Opinión

Uno de cada cinco

Por ~ Publicado el 29 octubre 2008

Por Alfredo Sepúlveda

El cinco de octubre de 1988, el día del plebiscito que resultó en un “No” a la continuación de Pinochet en el gobierno, yo tenía 18 años. Fui del grupo de votantes más jóvenes que pudo inscribirse y efectivamente lo hizo. No fue ninguna rareza: los jóvenes inscritos en relación a la población total de jóvenes en el país rondábamos el noventa por ciento. Era una locura. Y también otros tiempos. Unos cuando aquello que nos rodeaba parecía tener el vértigo de lo urgente, de lo decisivo, de lo épico.

Con el paso del tiempo, el porcentaje de gente menor de 29 años inscrita en el padrón electoral, en relación a la cantidad de personas de la misma edad en el total de la población del país, bajó y bajó y bajó como la espuma de una mala cerveza: 84% en 1989 (la primera elección presidencial), 77% en la segunda (1993), apenas 44 por ciento para 1999 (Lagos contra Lavín) y un escuálido 26 por ciento en 2005, cuando por primera vez una mujer se transformó en presidente de la República.

Aquellos que nos inscribimos para 1988 somos hoy el 73 por ciento del padrón electoral. Es una barbaridad. ¡Han pasado 20 años y los que hemos votado desde el principio somos tres cuartos del total! Y no digamos que los temas que deberían preocupar a los jóvenes no inscritos son pocos: el debate sobre educación provocado por la revolución pingüina hace unos años terminó justo donde los voceros estudiantiles de esa época no querían que terminara: en manos de gente mayor. Gente que, aseguraban, no los iba a entender nunca. Gente de mi edad, o mayor. ¿Y eso es algo que debería llamarnos la atención?

Como dijo Ascanio Cavallo en su columna de La Tercera el domingo pasado, las causas de esta ausencia de jóvenes en el sistema político son muchas y variadas. Quiero lanzar aquí una pequeña teoría para intentar explicar algo de este fenómeno.

La política chilena ha ido ganando en fomedad lo que ha perdido en épica. Si el plebiscito del 88 y las elecciones siguientes se asemejaron a una película basada en una novela de John Le Carré, lo que ha venido después ha tenido la vibrante agilidad de una misa de Marcel Lefebvre. Toda narración se desarrolla con un inicio, un clímax, un final y una emoción que se va construyendo en la medida que la ficción avanza. Y eso fue la dictadura y eso fue el Sí y el No y eso fue la Concertación contra la derecha en la elección que triunfó Patricio Aylwin. Había buenos, malos y un final a la vista.

Pero nada de eso era verdad. Toda esta supuesta épica era parte de la realidad más real que pudiéramos imaginarnos, y por lo tanto, cuando el asunto se hizo complejo, cuando buenos y malos adquirieron densidad, dejaron de ser arquetipos y se transformaron en personas comunes, con las mismas fallas que uno, con las mismas trancas que uno, con la misma ambición y codicia que uno, la política dejó de ser atractiva, o sea, dejó de ser narrativa. Fue vida cotidiana. Mal aliento en la mañana, caña, tacos, café desabrido. Zalaquett versus Ravinet. Vaya combate. Mejor devuelvan la plata.

Ya no hubo finales y el público se fue de la sala, dejó de leer el libro o apagó la tele.

La normalidad fue implacable.

Es curioso, pero la única vez que la tendencia de baja en la participación de jóvenes se revirtió, aunque fuera por poquísimos puntos, fue para la elección de 2005, cuando Michelle Bachelet resultó electa. En esa oportunidad los menores de 29 años inscritos en relación al total de menores de 29 en todo Chile representaron tres puntos porcentuales más que en la elección anterior (2004, alcaldes y concejales). Poco, pero al menos fueron más. Nunca antes había ocurrido eso.

¿Tuvo que ver el hecho de que una mujer podía acceder por primera vez a la presidencia, que su padre haya muerto producto de torturas, que ella y su madre hayan pasado por campos de concentración, que propusiera un recambio frente al escuadrón de búfalos que había dominado la política nacional durante más de una década?

Tal vez fue un pequeño destello en la oscuridad. Porque en la elección de alcaldes y concejales reciente, el porcentaje volvió a caer: sólo una de cada cinco personas menores de 29 años estuvo el domingo 26 de octubre en condiciones de votar. Los jóvenes, al parecer, van a seguir ignorando en manada el tibio y desaliñado llamado a que participen de la democracia que se ganó con sangre y se afirmó con negociaciones.


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