Mientras las calles del país hervían de rabia y algo de esperanza, los primeros días de octubre de 2019, en la Plaza de Maipú el aire se colmó de consignas, gases y barricadas. Lo que comenzó como una manifestación pacífica frente al metro terminó en enfrentamientos y represión. Seis años después, testigos y vecinos reconstruyen aquel día en que la comuna se convirtió en el reflejo del país entero
Por Cristóbal Mercado
Aquel 18-O, Camila Rozas, entonces estudiante de enseñanza media, caminaba con su madre por la avenida Pajaritos. El aire tenía ese halo de las tardes donde algo está a punto de pasar.
“Eran como las tres y media”, recuerda. “De repente vimos venir a un grupo de estudiantes con carteles y tambores. La gente del sector los miraba, algunos reían, otros aplaudían. Era una marcha tranquila, de esas que no suelen pasar a mayores”.
“Chile despertó”, dijeron después, pero ese viernes empezó todo con las noticias de los estudiantes evadiendo el pago del metro desde hacía varias semanas. Pasadas las horas, cada declaración de los transeúntes reflejaba un país cansado. En Maipú, afuera de la estación de la plaza, cuando el sol caía sobre la avenida Pajaritos, comenzaron a llegar los primeros grupos de estudiantes. Al principio eran consignas tímidas, carteles hechos a mano con cartulinas y plumón. La multitud creció y el sonido de las consignas se perdía en medio del ruido del tráfico.
Por horas, la escena fue la de una comunidad reencontrándose, expresándose o comentando los últimos acontecimientos: la represión a los estudiantes en el metro, la falta de locomoción y los adultos que salieron en defensa de los jóvenes. La rabia comenzó cuando llegó Carabineros. De pronto, el sonido de los disparos lacrimógenos cortó el aire. El humo avanzó por la avenida y el caos se desató en segundos.
“Lo que más recuerdo fue el olor”, dice Camila. “De pronto sentí un ardor fuerte en los pies. Había caído una lacrimógena al lado mío y no sabía hacia dónde correr. Mi mamá me tomó de la muñeca y me metió a una tienda deportiva. Dentro, alguien me pasó un limón. Eso me fue aliviando un poco. Desde el cristal de la vitrina, pude ver a la gente corriendo del guanaco, gritando, tirando piedras. Yo no entendía nada”.
Por un instante, madre e hija quedaron allí, respirando el gas. Hasta ese entonces, Camila no tenía conciencia plena de lo que ocurriría en el país. Pensaba en salir de cuarto medio y dedicarse a estudiar kinesiología. Disfrutaba de su último año de colegio, ajena a todo lo que estaba por venir.
Foto original La voz de Maipú
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El descontento en la comuna no nació ese día. Desde agosto, los vecinos de La Farfana y Los Héroes marchaban por más seguridad en las calles. Los barrios se habían vuelto más hostiles y este era un tema obligado entre los vecinos. Otras preocupaciones eran salud y los basurales que avanzaban por sectores residenciales.
Aquella tarde de octubre jóvenes corrían y agitaban la protesta, algunas madres miraban desde las veredas, los comerciantes cerraban sus cortinas de los locales adelantándose a lo que vendría. Lo que empezó como una manifestación pacífica pronto se volvió una batalla campal. La Plaza de Maipú, testigo de tantas celebraciones, ardió en medio del humo y las sirenas de carros policiales.
Se repetía en cada cartel, en los cantos y discursos: ‘Chile despertó’. La alentadora consigna que, en palabras de Luis Tricot, finalmente sería eclipsada en los medios por los registros de saqueos capturados durante las marchas. “Cuando empezó el estallido había una rabia y una indignación de la gente que estaba, en su mayoría, muy justificada. Después empezaron los saqueos y la delincuencia de grupos externos. Esa violencia la rescataron los medios y se le etiquetó como octubrismo, juntando a los protestantes con los delincuentes en un solo grupo”, afirma Tricot.
Como sociólogo y profesor de Movimientos Sociales en la Universidad Alberto Hurtado, Luis estuvo especialmente atento al progreso de este fenómeno. Fue partícipe de comandos políticos en los que se discutía acerca de las problemáticas que aquejan al país. En un principio, días después de la primera avalancha de manifestaciones, las personas parecían congregarse con genuina preocupación por lo que estaba pasando. Un par de semanas después, la asistencia decreció hasta desaparecer. Ahora Tricot tiene eso como el recuerdo de un mal chiste.
