbrando a un estilo de vida que es poco sano. ¿Cómo arreglarlo? No tengo idea.