Este escrito de Mont-Calm, publicado en Las Últimas Noticias en diciembre de 1911, aborda una realidad ineludible —la pobreza— en medio del contexto de celebraciones navideñas que impera en la capital. En los hogares de los pobres, escribe el autor (¿o autora?), “sólo hay sopor, tristeza… y á veces un poco de hambre. Es á tales pobres hogares á donde quisiéramos ver llegar este año estas risueñas alegrías de pascua”.
Se acerca ya el día en que todos los pueblos de la tierra celebran la fiesta del niño, ó sea la Pascua, ese momento de la historia universal señalado por el nacimiento de Jesús Nazareno.
Los pueblos han dedicado a los niños esta fiesta en recuerdo de aquella criatura humilde, nacida sobre un pesebre en una triste noche de invierno, en medio del aliento tibio y piadoso de unas cuantas almas buenas.
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Y bien, esta fiesta se ve en los hogares acomodados ó en los hogares ricos. En aquellos en que hay dinero para comprar un árbol y dotarlo de regalos. Pero hay otros hogares en los cuales esta fiesta se desliza en silencio, en los cuales no hay un grito de alegría, ni una sola ambición, ni siquiera una esperanza. Estos son los hogares de los pobres. Allí todo es obscuridad, silencio, meditación. No hay luces refulgientes, ni establos iluminados, ni madres que lloran de amor, ni niños que cantan “Cristo nació”, ni polichinelas que tocan á un mismo tiempo con sus manos de cartón los platillos, el tambor y el cascabel. Sólo hay sopor, tristeza… y á veces un poco de hambre.
Es á tales pobres hogares á donde quisiéramos ver llegar este año estas risueñas alegrías de pascua. Ellos tienen tanto derecho al “Niño-Dios”, como los ricos y acaso las criaturas que los componen creerían al pie de un árbol deslumbrante de juguetes que era El mismo el que había bajado á la tierra y les llevaba tales presentes.
Las madres que organicen este año un establo ó un árbol de Pascua, deben pensar en que el buen Dios miraría con agrado se acordaran de los niños pobres y les enviaran un juguete para que, al igual de los ricos, tengan su alegría de Navidad, su hora de ensueño y de consuelo.
Una persona caritativa ó una sociedad amparadora de la infancia podría organizar este año la Pascua de los niños pobres. Se les podría reunir á todos en un recinto cualquiera en donde se les distribuiría juguetes y golosinas. Nadie se negaría á dar una moneda para contribuir á esta fiesta y el comercio mismo obsequiaría el sobrante de su enorme ramo de juguetería.
Así, centenares, acaso miles de niñitos pobres sería congregados al pie de establos y de árboles pascuales y obsequiados por las señoras y los niños que acostumbran socorrerlos.
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Mont-Calm