Mauricio Acevedo, vecino de la comuna y presidente nacional de la Federación de Farmacias (Fenatrafar), lo resume con la precisión de quien estuvo en las calles:
“Fue el descontento, una olla a presión que estalló. Un minuto en que tanta atomización, tanta presión social (…) Cuando el mundo empresarial y político se desconectan de la comunidad, pasa lo que todos vivimos. Es triste recordarlo, porque lo que sufrimos en el estallido, cuando la ciudadanía marchaba pacíficamente y era agredida, no siempre se mostró en la prensa. Lo que se olvida es que esas marchas fueron genuinas, nacidas del descontento ciudadano. Luego todo se tergiversó, y en la memoria de algunos quedó la idea de que el estallido fue pura violencia, lo que no fue así. Hoy vemos a diario esa desconexión entre el mundo empresarial y la gente, con políticas públicas que no llegan a la ciudadanía, y eso vuelve a generar malestar”, dice Acevedo.
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Durante aquellos días de octubre, el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) desplegó un trabajo ininterrumpido a lo largo de todo Chile para resguardar los derechos de las personas en medio de las protestas. Sus equipos -con las ropa amarilla distintiva- estuvieron en terreno, cruzaban calles entre gases y gritos , documentando heridas, detenciones y los primeros testimonios de quienes denunciaban vulneraciones. “Hemos estado en terreno reuniendo información relevante sobre el estado de las personas heridas y detenidas, y las vulneraciones de que han sido víctimas”, declaraba entonces el director del organismo, Sergio Micco.
En los hospitales Félix Bulnes, San Juan de Dios, Clínica Dávila y San Borja, el INDH constató lesiones graves en al menos 22 personas. Los reportes de aquellos primeros días eran crudos casi imposibles de leer. La gente estaba asustada. Un hombre recibió un disparo percutado por Fuerzas Especiales a solo cinco metros de distancia y quedó en estado grave; un niño tenía balas alojadas en el hígado, el riñón y las piernas; una niña resultó herida por un balín en una pierna; y otro hombre fue alcanzado por una lacrimógena en el rostro.
En Maipú el caso más grave fue el de Alex Núñez. El hombre estaba en la salida de la estación el 20 de octubre de 2019, ya con el toque de queda en vigente. La ciudad respiraba el miedo a ser detenido. Aquí y allá, entre la gente de Maipú, como en todo el país, ya se conocían casos de golpizas y abusos. Alex, junto a su esposa, fueron alcanzados por Carabineros, la pareja intentó escapar, pero un proyectil alcanzó su pie. Al caer al suelo, le propinaron golpes en la cabeza y el cuerpo. Esa noche, la vida de Alex se apagó en la ex Posta Central.
Al ser trasladado, el director de la posta impidió el ingreso de los funcionarios del INDH. La imagen quedó en la retina de la gente: el juez Daniel Urrutia caminó junto a los funcionarios del instituto para que ingresaran al recinto y pudieran recabar información sobre las personas heridas durante aquella jornada.
El INDH estuvo presente en manifestaciones en Santiago, Maipú, Iquique, Antofagasta, Coquimbo, Valparaíso, Rancagua, Talca, Concepción, Valdivia, Temuco, Puerto Montt y Punta Arenas, donde se observó el actuar policial y se abordaron buses para verificar el estado de las personas detenidas.
Con el mismo objetivo, los funcionarios del instituto visitaron comisarías a lo largo del país. En Santiago, las fiscalizaciones incluyeron la 1ª, 3ª, 19ª, 21ª, 25ª, 33ª, 43ª y 48ª comisarías, donde se registraban cerca de 140 detenidos. Muchos denunciaron uso desmedido de la fuerza, malos tratos, golpes en el rostro y los muslos, torturas, desnudamientos a mujeres, vejaciones sexuales y violencia hacia niños y niñas.
En el transcurso de esas jornadas, Beatriz Contreras, jefa regional del INDH, constató, junto a su equipo, los diversos abusos de las fuerzas policiales en el curso de las marchas. “En general, las víctimas pertenecían a un promedio de edad juvenil. Por esto, el INDH interpuso querellas por estos hechos constitutivos de violaciones a derechos humanos”, dice Beatriz. 3.247 querellas fueron puestas por el INDH: 2.311 por apremio ilegítimo, 566 por torturas, 249 por violencia innecesaria, 121 por otro tipo de vulneraciones. Dentro de los afectados, 665 corresponden a niños, niñas y adolescentes; 34 son personas mayores, 28 personas discapacidad, 25 pertenecen a la comunidad LGBTIQ+ y 20 eran personas migrantes”, explica para Puroperiodismo.
“Estamos hablando del escenario más grave de violaciones a derechos humanos cometidas en democracia. De las conductas que más llamaron la atención desde las primeras semanas de noviembre fue la situación de personas que sufrieron algún tipo de lesión o herida en sus ojos. No hay un precedente a nivel mundial que esa cantidad de personas tuviera una lesión en un plazo de tiempo tan breve”, comenta la abogada
Más de 434 personas sufrieron algún tipo de lesión ocular producto de la represión de esos días. En la actualidad, del total de querellas, 145 han finalizado, pero solo 68 concluyeron con sentencias condenatorias para los agresores.
