Reset: el proyecto digital de los indignados del periodismo en España

Un crudo análisis de la realidad actual de los medios y de las escuelas de periodismo orienta el accionar de Reset, una propuesta independiente, que no sólo busca dar cabida a contenidos vedados en la prensa tradicional, sino que también generar un espacio de reflexión sobre el periodismo.

Hay que recuperar la ilusión y la pasión. Esa parece ser la divisa de Reset , un medio español atípico, fermentado en los últimos dos años y que llega con una propuesta temática y editorial disruptiva.

Reset presenta sus contenidos segmentados por formatos y no por temas o geografía. Así, las historias adquieren forma de viñetas, fotografías, entrevistas en video, textos o productos multimediales. Estas características están detalladas en un documento fundamental para el medio: el “Manual de instrucciones para colaborador@s”.

Para conocer más de Reset nos contactamos con Alba Muñoz, su coordinadora general. Nuestra intención era conocer los pilares que inspiraron el medio, pero las respuestas de Muñoz, en cambio, delinearon un manifiesto de la indignación frente al periodismo actual en España, país donde la crisis económica se ha plegado al deterioro progresivo de los medios de coomunicación.

ENTRE LA RENTABILIDAD Y EL SERVICIO SOCIAL

—¿Qué quieren decir al invocar “la nostalgia posmoderna por los principios periodísticos clásicos”?

Creemos que existe una estafa generalizada en los estudiantes de periodismo, o los nuevos periodistas, por algo que no hemos vivido, pero que sabemos que existió, y que puede existir. En las facultades nos enseñan una teoría oxidada de lo que debe de ser el periodismo. Digo oxidada porque, salvo escasas excepciones, se transmite sin pasión y sobre todo, sin espíritu crítico. De hecho, es ya muy habitual que en las propias facultades de periodismo españolas se encamine a los alumnos hacia su futuro laboral más verosímil: trabajar para gabinetes institucionales, en departamentos de comunicación de empresas comerciales, etc.

» Así que, a pesar de todo, quienes salimos de la universidad con una mínima vocación y espíritu independiente, nos topamos con que las empresas que conforman la industria de nuestro sector, los medios de comunicación masivos, no hacen exactamente lo que nos habían dicho. Es una gran estafa. Imaginen pasar años estudiando Medicina, y que al ir a hacer las prácticas a un hospital se encuentran con que allí no se cura a la gente sino que, por ejemplo, se promueven adicciones a ciertos fármacos. Y que eso es así en la inmensa mayoría de hospitales. Es una brecha brutal de la que nadie habla. Por desgracia o por suerte, las más recientes reformas universitarias incentivan los conocimientos prácticos y mecánicos (productivistas) en detrimento de los reflexivos o humanísticos, que son los que causan ese impacto al joven licenciado.

“Nos topamos con el horroroso pálpito de que nuestro trabajo, tal y como está, no sirve para nada, o sirve para otros”.

» Nos damos de bruces con una realidad mediática no sólo en permanente tensión entre la rentabilidad y el servicio social (esa es una característica clásica de los medios, lógica hasta cierto punto), sino en estrecha connivencia con los poderes políticos y financieros. Entonces, ¿para qué sirven? Nos topamos con el horroroso pálpito de que nuestro trabajo, tal y como está, no sirve para nada, o sirve para otros. Y en medios que nadaban, hace bien poco, en una asombrosa opulencia. Eso no es lógico. Si obtienes favores, subvenciones, es que, como medio de comunicación, no estás realizando tu trabajo.

» Los medios ya no tienen al lector como público, sino a los otros actores poderosos del sistema (e incluso se erigen como actores ellos mismos, participando y guiando la política mediatizada a su vez en una especie de fusión nefasta). Con lo que no contaban es que el público les diera la espalda en cuanto a consumo (hablo de la prensa, sobre todo) ni tampoco con que las nuevas generaciones de periodistas, que ya hemos crecido fuera de la industria y del empleo estable, nos conformáramos con salir de la crisis “económica” de los medios. Queremos salir de la crisis de sentido, de contenidos, queremos recuperar los valores clásicos del periodismo: la importancia del periodista como interpretador, la función de vigilancia del poder, la emoción y la satisfacción de creer en lo que uno hace. Es una idea para muchos romántica, pero que queremos desenterrar con fuerza. Porque los tiempos lo merecen, y nosotros también.

