Hoy uno de los grandes temas es la transparencia: mostrar, revelar, dar cuenta de por qué, cómo y cuándo hacemos ciertas cosas; la transparencia como una bandera de lucha para proteger y seguir defendiendo la libertad de expresión, pero también una idea que puede resultar excesiva y manoseada.
Ya no es sorpresa que en períodos previos a las elecciones los candidatos se transforman en “personas”, es decir, saltan del trono de “personajes públicos” al mundo común y silvestre. Quieren (y necesitan) mostrarse más humanos para generar cercanía y mejorar sus posibilidades de alcanzar un cargo. Suena artificioso y falso, y en cierta medida lo es, aunque también es cierto que la política es un juego donde cabe este truco y las personas, en muchos casos, agradecen saber más de sus representantes.
Quizás con esa intención (quién sabe), Marco Enríquez Ominami –el famoso candidato díscolo de la Concertación- aceptó la invitación de Fernando Lasalvia para protagonizar su propio docu-reality y dejar constancia del camino para alcanzar un espacio en la papeleta de los candidatos presidenciales 2009. En “La Ruta del Voto” (Via X, lunes, 23:30 hrs.) -un documental que no es tal, sino más bien un registro audiovisual simple y menos original de lo esperado-, Lasalvia acompaña a Enríquez-Ominami en algunas instancias de su vida familiar, como el desayuno (que incluye mostrar a la esposa, Karen Dogenweiller, en pijama); el trámite de abrir una cuenta corriente para las donaciones a su campaña y conocer a sus colaboradores. Así vemos breves pasajes que muestran a Enríquez-Ominami calentando el pan pita en la cocina de su casa, lidiando con las mañas de su hija menor y manejando su auto por las calles de Santiago.
¿Cuánto de lo que vemos es real? La suspicacia es muy probable, pues al ver el primer capítulo de “La Ruta del Voto” queda la sensación que lo que aparece en pantalla responde a una estrategia comunicacional, pese a que hablen personajes que no estén de acuerdo con las ideas del “candidato díscolo”, como un modo de resguardar la pretensión de objetividad. Las intervenciones de Fernando Lasalvia tampoco ayudan, nos pierden del foco – el candidato- y confirman que la irreverencia es un talento fino, con el que se nace y que también necesita entrenamiento.
“Esto no es la Casa de Vidrio”, le dice Enríquez-Ominami a Lasalvia en una parte de esta primera entrega, estableciendo el límite de lo que se puede mostrar, es decir, el candidato decide cuánto de él verán los espectadores, no el director del documental. De esta forma, Enríquez-Ominami pone freno a la intromisión de la cámara en su mundo privado, algo así como el parche antes de la herida, o como para que Lasalvia no diga después que no se lo advirtieron.
Si los personalismos son tan importantes hoy para decidir por quién voto, tal como se ha planteado hasta el cansancio en estudios sobre medios y política, en este caso es clave saber quién es Marco Enríquez-Ominami, si es una persona digna de mi confianza como votante y lo más relevante de todo: si es tal cual –o al menos sospechosamente parecido- a lo que este programa muestra. No hay que olvidar que la promesa es la de un docu-reality, lo que implica que confiamos en que nos dicen la verdad. Para tomar la decisión de creer o no creer, en todo caso, todavía quedan algunos capítulos por ver.