En la siguiente columna, el profesor Didier Aubert reflexiona sobre el repertorio audiovisual que nos legará la cobertura mediática del rescate de los 33 mineros atrapados en el yacimiento San José. Para él, sólo una imagen quedará en nuestra memoria: el rostro azul captado el día en que la sonda 10B dio con el refugio, tras 17 días de angustiosa espera.
Parece que los 33 mineros de la mina San José pronto se reunirán con sus familias. Las operaciones están programadas para comenzar la próxima semana, y todos esperan que las cosas salgan bien. Innecesario es decir que la cuestión más importante en este momento es la seguridad de estos hombres.
¿O es necesario? Ahora es obvio que este dramático episodio se ha convertido además en un programa de noticias en todo el mundo, y probablemente será estudiado más adelante por las organizaciones de noticias, las escuelas de periodismo y las agencias de consultoría como un caso de estudio en comunicación de crisis. Se ha informado que actualmente los mineros reciben formación sobre medios de comunicación, con el fin de prepararlos para hacer frente a la prensa al salir. Al parecer, es importante asegurarse de que los mineros sean capaces de manejar la prensa correctamente. Si bien los expertos de rescate están aún preocupados por sacarlos de allí con vida, el Gobierno quiere asegurarse de que den entrevistas decente.
El resultado de esta preparación, supongo, será que los canales de televisión y periódicos de todo el mundo contarán la misma agradable historia acerca de la resistencia y la solidaridad, la capacidad tecnológica, los valores familiares y la unidad patriótica. El tiempo para la polémica y las versiones de los conflictos vendrán después, como sucede siempre. Mientras tanto, lo que podemos esperar en los próximos días es un evento mediático bien coordinado, donde los 33 sobrevivientes pueden expresar su agradecimiento, su orgullo, y posar junto al presidente Piñera. Para mí eso está bien. Admiro a estos mineros y el talento de los hombres que los van a sacar de esta trampa mortal. Espero que todos ellos salgan de la mina sin una cicatriz. Y en última instancia, no me importa escuchar los clichés que inevitablemente vendrán con la cobertura periodística de este evento extraordinario.
Sin embargo, me gustaría hacer una apuesta. Pese a todas las banderas de colores brillantes que flamean al viento, a todos los abrazos del presidente Piñera a los hombres y sus familias, y a toda la cobertura en vivo que dan todos los canales de noticias del globo, nadie se acordará de estas imágenes en diez años, excepto cuando los programas de TV las utilicen para mirar hacia atrás al que, probablemente, será el rescate minero más espectacular de la historia mundial. Nadie se acordará de ellas, precisamente porque se les dará formato como un evento mediático. Estas fotografías pre-empaquetadas, pre-formateadas, dejarán poco rastro en nuestra mente, al igual que nadie recordará alguna de las numerosas fotos del Presidente Piñera sosteniendo la famosa pieza de papel que dice “Estamos bien en el refugio los 33”.
Si hay algo que permanecerá en la cultura visual de este país, será otro momento, otra imagen. Estoy convencido de que la imagen emblemática de toda esta secuencia de eventos será la primera de todas: un rostro fantasmal que sale de la oscuridad y se acerca a la cámara —un hombre levantando de la muerte, y del olvido; el rostro, como el de un Cristo, de un minero que había perdido tanto peso durante su cautiverio que se había convertido en irreconocible— a tal punto que varias familias pensaron que podrían reconocerlo como su padre, su hijo o su hermano.
¿Como el de Cristo, en realidad? Sí, en realidad. Esta visión nos trajo de vuelta a los orígenes de la fotografía, cuando se consideraba una maravilla, una maravilla tecnológica, un milagro. Como muchos teóricos han demostrado, el verdadero impacto de la imagen fotográfica prevenía del hecho de que era un rastro de la naturaleza (un índice, si se quiere utilizar términos semióticos). Lo que nos sorprende, al día de hoy, no es tanto que una imagen se parece a las cosas o a las personas que representa. La pintura puede hacer eso igual de bien. Lo que nos toca es que suponemos, cuando vemos una fotografía (o cualquiera de sus variantes, como el video, el cine…), que el sujeto dejó su marca en la imagen. La imagen es también una presencia vicaria. En ese sentido, el verdadero antecesor de la imagen fotográfica no es la pintura —que es el Manto Sagrado de Turín, la traza de un rostro—. La imagen del primer minero fue otra imagen de la resurrección, la huella de un rostro vivo, y hay una conexión reveladora entre la genealogía de la huella fotográfica y el desarrollado fervor religioso que creció en el Campamento Esperanza.
Recordar a Roland Barthes (1) también nos ayuda a entender que esta es la razón por la cual la fotografía ha tenido siempre una estrecha relación con nuestro sentido moderno de la muerte. Una imagen es siempre la imagen de algo que se ha ido, de un momento que ya está en el pasado, que se convirtió en un recuerdo en el momento preciso, el segundo exacto en que la foto fue tomada. Una fotografía es una imagen del tiempo. Clic y se fue. Clic y ya muerto. Y sin embargo, todavía vivo, eternamente presente: la fotografía es la invención tecnológica de la nostalgia instantánea.
Un último ejemplo, tal vez, para mostrar que el poder de esta imagen increíble no es casual, no es un asunto de circunstancias, sino que tiene que ver con nuestra “imaginación tecnológica”, con los valores que asociamos con este medio: en el siglo XIX, hombres como Louis Mumler (EE. UU.), Frederick Hudson (Inglaterra) o Edouard Buguet (Francia) (2) aseguraron que el espíritu de los difuntos era visible en las fotografías. Huellas blancas, borrosas, con forma de siluetas parecían flotar en los retratos fotográficos, y mucha gente llegó a creer que estas formas eran los fantasmas de los muertos. La fotografía pareció abrir la puerta al más allá (una idea espectacular, explotada por la película de Alejandro Amenábar “Los Otros”, hace casi diez años). Cuando vimos al primer minero, este mito se hizo realidad. Él encarnaba el espíritu de estos 33 hombres, diciéndonos, sin decir una palabra, que estaban a la espera de la salvación, las sombras en el fondo de un moderno purgatorio industrial. Este rostro nos estaba esperando para llevarlo de vuelta al mundo de los vivos.
Estoy orando para que esto suceda la próxima semana, según lo previsto. Pero dudo que alguna de las previsibles imágenes producidas por el circo mediático en torno a este rescate se acerque siquiera a la emoción que sentimos cuando esta cara azulada nos miró desde el centro de la tierra.
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(1) Roland Barthes, La cámara lúcida, Trad. Joaquim Sala-Sanahuja, Paidós, 1999.
(2) Clément Cheroux, Le troisième oeil: la photographie et l’occulte, Gallimard, 2004 ; John Harvey, Photography and Spirit, Reaktion Books, 2007; Louis Kaplan, The Strange case of William Mumler, Spirit Photographer, University of Minnesota Press, 2008.