Michael Arrington, fundador de TechCrunch y criticado por The New York Times | Foto: Joi, Flickr
TechCrunch es un sitio fundado en junio de 2005 y que cubre nuevas empresas de tecnología, especialmente aquellas ligadas al mundo de la web 2.0. A comienzos de septiembre, Michael Arrington, uno de sus fundadores, anunció la creación de un fondo de capital de US$ 20 millones para invertir en empresas de este tipo.
¿Es la transparencia la nueva objetividad? ¿Qué pasa cuando falla? ¿Qué significa servir al público?
Desde 2010 TechCrunch es de propiedad de AOL, conglomerado que prohíbe a sus organizaciones informativas —entre ellas The Huffington Post— invertir en las compañías que cubren. Pero con Arrington hicieron una excepción y esto ha generado resquemores.
En The New York Times, por ejemplo, recalcaron que la audacia de Arrington ignora una de las “reglas cardinales” del oficio: la evasión de conflictos de interés de un reportero que debe mantener distancia de “las personas, organizaciones y asuntos que cubre”.
David Carr, columnista de medios de comunicación del Times, profundizó esta línea y escribió que Arrington es un “bloguero de tecnología que se pasó de la raya”, aún cuando Ariana Huffington, jefa de operaciones editoriales de AOL, le aseguró que éste “no tendría influencia en la cobertura”.
La polémica permite contrastar las cosmovisiones que fluyen a través de la prensa tradicional y de los medios que, concebidos como blogs, se han consolidado en la web 2.0.
En un artículo publicado en el Nieman Lab, C.W. Anderson analiza cómo TechCrunch interpela las ideas básicas del periodismo, instalando algunas preguntas en el debate sobre el futuro de los medios: ¿Es la transparencia la nueva objetividad? ¿Qué hacemos cuando falla? ¿Qué significa servir al público? ¿Qué es la información?
Sobre la primera pregunta escribe:
Así lo entienden, al menos, en AOL. Poco después de que se anunciara el fondo de TechCrunch, Tim Armstrong, ejecutivo de la compañía, argumentó: “Tenemos una concepción tradicional del periodismo con la excepción de TechCrunch, que es diferente pero transparente al respecto”.
La revelación de los conflictos de intereses plantea un nudo. En Poynter, Steve Myers recoge una réplica de Arrington a las críticas del NYT —“ellos hacen exactamente lo que dicen que yo no debería hacer”— y repasa algunos casos donde periodistas del Times han escrito de empresas donde el medio, a través de True Ventures, ha invertido. Historias donde la aclaración (o disclosure) no está. Un ejemplo: US$3,5 millones en GigaOM, un sitio web muy en la línea techcrunchiana.
Myers conversó con Phill Corbett, editor de estándares del New York Times, quien le explicó que aquellos reporteros que investigan una empresa en profundidad deben conocer el vínculo con las inversiones de Times Co. y discutirlo con su editor.
La pregunta que se instala es: ¿cómo andamos en Chile? A comienzos de agosto, Arturo Arriagada escribió sobre la llegada de Cristián Bofill, director de La Tercera, al panel de “Tolerancia Cero” en Chilevisión. Su columna va en la línea de lo planteado por C.W. Anderson: la transparencia es la nueva objetividad, y, por tanto, los medios deben “salir del clóset” y abandonar “la letra chica”. Lo que funcionaba en términos analógicos sufre una ruptura en el mundo de internet.
Sin embargo, en ese terreno —nulas aclaraciones de vínculos en noticias de negocios de un conglomerado, ausencia de endorsement en época de elecciones— los medios chilenos siempre han reprobado. En palabras de Arriagada, “si se habló de una nueva forma de gobernar, ya es hora de empezar a hablar de una nueva forma de informar”.