Chile y su amnesia migratoria: discursos de odio y un voto que nadie mira

Por  Rosa Elena Gamarra Amprimo, académica de la Universidad de Tarapacá

Llegué a Chile hace algo más de veinte años: primero para continuar mi formación académica y, posteriormente, para hacer de este país mi hogar por razones afectivas. Durante todo este tiempo, nadie me hizo sentir una migrante o una extranjera, salvo en lo referente a los trámites administrativos propios de cualquier proceso de regularización.

Sin embargo, todo cambió hace poco más de un año. Desde el inicio de la última campaña electoral, varios candidatos presidenciales han incorporado en sus discursos la idea de que los migrantes no seríamos bienvenidos en este país, lo que ya no sería este país “el asilo contra la opresión” y contraviniendo de esta manera,  la tradición jurídica y social que ha marcado el rumbo de Chile desde sus inicios como república. 

La migración no es un fenómeno reciente ni mucho menos sencillo. Se trata de un proceso multidimensional, con múltiples factores que impulsan a una persona -o incluso a un núcleo familiar completo-a abandonar su lugar de origen. Tampoco puede negarse que, como en cualquier grupo humano, existen individuos que no constituyen un aporte para la sociedad. Esta complejidad ha sido ampliamente estudiada desde diversas disciplinas. No obstante, en el contexto actual, marcado por crisis globales de movilidad cada vez más frecuentes y de menor temporalidad, resulta indispensable que los medios de comunicación profundicen en el análisis y comprensión del fenómeno migratorio.

Ello implica no sólo revisar datos duros como estadísticas, porcentajes de ingreso o salida, rutas de acceso, sino también examinar los discursos que configuran percepciones negativas en las audiencias, especialmente aquellos que constituyen discursos de odio. La Organización de las Naciones Unidas define este tipo de discursos como “toda comunicación oral, escrita o conductual que ataque o utilice un lenguaje peyorativo o discriminatorio contra una persona o un grupo por su identidad, es decir, por su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”. 

En este escenario resulta particularmente llamativo que entre los aspirantes a la Moneda figuren personas cuyos apellidos evidencian orígenes extranjeros relativamente recientes en algunos casos, el de un padre o incluso un abuelo, quienes fueron los primeros en llegar a estas tierras. Por ello, inquieta constatar la creciente presencia de discursos que relegan al migrante, y en especial a la mujer migrante, a una posición de inferioridad, tratándolos como sujetos prescindibles o inclusive como seres socialmente indeseables a los que no es bueno tener de vecinos.

¿Hemos perdido la capacidad de reconocer el aporte histórico, social y cultural que la inmigración ha significado para Chile? ¿Tampoco quienes buscan dirigir el país son capaces de advertir, en sus propias trayectorias familiares, la experiencia de aquellos que llegaron huyendo de guerras, hambrunas o persecuciones políticas?

En muchos casos, la aparente apertura hacia la diversidad se condiciona según el origen del recién llegado, si proviene de Europa es recibido sin reparos; si es latinoamericano, su aceptación queda en duda. Esta doble vara evidencia una jerarquización implícita que contradice los principios democráticos y reproduce prejuicios arraigados. La reflexión crítica sobre esta contradicción ha sido insuficiente, a pesar de su evidente urgencia.

A ello se suma que, en el contexto de las próximas elecciones, un número significativo de migrantes -llegados hace décadas o hace apenas unos años- ya no se autodefinen como tales y se sienten profundamente identificados con Chile. En este marco, el debate que se intentó instalar respecto de la obligatoriedad del voto extranjero, cuyo propósito parecía ser limitar ciertas preferencias electorales, resulta ajeno tanto al tiempo de residencia del migrante como a su país de origen. Dato curioso, por ejemplo en este proceso electoral tampoco ha habido llamado alguno a que los extranjeros habilitados acudamos a las urnas, es decir hemos sido invisibilizados desde ese punto de vista por los candidatos. 

En numerosos países, la práctica del sufragio constituye una tradición profundamente arraigada, y factores como la exposición a discursos de odio, la trayectoria migratoria o el país de procedencia pueden ser determinantes en el análisis del comportamiento electoral. No debe olvidarse que (según el SERVEL) en Chile existen más de 886.000 personas extranjeras habilitadas para ejercer el derecho a voto en noviembre de 2025, lo que represnta el 5,6% del patrón electoral. Aunque aún no se dispone de claridad respecto de sus preferencias, este grupo se vuelve cada vez más relevante para quienes participan de la arena política. Es de esperar que en los próximos meses surjan investigaciones sólidas al respecto, cuya ausencia resulta hoy notoria, dejo hecho el llamado