Una noche con un conocido

Por Lyuba Yez*

{*Profesora e investigadora Escuela de Periodismo UAH}

Después de escuchar hasta el hartazgo sobre “wenas natys” y “ponceos”, a las nuevas tendencias de conductas interpersonales se agrega un concepto que ha venido a reemplazar la cita tradicional y las posteriores etapas de conocimiento de dos personas que se encuentran y podrían tener una relación estable. Se trata del hook up, que de estable no tiene nada y que consiste básicamente en un encuentro sexual sin crear expectativas de un posterior compromiso emocional. Charles Blow, columnista de The New York Times, lo define como “una noche que uno pasa con alguien que conoce”. Es decir, usted escoge a su amigo de viernes, duerme con él y el sábado puede estar con otro. Sin rollo y tan amigos como siempre.

El debutante hook up se diferencia del “ponceo” (eso besarse con varios(as) en una misma noche y luego si te he visto no me acuerdo), pues involucra necesariamente sexo con un conocido(a). No se espera que el otro llame, seduzca, enamore. Tampoco se sueña con una relación futura en la que uno presenta a los papás y ve tele un domingo en la tarde.

Preguntarse por las expectativas no está de más. La estadounidense Kathleen Bogle, autora del libro “Hooking Up: Sex, Dating and Relationship on Campus” (2008), asegura que uno de los problemas de esta tendencia entre los jóvenes es que las mujeres se dan cuenta de que con el hook up podrán tener muchos amigos, pero difícilmente conseguirán una cita de verdad y algún día, un marido. Ellos, en cambio, asegura Bogle, no están interesados en una relación, por lo que el hook up les acomoda.

Se supone que en esta montaña rusa también hay un final, que puede ser la cita que da inicio al pololeo o a una relación más seria. O sea, hoy se parte por el sexo y luego vemos cómo nos va. En mis tiempos, se partía por la llamada telefónica, las flores y la salida inocente. Primero la petición de pololeo, luego el beso y más adelante, el sexo.

Pero, al parecer, “pololear” es un concepto añejo, el romanticismo se ha ido al tacho y nadie se quiere comprometer (aún). “¡Por Dios, esta juventud!”, exclamaría mi madre.