Actualidad

Saca la misoginia de tu línea editorial

Por ~ Publicado el 20 diciembre 2019

El pasado 11 de diciembre, a eso de las 19:00 horas, se reunieron más de 200 periodistas en una plaza de Santiago. ¿El motivo? Realizar una nueva intervención de Un violador en tu camino, la aclamada perfomance del colectivo Lastesis que ha dado la vuelta al mundo por la cruda realidad narrada en su letra. Esta vez fue el turno de las comunicadoras, las que se adueñaron de un sector de Providencia para luego trasladarse a distintos medios de comunicación. Francisca Gómez firma esta crónica luego de haber vivido ese primer momento en la plaza Juan XXIII y después, el recorrido por los sectores que visitó esta intervención artística.


Foto: Camila Medina López

Foto: Camila Medina López

El patriarcado es un juez
que nos juzga por nacer,
y nuestro castigo
es la violencia que no ves.

El patriarcado es un juez
que nos juzga por nacer,
y nuestro castigo
es la violencia que ya ves.

Es femicidio.
Impunidad para mi asesino.
Es la desaparición.
Es la violación.

Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.

El violador eras tú.
El violador eres tú.

Son los pacos,
los jueces,
el Estado,
el Presidente.

El Estado opresor es un macho violador.
El Estado opresor es un macho violador.

El violador eras tú.
El violador eres tú.

Duerme tranquila, niña inocente,
sin preocuparte del bandolero,
que por tu sueño dulce y sonriente
vela tu amante carabinero.

El violador eres tú.
El violador eres tú.
El violador eres tú.
El violador eres tú.

La primera vez que fui acosada —siendo periodista— fue en una fonda. En esos tiempos reporteaba para una radio informativa y, en medio de mi despacho, un borracho me agarró el poto y se jactó de haberlo hecho tirándome un beso a escasos centímetros de mi cara. En ese minuto, mi preocupación no fue por la vulneración que sufrí: solo pensaba en que el momento y la desconcentración no afectaran la calidad de mi reporte en vivo.

Lo normalicé.

Esa situación de acoso no deja de darme vueltas mientras bajo la escalera hacia la línea 3, en camino a participar de la primera versión de Lastesis hecha por periodistas feministas. Una adaptación de la performance de este colectivo feminista e interdisciplinario surgido en Valparaíso que, a través de una canción, generó una catarsis colectiva a nivel mundial. Un movimiento que motivó nuestro deseo por verbalizar y enfrentar todo lo que hemos vivido con la verdad, algo que conocemos bien, y que nos quitó la culpa social de haber sido acosadas en apenas siete estrofas.  

…es la desaparición, es la violación”. Repaso la letra en mi cabeza antes de llegar y vuelvo a ver los videos de las primeras intervenciones del colectivo. Probablemente, por vez número mil. 

Ya son cerca de las 19:30 y llego a Providencia con Antonio Varas, el punto de encuentro estipulado en redes sociales. Me acerco a una esquina y escucho bocinazos. De lejos veo a un grupo de mujeres de negro, formadas en medio de la calle, con sus labios rojos y la vista vendada. Apenas alcanzo a integrarme a la coreografía y hago lo que puedo, mientras busco caras conocidas de amigas, de colegas, de compañeras de reporteo y de todas las que se sientan representadas por esta intervención y que nos reúne por primera vez para cantar y bailar nuestra propia historia de vulneración. 

Terminada esta coreografía, decidimos movernos a los medios de comunicación cercanos. Nuestro poder es tal que somos una verdadera masa con pañuelos verdes y puños en alto que camina por la misma calle que, por mucho tiempo, me llevó hacia mi lugar de trabajo. 

Solo que hoy, lo hago para protestar. 

Avanzo y recuerdo la primera reunión que tuve con el director de esa radio. “Las mujeres le arruinan la vida a los hombres”, me dijo como bienvenida a la empresa. Faltando poco para las 20:00 horas, y esperando a que todas lleguen, me encuentro con Gemita. Periodista y extrabajadora del medio donde hoy apuntamos con el dedo. “¡Me despediste por WhatsApp!”, grita hacia el edificio mientras le doy un abrazo con la intención de decirle lo grande y fuerte que fue y es, sintiendo todo lo que nunca pudimos decir ni contar en su minuto y que ahora emerge con rabia y coraje. Saqué el pañuelo de mi cara y me quedé parada frente al lugar del que me fui hace un tiempo, luego de haber sido estratégicamente marginada por haber quedado embarazada. 

Ya no tengo miedo de cantar esta canción frente a ti.

Comenzamos. “Izquierda, la otra, izquierda, la otra, izquierda, la otra”. Esa melodía de voces femeninas que tanto había escuchado y visto, ahora la sentía y entonaba desde mi propia voz. De nuevo la piel erizada, de nuevo los escalofríos, de nuevo la emoción, el nudo en la garganta y mi sonrisa de satisfacción.

