Opinión

Terrorismo y medios: El silencio no es bueno; la incertidumbre, tampoco

Por ~ Publicado el 11 septiembre 2014

Silenciar un atentado terrorista puede ser una mala decisión editorial. “No se trata de alarmar, pero tampoco de callar”, escribe Lyuba Yez en la siguiente columna, un texto que no sólo repara en los desaciertos sino que también apunta a fortalecer los flancos débiles de una cobertura periodística desafiante. Y, por cierto, necesaria para las audiencias.

SubCentro de Escuela Militar, 10 de septiembre de 2014. Foto: RiveraNotario

SubCentro de Escuela Militar, 10 de septiembre de 2014. Foto: RiveraNotario

El miedo paraliza. Como bien escribió alguna vez Tony Hillerman, si se cede al pánico uno a veces se pone a correr, y eso puede ser peor, porque “tenemos la impresión de que el mundo entero nos persigue y tenemos miedo de detenernos”.

Cuando el temor se adueña de nuestro cerebro es posible que no haya vuelta atrás, por eso es tan importante el lugar donde encuentro respuestas que reducen mi incertidumbre, que aterrizan el horror y permiten tener cierta perspectiva ante lo que ocurre. Y cuando esa angustia se debe a un inesperado ataque explosivo en la estación del metro de mi ciudad, de mi país, claramente se activa el botón de pánico de cada uno de nosotros y necesitamos saber qué ocurrió. Qué ocurrió realmente.

A cinco días del atentado en SubCentro ese realmente cobra especial importancia. Un valor fundamental después de horas y días de teorías, especulaciones, mensajes anónimos por WhatsApp que anuncian nuevos (y falsos) bombazos, una portada de diario desacertada y ampliamente cuestionada, además de un reportaje de televisión que acumula más de 80 denuncias al Consejo Nacional de Televisión por la inexacta —y para muchos irresponsable— relación que establece entre los colectivos estudiantiles, los encapuchados y los actos de violencia como esta bomba que dejó 14 heridos y el ataque repudiable a un periodista de Chilevisión en la marcha por la conmemoración de los derechos humanos.

A cinco días y después de esto, es importante hacer algunas precisiones.

Lo ocurrido el lunes en la estación del metro Escuela Militar es un hecho inusual en nuestro contexto. Salvo situaciones puntuales —en períodos específicos de nuestra historia también—, en Chile no estábamos habituados a ataques terroristas. Es más, hasta ese momento y en medio del debate sobre la Ley Antiterrorista, ni siquiera existía una definición del término socialmente aceptada y la discusión estaba a tiempo de aclararlo. Sin embargo, esa bomba instalada en un lugar público, a una hora de alta circulación de personas, en un lugar para comer y a la hora de almuerzo, nos hizo preguntarnos muchas cosas. Mucho sobre nuestra seguridad, sobre el terrorismo mismo y sobre a quién dirigir todas nuestras dudas y aprensiones.

Los eventos trágicos activan la incertidumbre, y son los medios los encargados de entregar calma a través de una cobertura responsable, completa y seria de los hechos ocurridos.

Los medios de comunicación cumplen un papel fundamental y necesario en este tipo de situaciones lamentables. Los eventos trágicos o de emergencia activan la incertidumbre, y son los medios los encargados de entregar calma a través de una cobertura responsable, completa y seria de los hechos ocurridos. Todo el resto, como las anécdotas, detalles escabrosos, rumores y teorías conspirativas se quedan en las casas, en la calle y en las redes sociales.

El periodismo, en este sentido, activa también el botón del mandato social y su importante papel en democracia. Si no lo hace, si cede al miedo o a la “conspiranoia” (le robo el concepto a Jorge Baradit), el ataque es al derecho a la información de las personas.

Lo mismo ocurre con el silencio. No se trata de alarmar, pero tampoco de callar. Lo importante es contextualizar el hecho y presentarlo tal como es o está siendo hasta este momento. Hasta hoy la realidad indica que ningún movimiento o grupo en particular se ha atribuido el atentado. En ese caso, todavía no se cae en propaganda ni en la publicidad que los grupos terroristas siempre han perseguido, y los errores han sido menos de los que parecen en la cobertura.

El terrorismo necesita de los medios de comunicación para multiplicar un mensaje que instale el pánico en la sociedad. Detrás de esto hay una actividad ilegal ejercida por un grupo organizado que persigue alguna demanda política, social o ideológica. En este escenario, el periodismo siempre está expuesto a ser manipulado por quien se atribuye el hecho, pues si lo nombramos, describimos e investigamos —es decir, hacemos la pega— le estamos dando tribuna. Pero como hoy no hay reivindicación de lo que ocurrió el lunes, el periodismo todavía no está en ese problema. El problema sí puede ser apuntar anticipadamente a alguien con el dedo. Aunque, claro, en medio de la urgencia, la prudencia no siempre está invitada.

Si bien ha habido algunos desaciertos en la cobertura de este ataque explosivo, creo que es importante subrayar algo respecto de estos “hechos ruptura” (llamados así porque rompen con nuestra cotidianidad y también con el diario funcionamiento de un departamento de prensa): en situaciones de caos, la información se organiza considerando a testigos, sobrevivientes, otros medios, estimaciones extraoficiales, policía, gobierno y rumores. Esto puede generar sobreabundancia de información (que también puede desinformar: hay tanto que no entiendo nada), pero también es cierto que la demanda por saber es tan alta que si los medios se quedan en silencio esperando por aquello que es verdadero, el público puede pensar que le están ocultando algo. Nuevamente, la “conspiranoia”. Por lo mismo, es tan importante no caer en la exageración, en la redundancia o en los abusos, mucho menos en el aprovechamiento editorial para instalar sensaciones de mundo que están más en la cabeza de algún director o editor. Las palabras construyen realidades y los medios sí influyen en la forma en que entendemos el mundo.

El periodismo tiene grandes desafíos todos los días. Desde el lunes, el nuestro probablemente tiene más. Y la exigencia de satisfacer el derecho a la información de las personas respecto de lo verdadero, de lo real, también. Sigue ahí. Lo más seguro, más exigente y activa que antes.

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