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Iglesia de los Sacramentinos: En medio de la renovación, el abandono

Por ~ Publicado el 2 diciembre 2009

La iglesia de los sacramentinos es un gran hito urbano de Santiago. Además, es uno de los templos más solicitados para matrimonios. Pero quedó sin terminar hace noventa años y nunca, nunca, ha sido restaurado. Ignorado por la ciudad, y enclavado en un área de renovación urbana, este símbolo del barrio cívico lucha contra el tiempo y las palomas que defecan en sus cornizas.

Iglesia Sacramentinos
Los trabajos en la basílica de los Sacramentinos comenzaron en 1912 | Foto: rhurtubia

Mismo dueño, casi idéntico diseño. Una en París y la otra en Santiago. Una en la colina de Montmartre. La otra en Santa Isabel esquina Arturo Prat. A una la llaman Basilique du Sacré Coeur. A la otra, Iglesia del Santísimo Sacramento. Una es de piedra blanca. La otra de hormigón armado. El atrio de una es una explanada desde donde se puede ver prácticamente todo París. Desde el atrio de la otra se ve una plaza, una pileta y edificios altos de colores pastel. En las dos basílicas las palomas defecan. Pero solo una es limpiada.

La basílica parisina se terminó de construir en 1914 y se consagró después de la primera Guerra Mundial, en 1919. Los trabajos en los Sacramentinos, su símil chileno, comenzaron en 1912, pero se detuvieron en 1920 y jamás se retomaron. Por eso los costados y casi toda la parte trasera -o ábside- del templo están con hormigón expuesto. La iglesia no se ve bien. Su aspecto es gris. Sus esquinas están cubiertas con abundante guano de las palomas que ahí habitan. Sus rejas altas están para protegerla de vandalismos. Su foso, entre el inicio de la construcción y la calle Santa Isabel, permanece lleno de basura: botellas de bebida, envoltorios de helados, escombros y pelotas de futbol. Las puertas laterales llevan años cerradas. Las pasarelas para llegar a ellas, en algunos lugares, están derrumbadas. Igual que la cruz de tres metros que coronaba la cúpula central y que para el terremoto del 85 se vino abajo. Si el edificio nunca fue terminado, menos ha sido restaurado en sus casi 90 años de vida.

“Lo que se destruye así queda, porque no hay plata para arreglarlo”, dice el párroco Alejandro Fabio s.s.s.
En rigor, lo único que se hace es mantención: se paga la luz, el agua, el gas. Se compra cera para el parquet interior y se les paga a dos personas para que se encarguen del aseo. “Mantener el templo cuesta alrededor de un millón quinientos mensual”, agrega el sacerdote. La basílica pertenece a la Congregación del Santísimo Sacramento. Es una orden regular –como los jesuitas o los franciscanos–, por lo que no recibe ningún aporte del Arzobispado: así lo confirmó el padre Oscar Muñoz, Vicecanciller del Arzobispado (la cancillería se encarga de elaborar todos los documentos oficiales de la curia).

Según los registros del Centro de Documentación del Consejo de Monumentos Nacionales, la Iglesia del Santísimo Sacramento fue declarada “Monumento Nacional en la categoría de Monumento Histórico de acuerdo al Decreto Supremo N° 408 del 29 de octubre de 1991”. Este título permite que la propiedad no pague contribuciones. Hasta ahí llega el aporte del Estado. Esa es la regla: la Ley 17.288. La encargada del área de arquitectura de Consejo, Karina Aliaga, señala que esta entidad solo tiene la facultad de asignar fondos de emergencia y cuando se trata de un caso “en que está realmente comprometida la integridad de algún bien inmueble declarado Monumento Histórico”.
La Municipalidad de Santiago regaló las luces que iluminan la cúpula central en las noches y le paga a la empresa Citeluz para que les haga la mantención. Tampoco multan a los religiosos por el remate de una de las cúpulas traseras, a las espaldas de la escultura del San Pedro Julián Eymard –fundador de la orden–, que desde el terremoto del 85 amenaza con irse al suelo.