—¿Imaginan un ecosistema de medios sin las organizaciones mainstream, como ustedes las llaman?

Como ya sucede, se complementan. En general la población es cada vez más consciente de que los medios de comunicación masivos no son independientes, y que en determinadas coyunturas de actualidad crítica con lo establecido, manipulan con descaro. Hablan más por lo que callan e insultan a la inteligencia colectiva constantemente.

“La gente no es tan tonta como la pintan, y saben que están pagando por contenidos de mala calidad. ¿Qué expectativas teníamos y tenemos hoy al abrir un periódico?”.

» En España, esta conciencia pudo ser palpable durante el primer año del movimiento 15-M. Muchas personas se vieron sorprendidas, traicionadas incluso por medios públicos. Por supuesto no es aún una mayoría de la población (tampoco existe una alfabetización digital universal), es más bien una tendencia al escepticismo respecto a los medios masivos y tradicionales (algo que ya hemos notado los periodistas en la valoración social de nuestro oficio desde hace años: se nos ve como “carroñeros” por culpa de los numerosos programas telebasura, que nos ha sustituido por “tertulianos”). También hay un fenómeno interesante: personas maduras, a partir de los 45 años, que antes se compraban el diario cada día ya no lo hacen, y no saben muy bien por qué. “Ya no me gusta, no sé”, dicen. La gente no es tan tonta como la pintan, y saben que están pagando por contenidos de mala calidad. ¿Qué expectativas teníamos y tenemos hoy al abrir un periódico?

» El cuarto poder puede dejar de tener tanta influencia en la opinión pública (base de su poder económico y de sus interacciones con los demás poderes) y quedar huérfano porque el público le da gradualmente la espalda como respuesta a su cada vez más inexistente función social, conciencia ética y de contrapoder. No son serios, y por tanto están perdiendo un respecto ancestral en España (véase cómo la cabecera más importante y con más credibilidad, El País, es ahora objeto de burlas, mofas, críticas a la totalidad). Creemos que esto es algo que está sucediendo a nivel global, y que la tendencia ciudadana a exigir mayor transparencia a todos los niveles se extiende también por el mundo. No es tan fácil engañar a la gente cuando ésta tiene a mano infinitos recursos e interacciones. Piensen que entre los jóvenes, el consumo televisivo desciende, y que se acentúa la “actividad” del usuario-lector en la red a la hora de informarse: seleccionar, contrastar, difundir, criticar, ampliar, complementar…

» ¿Desparecerán estos gigantes? Claro que no. Se maquillarán, se adaptarán a los nuevos “gustos” con rapidez. Y su influencia batallará con la capacidad ciudadana y la de los periodistas que lo deseen por ofrecer alternativas de peso.



—Ustedes detectan un abismo entre el periodismo y los periodistas.¿Qué tan profundo es y en qué modo se refleja?

Los periodistas que trabajan en medios de comunicación no están contentos con lo que hacen. Les censuran constantemente, son instrumentalizados, y ya hace tiempo que se segó la iniciativa de los redactores para proponer, para ser un elemento vivo en la redacción (y todo esto en tiempos de “libertad y democracia”. Es que los poderes hoy son tan invisibles como las transacciones financieras a un click. Estamos en la era de la máscara, de la utilización de la comunicación para “hacer ver que” hay democracia y libertad).

“Los periodistas son enemigos para sus propios jefes si sus propuestas no son “amables” o no destapan algo que beneficie a su línea editorial”.

» Se hace periodismo desde la silla, pegados al teléfono. Y con un ojo directivo vigilante desde las alturas, que vela por los accionistas, inversores y el lobby opinativo. Los periodistas son enemigos para sus propios jefes si sus propuestas no son “amables” o no destapan algo que beneficie a su línea editorial. A esto se le suma la creciente e importantísima precariedad (cierres de medios, despidos masivos —en los que se despachan a los redactores incómodos en primer lugar, como ha sucedido recientemente con Ramón Lobo en El País—, regulaciones de plantillas), con lo que, en este contexto de subordinación, crece el miedo a perder el puesto de trabajo en un entorno de crisis severa.

