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San Facebook

Por ~ Publicado el 26 agosto 2008

 

Para los jóvenes, y para los no tan jóvenes, Facebook se ha convertido en un punto esencial en la vida social. Además de las aplicaciones de quiz y best friends, este portal reúne a los conocidos y amigos con la comodidad de no salir de casa.

Ya no es necesario el número telefónico y ni siquiera el e-mail – y menos el correo tradicional- para contactar a muchas personas que dejaron una marca en la infancia o que simplemente eran parte del pasado. Por lo mismo, quise confirmar mi teoría. Yo ya lo había comprobado al reencontrarme con compañeros que tuve en octavo e incluso antes, de algunos que apenas recordaba y otros que me alegró saber de ellos. Pero mi experiencia no era tan extrema. Había pasado toda mi vida en el mismo colegio, uno medio hippie y artístico, donde se enfatiza mucho la conexión con los ex alumnos, por lo que el contacto con mis antiguos compañeros nunca se perdió.

No me fue difícil encontrar a alguno de mis amigos que estuviera viviendo ese reencuentro virtual. Por el contrario, tuve que elegir entre dos o tres que ya pertenecían a un grupo en Facebook con el nombre del su colegio y el año de la generación.

Mi amigo César me había pedido que lo acompañara a la reunión que habían programado con algunos de sus ex compañeros en un bar cerca de Manuel Montt con Providencia.

Como siempre, íbamos con casi dos horas de retraso, y las diez personas que habían llegado, ya se estaban yendo a otro lado. Desde lejos mi amigo miraba y se preguntaba si eran ellos. El arrepentimiento no tardó en llegar y ya estábamos planeando una escapada sutil antes que nos vieran y así nos ahorraríamos un encuentro medio forzoso de abrazos y sonrisas incomodas. Pero ya era demasiado tarde.

Por primera vez, después de diez años, se juntaban los antiguos alumnos del colegio Juan Pablo Duarte. “Oh! ¿Tú eres el Cesar? ¡Estás irreconocible!”, gritaban las compañeras. “Wena huevón, ¿Cómo estai? Qué bueno que viniste”, decían mas tranquilamente los compañeros.

Todo era nuevo. Algunos muy cambiados, algunos irreconocibles, otros que en nada habían cambiado y otros que nadie conocía. Pero era, al fin y al cabo, un reencuentro. A pesar de que eran 45 alumnos en el curso, los diez presentes no eran menos para recordar los nueve años que estuvieron juntos.

En la casa del Bozidar, más conocido como “El Boyi”, finalmente se realizó el encuentro. No tardaron en aparecer los primeros brindis y los primeros reconocimientos al “genio que inventó Facebook”. Con algunos tragos encima y otros que ya se veían venir, los presentes reconocieron que había un antes y un después de ese gran invento virtual. Esta reunión no se hubiese realizado sin los contactos a través de la conocida página.

Para César era sorprendente que aquellos a quienes había conocido con sólo ocho años, ahora con 23, algunos estuvieran casados, otros con hijos y otra con un par de nuevas siliconas. El tiempo había pasado pero seguían siendo los mismos. No faltaba la gritona, la cuica, la que recordaba todo, hasta el primer beso que dio en el colegio jugando al semáforo o el puesto de cada uno de los bancos. La calladita o el relajado, el grupo de los molestosos y por supuesto los profesores: “la sargento poroto”, el viejo de electricidad o el viejo pervertido de historia.

Salieron a conversación los secretos íntimos de unos, los viejos romances de otros, los cagazos y las anotaciones negativas. Todo un mundo de diez niñitos de enseñanza básica que ahora estaban ebrios y volados, grandes, peludos y hediondos.

La noche fue larga y a pesar de que la situación se volvió extraña al final del carrete, donde se revivió el clásico juego de la botellita y algunos aprovecharon de saciar su antiguo amor con alguno de los presentes, no faltaron las promesas de volver a verse, juntarse en un lugar más grande y con todos los otros personajes que faltaron.

“¡Hay que etiquetar esta foto, esta muy buena!”, “yo voy a agregar al Felipe y lo voy a invitar al grupo del curso, para que venga a la próxima junta”.

La velada finalmente terminó como a las cinco de la mañana con algunos muertos encima de la mesa, otros durmiendo en la silla, y otros dándose besos de quince segundos con la luz apagada. Todavía quedaba una botella de pisco con una de coca cola en la mesa y todavía quedaban algunos dispuestos a acabarla.
El Boyi, dueño de casa y apenas conciente de la situación, fue el encargado de dar la última reflexión de la noche. Se dirigió al portón para despedirse y con voz suave y mirando al oscuro cielo de madrugada exclamó: “Gracias San Facebook, por esta reunión y por el carrete más distorsionado de mi vida”.

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