El país donde el crimen paga

Por Ignacio Bazán*

{*Editor de Puro Periodismo}

Los que ponen atención a las noticias internacionales se habrán dado cuenta que hay un lío mayor en las costas de Somalia. Pocos barcos que pasan por ahí se salvan de ser capturados y saqueados. Como es de esperar, la gente adentro de ellos se convierte en rehenes para ser canjeados por dinero. Mucho dinero.

Lo de los piratas en mar somalí ha venido pasando hace un buen puñado de años sin que nadie prestara demasiada atención, pero como suele ocurrir con los grupos de delincuentes organizados y exitosos, llega un momento en que la ambición rompe el saco.

Le ha pasado a casi cada gangster que se pone ostentoso y que empieza a pasearse con mujeres platinadas y a vestirse con ropas y joyas extravagantes. En otras palabras, a cada gangster que atrae demasiada atención y que se compra el cuento de personaje público. Le ha pasado también a los mismos piratas de la vieja escuela, cuando dominaban sin contrapeso los mares a finales del siglo XVIII y Estados Unidos se veía obligado a pagarles un millón de dólares de la época (un quinto de lo que el gobierno tenía en caja) para que los barcos pudieran entrar y salir de los puertos sin problemas. Fue tanto lo que se pagó para evitar que los piratas saquearan, que el propio gobierno de Estados Unidos armó una guerra para acabar con ellos. Los fueron a buscar a sus guaridas y, poco a poco, los aniquilaron. Una guerra salía lejos más conveniente que seguir pagando las escandalosas sumas que cobraban los piratas por dejar los barcos pasar.

Ahora son los piratas somalíes los que han estirado demasiado la cuerda, atrayendo toda la atención internacional que, de verdad, nunca necesitaron. Al menos, si es que querían perpetuarse en el negocio.

En agosto del año pasado secuestraron a un barco ucraniano con una treintena de hombres a bordo, algo normal, casi de rutina para ellos.

Jamás, eso sí, pensaron encontrarse con un cuantioso arsenal bélico, incluidos 33 tanques de última generación, destinados a pelear en una guerra perdida en algún lugar perdido de África.

Los tipos se volvieron locos y pidieron 35 millones por el rescate, mucho más que los 2 o 3 millones de dólares que cobran a las compañías y que estas usualmente pagan sin pensarlo a los bandidos. Puede sonar a mucho dinero, pero dos o tres millones de dólares no se comparan al costo de ir atacar un barco de tu propiedad y que está lleno de rehenes que son tus empleados. El riesgo es demasiado grande. Atacar a los piratas puede resultar en una pérdida total del barco, la que se suma a la gran cantidad de vidas que se pueden perder, lo que también significa un costo en alza de seguros e indemnizaciones a los familiares de las posibles víctimas. Un cacho por donde se le mire.

De esa situación fue que los piratas somalíes sacaron provecho para construir sus fortunas. Y en un país en que uno de cada cinco habitantes está al borde de morir de hambre, es el ingreso de capital, sin importar de donde venga, lo que se agradece. Así lo expresa una mujer de una villa costera de Somalia en un extraordinario reportaje de la revista para hombres GQ sobre los piratas. Ella dice: “Los piratas manejan los mejores autos y hacen las mejores fiestas. Todas queremos casarnos con uno de ellos”.

Así ha sido como los piratas se han convertido en personajes admirados y reconocidos, similar al caso de algunos zares de la droga de algunos países latinoamericanos o incluso de algunas poblaciones capitalinas en esta mismísima comarca. Los tipos son generosos, hacen obras sociales y generan empleo. Un ejemplo: muchos hombres que viven en los pueblos costeros suben a los barcos recién capturados, cuidan a los rehenes y trabajan en lo que los piratas les pidan. De ahí a que los piratas sean defendidos por su propia gente.

La génesis de la piratería en Somalia es aún más sorprendente y explica, a grandes rasgos, por qué a los extorsionadores se les tiene tanta simpatía en extensos sectores de la población.

A mediados de las década de los noventa el mar somalí (uno de los más ricos del mundo en recursos) era virtualmente saqueado por embarcaciones extranjeras a través de maquinaria pesada. Estas embarcaciones no sólo se llevaban toda la fauna marina que encontraran a su paso, también destruían buena parte de los corales en Somalia. Muchos barcos también aprovechaban de lanzar barriles al mar con quién-sabe-qué-tipo-de-desechos. Los pescadores artesanales, enfurecidos ante el oscuro panorama, decidieron organizarse. Y de a poco empezaron a capturar uno que otro barco y a pedir algún tipo de resarcimiento por el daño causado. Sin darse cuenta, dejaron de ser pescadores para convertirse en piratas a tiempo completo. Muertos más, muertos menos, les funcionó. Y se convirtieron en salvadores de buena parte de su empobrecido país.

Las mujeres los quieren, los niños los quieren. El problema es que con los ucranianos se les pasó la mano. Y ahora, varias armadas de varios países del mundo (Estados Unidos y China entre ellos) se aprestan a barrer con ellos.

Quitarle a los ricos para darle a los pobres siempre fue un negocio con fecha de vencimiento. Siempre.

Aunque los piratas todavía no lo sepan.