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Esa noche, en Maipú, Fuerzas Especiales de Carabineros hicieron retroceder a los manifestantes. Hubo un pequeño momento de paz interrumpido horas más tarde por otra ola de manifestaciones. Camila había logrado moverse lejos del centro del disturbio hacia el Espacio Urbano de Plaza de Maipú, lugar donde presenció el punto álgido de la manifestación: “(…) Estábamos arriba cuando empecé a sentir bulla y cuando me asomé por la ventana veo peleas, gente corriendo y tirando cosas al guanaco. Ahí es cuando veo cómo incendiaron la casucha de Carabineros que estaba a la mitad del cruce de Plaza Maipú”. Camila observó como el fuego consumió la pequeña casucha, devastando la propiedad policial que los manifestantes no temían. Era una batalla campal. Nadie se iba a salvar en esa calle.
Madre e hija esperaron arriba hasta las seis de la tarde. El papá de Camila fue a buscarlas cuando los enfrentamientos fueron cesando hasta llegar a un punto muerto. El personal de seguridad los hizo descender por el ascensor de emergencia y evacuar por la salida de la sucursal de Integra Médica del lugar.
Radio Cooperativa informaba que los disturbios en las afueras de Plaza de Maipú se intensificaron durante la noche, registró ataques a diversas sucursales de banco y a la misma estación de metro. Camila ya estaba en casa a esas horas, algo más tranquila, pero siguió pensando en toda esa violencia que jamás olvidaría.
No todos los vecinos participaron de forma activa de las protestas. Algunos las siguieron desde la distancia, con mucho temor en algunos casos. Danilo -vecino del sector y exestudiante universitario- recuerda aquellos primeros días como un tiempo de mucha incertidumbre y miedo en el sector donde vivía.
No salió a manifestarse, no porque estuviera en desacuerdo, sino porque no quería arriesgarse a que algo pasara. Supo, por conocidos de su carrera anterior, que varios habían participado en los saqueos de la Plaza de Maipú.
“Había vecinos repartiendo pañales, por ejemplo. Y con el tema del metro fue complicado, porque cuando llegué a ver -la estación me queda a diez minutos de la casa-, ya se había quemado. Era 19 de octubre. Por los grupos de WhatsApp del barrio y por Twitter se veían las cosas que pasaban por el sector. Como cuando intentaron saquear el Líder de Isabel Riquelme y una persona de los departamentos de al frente los defendió con un rifle de postones, o cuando quemaron el Alvi que está detrás del metro. En ese caso, me acerqué a mirar, pero no a participar”, aclara.
-¿Puede haber otro estallido?
-No, lo veo improbable
Para Tricot, esta cifra demuestra que las prioridades de la población cambiaron después del estallido, y también refleja algunos de los defectos de aquella histórica jornada “El estallido fue un movimiento sin un horizonte histórico claro; no se sabía qué era lo que debía cambiar. Se juntaron muchas demandas en un solo lugar, y nunca hubo un acuerdo sobre hacia dónde debíamos ir”.
“Parecía que con el estallido se podrían eliminar todos los problemas del país relacionados con la Constitución de 1980”, recuerda Camila, quien vivió ese momento histórico de principio a fin. Desde el plebiscito hasta el vaivén de propuestas que nunca terminaron de consolidarse. “Pero no llegamos a nada. A pesar de que se demostró que los chilenos podíamos unirnos por una causa justa, ya fuera del bando que fuera, también quedó en evidencia que, como sociedad, somos algo indiferentes y desinformados”
En la actualidad, Camila estudia psicología en la Universidad De Las Américas, sede Maipú. Todos los días cruza Avenida Pajaritos a bordo de la micro I35. A veces, cuando necesita hacer un trámite o reunirse con su pareja, se encamina a Plaza Maipú que está a unas pocas calles de su lugar de estudios. Al llegar a la plaza hay muchas cosas en las que fijarse. Las masas de gente entrando y saliendo de la estación de metro. El Espacio Urbano abigarrado. El cruce de peatones desbordado de gente y, en el suelo, los últimos rastros de una mancha negruzca, propia marca de un algo que ardió. Eso es todo lo que queda de la batalla de ese 18 de octubre.
“Chile es un país que olvida muy fácil”, reflexiona Tricot. “Más allá de las protestas y los saqueos, no se habla mucho ya de lo que fue el movimiento o lo que buscaba, lo que es acorde a la capacidad de olvido que tiene la gente”.