No sé si exista un concepto que describa esa sensación de felicidad que genera la unión de muchas personas en torno a una causa, sobre todo cuando visibiliza una realidad brutal de discriminación, vulneración y violencia. Porque, claramente, todo sería mejor si no tuviésemos la necesidad de reunirnos. Pero hoy los abrazos son fuertes, los saludos sinceros y las miradas cómplices entre todas nosotras. 

Foto: Camila Medina López

Foto: Camila Medina López

Ya pasaron las 20:00 horas y nuestro nuevo rumbo es un canal de televisión. Estamos en eso y me encuentro con la Caro, quien trabaja en un canal de televisión. Luego del saludo, me cuenta que vio dentro del grupo a una colega que durante mucho tiempo la agredió psicológicamente. “Y ahora ahí, muy con el pañuelo verde”, ironiza. Eso me hace recordar en algo que leí días atrás sobre el despertar feminista. Ese momento en que abres los ojos para nunca más dejar de ver el abuso hacia tu propio género. La propuesta del texto era que no podíamos juzgar a esas mujeres que nos dañaron en el pasado, porque también fueron víctimas del patriarcado y se transformaron en hijas de la competencia femenina. ¿Cómo le digo a la Caro que abrace a su agresora, por muy mujer que sea?

Yo no sé. 

No puedo y no lo haré. 

Hay que ser muy hipócrita”, le dije. 

Ya llegamos al canal. “Izquierda, la otra, izquierda, la otra, izquierda, la otra…”. Al terminar nuestra intervención todo fue un aplauso hasta que, desde la calle, un anciano nos levanta el dedo de al medio desde su camioneta azul. ¿Qué es lo que le molesta? O más bien, ¿qué es lo que le molesta a tanta gente cuando ve a un grupo de mujeres reunirse y marchar? “Si estamos incomodando, es que vamos bien”, dice una colega al ver el garabato cobarde de ese desconocido. 

La siguiente parada no es otra que Chucre Manzur, donde está otro de los canales de televisión más importantes de Chile. Una corta caminata que me permitió ver los carteles que llevaron algunas periodistas. “Saca la misoginia de tu línea editorial”. “No la encontraron muerta, la mataron”. “¿Cuántas editoras hay en tu medio?”. Esos mensajes me hacen hoy pensar en lo relevante que es interpelar a los medios, lo que claramente también aplica para nosotros mismos, los profesionales de la comunicación. Pienso en las coberturas periodísticas y su escasa —a veces nula— preocupación por la perspectiva de género. Y es que incluso esta misma performance —que, repito, ha congregado a miles de mujeres en diferentes partes del mundo con el mismo mensaje—, en muchos canales fue analizada por paneles mayoritariamente masculinos. Un solo ejemplo con el que se pueden ejemplificar tantos comportamientos editoriales que hemos aprendido en esta profesión. 

Colega, escucha, únete a la lucha”, gritamos al terminar la coreografía. 

Foto: Camila Medina López

Foto: Camila Medina López

Ahora me encuentro con Mitzi, que trabaja en radio. “¿Dónde vamos ahora?”, me pregunta antes de que sepamos que el próximo rumbo es un medio escrito. Es cierto: son casi las nueve de la noche y el grupo comienza a disiparse. Algunas se van y otras nos animamos a caminar por Bellavista, acercándonos a la zona cero de Santiago. Los pasos acompañan nuestra conversación sobre el trabajo que han tenido nuestros respectivos medios donde trabajamos, a propósito del estallido social y político que vivimos desde el 18 de octubre, cuando llegamos.  

Ya está oscuro y nuestra masa de periodistas feministas es ahora un grupo más pequeño. “Izquierda, la otra, izquierda, la otra, izquierda, la otra…”. Entonamos la última estrofa de Un violador en tu camino y todo se vuelve un aplauso acompañado de los bocinazos y luego, de nuestros abrazos de victoria. 

Esto fue hermoso, no lo perdamos”, culmina la colega del megáfono. 

Como es usual en nosotras, nos preguntamos hacia dónde va cada una para que nadie se quede sola en la vuelta a casa. Me terminé uniendo a un grupo de tres y todas caminamos por Pío Nono, llegando a la Plaza de la Dignidad —Plaza Italia—, cuando la oscuridad nos intimida. Retrocedemos y caminamos hacia el oriente, iluminadas casi solo por la tremenda luna llena que mágicamente nos acompaña. 

Ya, acá nos separamos, todas avisen cuando lleguen porfa”, dice una para todas. Nos despedimos y nos abrazamos sabiendo que compartimos un día que no olvidaremos fácilmente. Aunque luego vuelve cierta expresión de pesar cuando una dice que, como se irá sola, será mejor que quite el pañuelo verde. Un signo de protección que muchas feministas seguimos haciendo ante las cobardes e injustificadas represalias que no quiero volver a vivir. Como comunicadora, sé que cuando no deba hacer este pequeño acto de autocuidado será el momento en que no habrá más restricciones a nuestra libertad.

Foto: Camila Medina López

Foto: Camila Medina López

#Etiquetas:

Comentarios.