» Creemos, sin embargo, que el periodismo entendido en su forma “clásica”, valiente, entregado a su función social, es lo que le daría fuerza para salir de la crisis, porque podría recuperar su audiencias y confianza del público. Sería algo auténtico en un mundo de máscaras (por supuestos en contra de la falsa objetividad y neutralidad). De hecho, numerosos casos de periodistas independientes digitales vapuleados por el poder, como la revista CafeAmbLlet, obtienen un gran apoyo civil que lo prueba.

» Otra cosa es que esta sea la meta de las cúpulas directivas de estos medios, pues nunca un medio con una gran estructura (sobre todo el papel) ha podido sobrevivir de las ventas de ejemplares. El papel muere despacio cuando tendría otros usos interesantes, y la reestructuración sostenible de estos medios podría usarse para reequilibrar las relaciones con el público y con los entes influyentes. Aunque creemos que no se hará, claro, de ahí que no esperemos más para hacer algo.

Reset se plantea no sólo como medio o herramienta mediática, sino que también como posibilidad de reflexión del periodismo. ¿Qué ideas les gustaría instalar en torno a la profesión?

Al principio el proyecto era sencillamente un magazine o revista digital con espacio para el periodismo en profundidad, atemporal y experimental, un lugar donde nuestra generación perdida pero perseverante pudiera mostrar su trabajo, visibilizarse ante un mercado que ya no absorbe sus propuestas. A su vez queríamos que funcionara como un punto de encuentro entre estos profesionales y sus pequeñas audiencias, dispersas por falta de propuestas unificadoras y no absorbentes de los derechos de autor ni promotoras de exclusividades no recompensadas.

“Muchos profesionales han tirado la toalla y son completamente escépticos acerca de la fuerza y poder de esta profesión, y por extensión de esta comunidad profesional”.

» Pero con el paso del tiempo (el proyecto se ha ido gestando durante más de dos años) nos dimos cuenta de que hacía falta un trabajo filosófico. Es decir, nos dimos cuenta de que el nulo amor propio que los periodistas tienen de sí mismos, la irrisoria identidad como comunidad profesional, la competencia entre nosotros por nutrir medios masivos que criticamos en vez de cooperar para generar nuevas alternativas que puedan suponer un futuro mejor para nuestra profesión; el hecho de que existiera una espiral del silencio sobre la crisis de contenido y de sentido de la profesión, que sólo hubiera quejas por los despidos y por la precariedad laboral, nos pareció un mal comienzo para dignificar y repensar el oficio. ¿Es que si de repente hubiera una gran oferta de plazas para los medios actuales estaríamos satisfechos?

» Muchos profesionales han tirado la toalla y son completamente escépticos acerca de la fuerza y poder de esta profesión, y por extensión de esta comunidad profesional. ¿Cómo vamos a recuperar la confianza del público (porque necesidad informativa hay, hay auténtica hambruna ciudadana en una selva de desinformación. Otra cosa es que nos quieran hacer creer que el progresivo desapego de las audiencias hacia los medios provocada por las vergonzosas y constantes prácticas que éstos efectúan tenga que ver con que la gente ya no quiere informarse), cómo vamos a recuperarla si ni siquiera nosotros creemos en el periodismo?

» Así que queremos que los profesionales, sobre todo los jóvenes como nosotros, sientan que es posible recuperar la ilusión y la pasión que despierta este oficio a quien lo ama, que es posible reconstruir el diálogo con el público, que no están solos ni solas, que somos muchos los que nos sentimos así. Que el público apoya igual que se indigna. Y son muy pocos, pero poderosos, a quienes beneficia esta depresión periodística aguda. Si cooperamos, los esfuerzos por emerger de la miseria que nos rodea serán menos titánicos, injustos y desgastantes. No somos Juanas de Arco, y esa dimensión competitiva del periodismo no nos beneficia en este momento. Lo que queremos inculcar es que estamos a tiempo, pero que hay que cambiar el chip. No es sólo cosa de los jefes que nos despiden y nos atemorizan.