La peor época para los Sacramentinos es el invierno: “El techo está lleno de goteras y no podemos subir a nadie a taparlas porque no tenemos cómo asegurarnos de que no se caiga”, dice el padre Fabio. Por los accesos laterales a la cripta se cuela el agua y la inunda. Es la peor época, también, porque no hay matrimonios. Estos son el mayor ingreso de los Sacramentinos. Para casarse ahí se debe hacer un aporte voluntario de 300 mil pesos. Si se quiere llevar a cabo la ceremonia en la cripta, son 250 mil. Si la pareja es del sector, son 150 mil. Si pertenece a la parroquia, es gratis. Podría haber tres matrimonios diarios: dos en la iglesia y uno en la cripta.

La mayor parte de las ceremonias de matrimonio se efectúa entre octubre y marzo. En realidad, si la cosa va bien, se realizan dos matrimonios por semana. Después, baja la demanda y con ello el aporte voluntario: 200 mil. Para noviembre hay diez matrimonios. Marzo está copado. “En esta parroquia nadie se deja de casar por plata”, asegura el padre Fabio. Por eso, en rigor, el ingreso por este concepto varía mes a mes.

Para el párroco, lo ideal sería contar con tres millones de pesos mensuales. Con eso se pagaría la vida de los tres religiosos de la comunidad, el sueldo de la secretaria y de los dos auxiliares, las actividades parroquiales y la mantención del templo. Pero nunca hay tres millones. No alcanza. Lo que se gana en la época buena de matrimonios se guarda para el invierno. Y queda pendiente limpiar canaletas, reponer vidrios, restaurar vitrales, arreglar el órgano Walcker Op. 1932, enderezar algunas esculturas inclinadas, tapar las innumerables fisuras en la pintura del interior, estucar lo que falta del exterior, limpiar y reparar lo que da a Santa Isabel, recuperar los salones que están detrás del templo, arreglar el alcantarillado y quitar el excremento de las palomas.

Al costado norte del templo está el antiguo convento de los Sacramentinos. Forma parte de lo que fue declarado Monumento Histórico en 1991. Hoy pertenece a la Municipalidad de Santiago. En ese lugar se realiza una remodelación para transformar el lugar en un centro cultural. El arquitecto que diseñó la obra es Pablo Moraga, del estudio de arquitectura Puerto Varas, ubicado en esa ciudad junto al lago Llanquihue. Moraga ha desarrollado proyectos relacionados con el patrimonio histórico en Santiago y en el sur. Conoce la historia de los Sacramentinos: “Un ambicioso proyecto de construcción para la época, por la calidad de los materiales y las dimensiones de la construcción”. A su juicio, conservar el patrimonio no significa necesariamente terminar el trabajo. Según el arquitecto, hay corrientes dentro de la conservación que creen que es mejor dejarlo como quedó cuando paró la construcción.

Seguramente cuando el arquitecto Ricardo Larraín Bravo vio en pie la basílica que había diseñado, no pensó que 90 años después quedaría cercada por edificios que superarían los 56 metros de altura de la cúpula central. El plano regulador de la Municipalidad de Santiago, aprobado en 1991, señala que todo lo que rodea a la basílica, salvo las áreas verdes, es Zona B: esto permitió la construcción, por el perímetro del templo, de edificios que superan los 20 pisos. Y así ocurrió. Hoy solo queda libre un terreno en la esquina sur oriente y las dos zonas verdes: al poniente el parque Almagro y al oriente la plaza Los Sacramentinos.

El barrio se ha revitalizado con la llegada nuevos habitantes. Hay más gente que va a la iglesia, a misa o a visitarla. Sin embargo, a juicio de Moraga, esto es un contrasentido porque se activa el sector en desmedro de la iglesia. Sin embargo, la presencia del parque y la plaza “le dan cierta holgura, lo que permite pensar que no va a desaparecer entre las torres que ahí se han levantado, como ha ocurrido con otras iglesias de Santiago”.

Las dudas sobre qué va a pasar con la iglesia de los Sacramentinos persisten. En julio de este año el arquitecto Jaime Migone, decano de la carrera de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la Universidad SEK, se adjudicó un FONDART Bicentenario por $ 48.850.000 para investigar y elaborar un proyecto de restauración de la iglesia. Pero el padre Fabio ha recibido en sus tres años de párroco varios proyectos de restauración, además del compromiso de fieles e instituciones de aportar para mejorar el estado del monumento. Nada se ha concretado. A su juicio, porque los costos son muy elevados: “Por lo menos 10 millones de dólares”, afirma. El arquitecto Pablo Moraga cree que esta cifra no se escapa a la realidad.

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Gabriel Galaz es estudiante de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado.

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