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Testimonio de Richard Vera: “Nadie se fue porque nuestro objetivo era defender al gobierno y para eso esperábamos aquellas instrucciones que nunca llegaron”

Por ~ Publicado el 11 septiembre 2020

En esa época yo tenía 23 años y ya había terminado la universidad en Concepción. Ahí militaba en el MAPU, uno de los partidos de la Unidad Popular. En abril, con algunos compañeros viajamos a Santiago para aportar a las tareas del partido y nos integramos a una célula que debía participar en labores de autodefensa. Recibimos pistolas y también un poco de instrucción de compañeros con formación militar. Algunos de ellos, por su acento, supuse que eran tupamaros uruguayos exiliados en Chile.

Richard Vera

Richard Vera

No nos tomó por sorpresa el Golpe. Era ya un hecho que venía anunciándose en los atentados que realizaba Patria y Libertad, en las declaraciones de los dirigentes de derecha y de la Democracia Cristiana, en los movimientos que realizaban las Fuerzas Armadas (FF.AA.) y en las gestiones de Estados Unidos. Se sentía en el aire que en cualquier momento iba a estallar todo.

Del día 11 recuerdo que arrendábamos una casa en la comuna de San Miguel y temprano empezamos a escuchar por la radio que las FF.AA. se habían levantado contra el gobierno y exigían la renuncia del Presidente Allende. Nosotros ya teníamos nuestras tareas definidas: debíamos reunirnos en un local de Gran Avenida para esperar instrucciones de nuestros dirigentes. Caminamos hacia allá con nuestras armas escondidas en la ropa. En el trayecto, la gente se veía muy confundida, en silencio, sin saber qué hacer. Veíamos también camiones y buses con soldados que pasaban hacia el centro y frente a una Comisaría vimos carabineros con fusiles que tenían a unos muchachos afirmados contra la pared y los estaban registrando. No nos detuvieron y seguimos andando. En el local de reunión nos pusimos a esperar, pero nunca llegó nadie. Tampoco había teléfono en caso de querer comunicarnos.

Una cosa chistosa, en medio de la tensión del momento, ocurrió cuando llegó un furgón de Carabineros y se bajaron varios con fusiles. Pensamos que venían a allanarnos y nos preparamos para resistir. Sacaron un canasto y entraron al local de al lado, donde había una panadería. Al rato salieron con el canasto lleno y se fueron. Creo que nunca tuvimos miedo. Nerviosismo tal vez, pero nadie se fue porque nuestro objetivo era defender al gobierno y para eso esperábamos aquellas instrucciones que nunca llegaron.

A eso del mediodía, salimos caminando hacia Santa Rosa con el fin de robar un vehículo para movilizarnos. Tuvimos éxito en Departamental, donde le arrebatamos el auto a un señor que se bajó asustado y salió arrancando cuando nos vio con pistolas en las manos. Desde allí volvimos hacia un local cerca del Inacap de Vicuña Mackenna, que estaba a cargo de gente del Partido Socialista. Tenían fusiles y estaban tratando de armar unas granadas caseras. Ahí nos convidaron almuerzo. Luego, salimos hacia la casa de un compañero que vivía cerca de la Población La Legua. Por la calle no se veían vehículos y la gente miraba desde sus casas con curiosidad y temor a los que pasábamos. En la casa a la que llegamos, recuerdo una escena como de película antigua: en el patio, el papá de nuestro compañero, con sus hijos y otros chicos y chicas de la cuadra estaban moliendo carbón para fabricar bombas caseras. La idea era combatir con lo que hubiera a mano.

Ya sabíamos que La Moneda había sido bombardeada y que el presidente había muerto. En los bandos militares anunciaban toque de queda a las 6 de la tarde. En el ambiente se escuchaban los balazos de un enfrentamiento por ahí cerca. Ese día no vino nadie a darnos instrucciones. Ni al otro. Como dos días después apareció nuestro contacto con la dirección del partido. Venía muy bien peinado y traía una bolsa con un repollo dentro para despistar. La información era que los dirigentes estaban desaparecidos o asilándose. Las instrucciones para el resto era que debíamos escondernos y esperar.

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