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Una afirmación resuena con mayor eco tras la lectura de Post-Industrial Journalism. Adapting to the Present, de Christopher Anderson, Emily Bell y Clay Shirky: en el contexto actual —donde el futuro se superpone promiscuamente al presente— ya no es posible hablar de una industria de los medios de comunicación. Se acabó. C’est fini:
“Solía haber una industria, unida por los elementos que usualmente las mantienen unidas: métodos similares entre un grupo pequeño y coherente de empresas, y la habilidad de cualquiera fuera de ese grupo para generar productos competitivos. Esas condiciones ya no son válidas” (p.1).
Pero la crudeza de este dictamen se asemeja más a una inyección de certeza y a un llamado a la acción antes que a un desangramiento mortal o un réquiem para el oficio. Post-Industrial Journalism se sostiene en cinco pilares o “creencias fundamentales”: el periodismo es importante; el buen periodismo siempre ha estado subsidiado; internet arruinó el subsidio de la publicidad; la reestructuración es, por tanto, un movimiento necesario; y, finalmente, hay muchas oportunidades para hacer trabajo de calidad a través de nuevas formas.
Tras esta declaración de principios el documento aborda la situación actual de los “periodistas”, las “instituciones” —con un sugerente análisis sobre la rigidez intrínseca de éstas— y el “ecosistema informativo”, ese concepto abstracto remecido por la aparición de audiencias cada vez más participativas.
Como es de esperar, Post-Industrial Journalism ha tenido respuestas y reflexiones derivadas. En GigaOM, el prolífico Mathew Ingram se pregunta por los caminos para construir estabilidad en este presente/futuro post-industrial. Craig Kanalley, del Huffington Post, prefiere centrarse en las oportunidades detectadas por el reporte. Desde Chile, Juan Carlos Camus enfatiza la necesidad de explorar las “nuevas formas” de producción del periodismo. Para quienes deseen aproximarse a una versión resumida de la publicación, Joshua Benton del Nieman Lab realizó un completo desglose por medio de citas.
¿Puede emerger un Homicide Watch que documente una mínima fracción de los casi 20 mil asesinatos anuales en Venezuela? ¿Es factible la existencia de un SCOTUSblog argentino que cubra las decisiones de la Corte Suprema sobre la Ley de Medios que enfrenta a Clarín con Cristina k?
Es la reflexión de Rasmus Kleis Nielsen, investigador del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, la que nos parece más pertinente en nuestro contexto: ¿esta condición post-industrial es prerrogativa estadounidense o sus lecciones pueden aplicarse al resto del planeta? Su respuesta es la búsqueda de una retroalimentación mutua. “Tal vez los estadounidenses pueden aprender mucho de las experiencias europeas como podemos aprender de ellos en otros aspectos”, escribe Kleis.
Al respecto es interesante cómo los autores de Post-Industrial Journalism descartan concentrarse en el devenir de The New York Times. “Creemos que ese foco es distractivo […] Cualquier frase que comience diciendo ‘tomemos el ejemplo del New York Times…’ explica o describe poco sobre el resto del paisaje”, plantean. Derek Thompson, de The Atlantic, apunta en la misma dirección al analizar las efusivas repercusiones tras la publicación de “Snow Fall”, el comentado reportaje multimedia del NYT.
Siguiendo a Kleis, deberíamos tomar resguardos al momento de erigir puentes con tanta rapidez: no todo lo que sucede en el ecosistema informativo estadounidense tiene correlación con el devenir de los medios en Latinoamérica o Chile. Post-Industrial Journalism es un excelente análisis de un entorno determinado, con su historia, desarrollo y proyecciones particulares. Un entorno —vale aclararlo— observado con devoción e interés desde la periferia, pero no necesariamente un espejo de nuestros propios miedos y ansiedades.
Podemos, quizás, aportar un matiz: somos un reflejo cóncavo (o convexo), diferido, pospuesto, algo deformado. Como escribe Juan Villoro en “La frontera de los ilegales”, una cultura que siempre parece llegar con retraso al punto de encuentro con su propia identidad.
En esa línea, deseo articular algunas interrogantes que sí pueden dar cuenta de las posibilidades, exploraciones y emprendimientos susceptibles de cristalizar en nuestro(s) ecosistema(s). ¿Puede emerger un Homicide Watch que documente una mínima fracción de los casi 20 mil asesinatos anuales en Venezuela? ¿Es factible la existencia de un SCOTUSblog argentino que cubra las decisiones de la Corte Suprema sobre la Ley de Medios que enfrenta a Clarín con Cristina K? ¿Existen blogueros que, partiendo desde una bitácora personal, crezcan hasta institucionalizarse como el blog político Talking Points Memo?
En octubre de 2011, con motivo del lanzamiento en Chile de su libro Hackear el periodismo, el periodista argentino Pablo Mancini se refirió al “anglocentrismo” del periodismo latinoamericano y sus externalidades positivas: “Hay experiencias que no han funcionado que hoy las conocemos, y cualquier hombre de medios sensato no las va a aplicar, porque ya sabe que no funcionaron en otros lugares, aunque los modelos no se puedan trasladar linealmente”.
Siguiendo esa lógica, ¿en qué deberíamos pensar para “adelantarnos” y poder sortear un inminente abismo? Mancini, es preciso aclararlo, se refería a los muros de pago, esa estrategia que adquiere la forma de un talismán sagrado, odiado y venerado. Pero si miramos al norte, la reorganización del periodismo —como constata Post-Industrial Journalism— no pasa tanto por los ingresos como por los modelos institucionales (p. 122). Es decir, más medios sin fines de lucro, más especialización en las redacciones, más agregación/mecanización de noticias, más participación de las audiencias y más “hackeo” del proceso productivo.
¿Por dónde comenzar? Una pregunta abierta para estimular el debate.