Opinión

¿Confusión o amargura?

Por ~ Publicado el 31 marzo 2009

Hay algo que me suena mal cada vez que veo, leo, escucho algo relacionado con la selección de fútbol. Estoy confundido, porque ni siquiera sé cómo verbalizarlo. Para episodios vergonzozos, como el Maracanazo o la “rojita” en Toronto, es más fácil: se trata simplemente de mala prensa, prensa chauvinista…

Fotografía Gentileza de Chiledeportes/Max Montecinos

Hay algo que me suena mal cada vez que veo, leo, escucho algo relacionado con la selección de fútbol. Estoy confundido, porque ni siquiera sé cómo verbalizarlo. Para episodios vergonzozos, como el Maracanazo o la “rojita” en Toronto, es más fácil: se trata simplemente de mala prensa, prensa chauvinista, gente que no hace su trabajo, periodistas que olvidan su rol de profesionales y se convierten en hinchas. Y estoy de acuerdo. Para episodios victoriosos, no sé. Un cierto ambiente, un tono de voz un poco histérico, acaso lo justo para no sonar ridículo. Pero hay algo en ese ambiente, en ese tonito, en esa supuesta normalidad, que me molesta.

O soy un confundido, o un amargado. Una de dos.

¿Puede el periodismo deportivo ser objetivo o al menos pretender serlo, de la manera que los otros tipos de periodismo lo intentan? ¿Puede el periodismo no ser hincha de la selección? ¿Puede abstenerse de desear que gane? ¿Es un vehículo legítimo para inocular en niños el “amor a la camiseta”, la “pasión del fútbol”? ¿Es bueno eso o es peligroso? Si el niño ve que es normal destrozar un estadio, o al menos que pocos, muy pocos adultos del mundo de las comunicaciones se enojan como sus padres se enojarían si él o ella rompiera algo de la casa, ¿cómo diablos puede entender después que hay una ley que sanciona el vandalismo?

Otra cosa, en este desconectado recuento de confusiones y amarguras. Resultó, por ejemplo, que los mejores jugadores peruanos en el último partido estaban castigados. Esa historia nos interesó en el último momento, solo cuando nos tocó a nosotros.

Y apenas. Pero vaya que se parece al episodio de Puerto Ordaz en 2007. ¿Somos tan diferentes, entonces, nosotros, los vencedores, y ellos, los vencidos?

Más: ¿Podría el periodismo deportivo meterse en las patas de los caballos, y desarrollar periodismo de investigación, de la manera que Andrew Jennings ha venido haciendo hace décadas en Inglaterra con respecto al Comité Olímpico Internacional y la Fifa? ¿Los periodistas que lo hagan seguirían manteniendo la tifa para entrar al estadio?

¿Es inocente hinchar por el país, “ponerse la roja”, “apoyar con todo”? ¿Es neutro ese jueguito de los relatores deportivos que consiste en exagerar el tono de voz y transformar en una gesta épica la más sencilla expectoración nasal del jugador nacional? ¿Es un simple hábito el ejercicio sistemático de correr a preguntar al lado de la cancha las mismas preguntas de siempre para recibir las mismas respuestas? ¿Es bonita la pléyade de adjetivos marciales que acompañan a las victorias, o la serie de comentarios depresivos que suceden a las derrotas? ¿Si el fútbol es el tema que más interés concita en la sociedad, puede el relato que se hace de él carecer de preocupación por sus efectos? ¿No deberíamos preocuparnos como si se tratara de una central nuclear?

Estamos tan acostumbrados a que el periodismo sea parte de esto que no nos llama ni la atención. Y lo peor es que lo hacemos gratis. Creemos que es por el país, creemos que por ganar un partido estaremos más unidos, creemos en el fútbol rentado como un bien social. Creemos, creemos y creemos en el “aliento”, en el “aguante”, en que el fútbol profesional a nivel de selección no es sino la justa celebración de nuestra identidad nacional. Qué lindo es eso en la victoria, cuando hay tiempo de ser magnánimos. Qué peligroso es en la derrota, cuando se sale de control.

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