La avalancha verde

Por Ignacio Bazán

Ya no se trata de ahorrar energía para salvar el planeta. Se trata de hacer negocios con la salvación del planeta. No tiene nada de malo. Una causa altruista no tiene por qué dejar de ser una súper-mega máquina de hacer dinero. Está muy bien que así lo sea, ya que nadie mueve una pata sin incentivos. La moral “forrémonos mientras salvamos el Amazonas” está aquí para quedarse. Espero. No queda otra. Espero.

Marcelo Mena, primer gerente del aire recientemente elegido por el gobierno de Bachelet para ver el tema de la descontaminación de Santiago, cuenta que en Chile—sí, en Chile—ya hay empresas bien encaminadas hacia los negocios verdes. Aunque, por ahora, el negocio se trate simplemente de ahorrar: “Ya tenemos a Falabella Verde buscando ser la primera empresa de retail certificada por LEED (Leadership in Energy and Environmental Design), y el edificio Titanium. Parecieran ser temas superficiales, pero requieren cambios profundos. El caso de Falabella es que ha disminuido sus costos de operación en cerca de 30 a 40% con respecto a sus tiendas antiguas. No sólo se trata de energía. La elección de materiales de construcción considera material reciclado o con ausencia de solventes tóxicos. Se usa agua lluvia acumulada para los excusados. Si vemos a algo tan chileno como Falabella haciendo algo tan profundo, habrá que preguntarse si es que no estamos ad portas de una nueva revolución verde en Chile. Y tiene sentido porque en época de crisis invertir en ahorro tiene mucho mejor retorno que guardar la plata en el banco”.

A nivel global ya empiezan a vislumbrarse grandes negocios relacionados con el conservacionismo planetario. Ian Anderson, uno de los empresarios más verdes del mundo, es uno de los emblemas de la nueva economía de servicios. La idea es que no eres dueño del producto, sino un arrendador. Y el producto está diseñado para ser descompuesto en partes nuevas, no para ser reciclado en algún ciclo inferior (por ejemplo botellas de plástico que se reencarnan en bolsas de plástico) sino en un nuevo producto equivalente. Mena cuenta que en Chile ya se pueden encontrar uno de los productos de Anderson: las alfombras Interface: “No eres dueño de la alfombra”, explica Mena. “Compras el servicio de tener una alfombra, y ellos se la llevan cuando no te sirve”.

A pesar de la evidente tendencia, hay que decir que por ahora es sólo eso: una tendencia. Los productos verdes todavía apuntan a un sector reducido de la población, un sector que no tiene problemas en pagar más para conseguir un producto con conciencia ecológica y que, de paso, sea ondero. Es cosa de ver la nueva ropa hecha con materiales reciclados: En Chile, está Adidas con su línea Gruen, vendiendo poleras, polerones, camisas y zapatillas con este material. Igual que las taquilleras marcas de ropa Patagonia, Billabong y Keen.

Está claro que, por ahora, el tema de los negocios verdes apunta a consumidores que tienen sus necesidades básicas más que cubiertas. Y la razón es simple: la gran mayoría de los compradores, ante un producto ecológico y caro y uno no ecológico y más barato, se va a inclinar por el segundo tipo de producto. Pero no es para deprimirse. Este es el inicio, y los inicios siempre requieren de algún grado de exclusividad antes de la masividad. Sólo hay que esperar que el modelo de negocios verde se tome el mundo luego. Más temprano que tarde, por supuesto.