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Testimonio de Marina Toro: “El pobre se había meado encima del puro miedo”

Por ~ Publicado el 11 septiembre 2020

La mañana del 11 de septiembre no supimos nada…estaba todo tranquilo. Se escuchaban muchos helicópteros… pero nunca pensé que se avecinaba algo tan fuerte. Pasaron los minutos y mientras daban las noticias en la radio informaron que habían dado un Golpe de estado. Me asusté… de verdad me asusté, pero también sentí un poco de alivio. Justo esa mañana no mandé a las niñas al colegio, pero mi marido había salido temprano al trabajo.

Mis hijas me preguntaron qué pasaba. La mayor, de 16 años, notó mi angustia… supongo y se acercó. “¿Qué pasa mami? ¿te sientes mal?”, me preguntó. Le tomé las manos a las dos y las abracé. Preferí contarles lo que estaba ocurriendo: “Hay problemas en la población… parece que mataron al Presidente Allende. Por eso hay tanto ruido”. ¿Y el papito?”, preguntó la menor, de 13 años. Ya llegará, aseguré. Pero en ese momento no estaba segura de nada. Afuera los milicos ya se habían tomado las calles y en la esquina de Mapocho se podían ver camiones resguardando la subestación de Endesa. Pasaron las horas y traté de no transmitir mi angustia a las niñas. Apagué la radio, limpié de arriba abajo la casa, lave loza y ropa para mantener mi cabeza tranquila. Confiaba en que el viejo llegaría a la hora de once, como siempre…

Marina Toro

Marina Toro

Como a las 17:00 les dije a las niñas que pusieran la mesa y dejé la tetera lista para ponerla a hervir. Esperamos un buen rato y el viejo aún no llegaba. Les dije que comieran nomás, no quería que se dieran cuenta de mi preocupación. Como pude, tomé unos sorbos de té mientras pensaba toda clase de horrores. Sentí mucho miedo de tan solo pensar que algo podría haberle pasado. En eso, escuché el ruido de la reja y a los segundos apareció el Julio con su bolso de trabajo. Las niñas se tiraron a abrazarlo, llenándolo de preguntas. El me miró tratando de disimular su preocupación, pero fue imposible… en sus ojos había una mirada llena de terror que nunca le había visto.

Me acerqué y lo abracé con alivio. “¿Qué te pasó?, pregunté. “Te demoraste mucho”. Él sólo suspiró. “Vieja me tuve que venir a pie”, me dijo. “No había ni una micro”. Les dije a las niñas que se fueran a la cocina a calentar agua … no quería que escucharan.

“¿Que viste?”, le pregunté nerviosa. Él me miró angustiado, se aseguró que las niñas no estuvieran escuchando y me contó que había visto gente apoyada en la pared… con las manos en la cabeza, hombres y mujeres siendo detenidos de forma violenta, y casas abiertas sin nadie dentro. “¿Qué mierda está pasando, vieja?”, preguntó con temor. No hablamos más del tema. Nos sentamos en la mesa y tomamos once casi en silencio, con la radio bajita.

Al rato, horas después, ya había oscurecido y fue como si el barrio estuviera muerto. El ambiente era denso, las calles silenciosas. Sólo con el ruido de los pesados bototos militares.

De repente, se escucharon balazos… muchos balazos.

Dejamos a las niñas en la pieza, apagamos todas las luces y salimos a mirar con el viejo. Recuerdo que había unas enredaderas en la reja. Eran bien espesas, así que por ahí podíamos mirar sin que nos vieran desde la calle. Se escuchaban las fuertes pisadas de los milicos corriendo. Se quedaron uno afuera de cada casa, con fusil en mano. Con el viejo vimos que uno se quedó afuera de nuestra reja. Luego se sentó en una piedra grande que había por ahí y puso el fusil entre sus piernas. Estaba temblando. Era un chiquillo de no más de 20 años.

Nos quedamos en silencio un buen rato, esperando ver qué pasaba.

De la nada, se escucharon unas pisadas fuertes y apareció una figura corpulenta. No le vimos la cara. Tomó al chiquillo del hombro, lo remeció y le colocó el fusil en su pecho. “Camina, hueón”, le dijo. Cuando camino unos metros, lo vimos. El pobre se había meado encima del puro miedo.

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