“El 26 de diciembre de 2002 murió en Concepción el coronel en retiro del Ejército, Jorge Espinoza Ulloa, comandante del Estadio Nacional cuando se convirtió en el más grande campo de detención en la historia de Chile desde el mismo día del golpe de Estado, 11 de septiembre de 1973, hasta el 9 de noviembre de ese año”.
Así da inicio Pascale Bonnefoy a esta nueva edición del libro “Terrorismo de Estadio. Prisioneros de guerra en un campo de deportes”, dando cuenta de lo que ella llama “el germen del aparato represor de la dictadura”. Para esta nueva versión la autora identificó militares que no eran de su conocimiento y ordenó la cadena de mando que operó en el Estadio Nacional. Pudo, así, trazar con mayor definición el mapa de lo que sucedió en el recinto deportivo.
Una de las conclusiones a las que llegó, dice Pascale a Puroperiodismo, es que lo sucedido en el Estadio Nacional fue una prueba en terreno inicial, el germen del aparato represivo que iba a continuar después tanto en la DINA como en el DINE. “Todo eso también sale en los informes de los interrogatorios, que los leí pero no los uso, porque son informes bajo tortura. Todo ese cuerpo de información se fue a la DINA. Esto es de verdad el germen del aparato represivo, por eso creí tan importante investigarlo”.
Pascale explica que si bien leyó interrogatorios, no todos fueron considerados. De hecho, fue uno solo el que la convenció en cuanto a la relevancia de su información.
“Un tipo del MIR que después termina colaborando con los servicios de inteligencia de la fuerza aérea. Su nombre es Leonardo Schneider, conocido como ‘El barba’. Era conocido como un convertido a represor. Investigué mucho de él y de un exboina negra mirista, con quien también había caído preso, Óscar Delgado. Por él el Edecán está procesado actualmente. Hablé con él para el primer libro, pero ahora está muerto. Esa vez se enojó mucho y terminó la entrevista, mostrando su inocencia al repetir ‘Óscar era mi amigo'”.
Óscar Delgado era conocido como “Aquiles”. Muchos miristas desconocían su nombre real, pero todos le tenían un especial aprecio. Para ellos, Schneider era el que había montado todo para que los capturaran juntos, según consigna la autora en su libro.
—¿Tuvo algún otro conflicto ético?
El uso de las investigaciones en curso. Hay un conjunto del 73 y uno actual que está en curso. Ahí tuve que ver cómo usaba esa información, y eso fue complicado. Generalmente los militares no declaran mucho, o no saben o no recuerdan. Pero hay algunos que sí cuentan cosas. Y fuertes. Tuve que decidir más o menos sobre la base del valor de la información, dónde estaba el equilibrio entre el interés público y el resguardo del secreto de una investigación sobre crímenes que han sucedido hace más de 40 años. A un militar lo entrevisté largamente dos veces, sin ningún problema, y yo sé que no me contó todo. Lo sé. Al término de las dos horas de entrevista, me dice por teléfono “pero no vas a usar mi nombre, ¿cierto?”.
—¿Todo eso ya estaba grabado?
No me dejó grabar. Anoté todo. Pasé escribiendo como loca (ríe). Ahí yo me molesté con él. Le dije “¿Sabes qué? Ya basta. Han pasado más de 40 años. Ya basta”. Y él tampoco dijo nada que lo incriminara. Entonces, hasta cuándo van a seguir escondiendo. Están esperando a que lleguen a los 70 u 80 años y que un detective les toque el timbre para hablar. Y hablar a medias.
—¿Cree que se hace algo de justicia con este tipo de instancias?
Yo creo que no ayuda necesariamente al juicio, pero sí al registro histórico. Toda esta información está disponible para la justicia, lo que pasa es que es muy lenta. Y tampoco están atando todos los casos. Pero también uno piensa qué puedes pedirle a un juez que lleva más de doscientas causas. No da.
—Si tuviera que describir el libro en una frase.
Una investigación periodística profunda del Estadio Nacional como campo de concentración, como germen del aparato represor de la dictadura. Todo esto desde la perspectiva de la organización militar.
“Terrorismo de estadio: prisioneros de guerra en un campo de deportes”, de Pascale Bonnefoy, será presentado este martes 6 de septiembre a las 19 horas en el Salón de Conferencias y de Arte del Estadio Nacional (Avenida Grecia 2001, Ñuñoa). Presentarán la obra la directora del ICEI, María Olivia Mönckeberg y el exministro en causas de derechos humanos, Juan Guzmán Tapia.