Opinión

Medios de comunicación y migración: El papel del periodismo para que Chile sea un país de acogida

Por ~ Publicado el 6 agosto 2013

El discurso de los medios sobre la migración, dice el autor de la siguiente columna, lo construyen los profesionales de la comunicación. Por eso es tan importante la labor de sensibilización de los actuales profesionales del sector y, sobre todo, de los que están por llegar.

Clausura Curso de Español y Cultura Chilena para haitianos. Foto: Ciudadano Global

Un término, de manera aislada, puede tener una fuerza comunicativa feroz: “ilegal”. Si esa palabra la unimos a otra —“migrante ilegal” (página 2 de El Mercurio de Antofagasta, viernes 26 de julio de 2013)—, por asociación la connotación está asegurada. Así ocurre con frases periodísticas del tipo “Las viviendas tomadas por inmigrantes”; “exponen a sus hijos a la contaminación y el inminente desalojo de la fuerza pública sino abandonan las viviendas en los próximos meses” (Soy Chile Arica, 24 de abril de 2013).

Son sólo algunos de los ejemplos que uno descubre en las páginas de las principales cabeceras nacionales, en los minutos de reportajes de los distintos canales de televisión, en los sitios web de la versión digital de los diarios… cuando, ocasionalmente, se habla de migración. Porque la realidad informativa es que la migración no es un tema que forme parte de la Agenda Setting de los medios, pero, cuando circunstancialmente se aborda, lamentablemente en muchas ocasiones se hace desde una perspectiva que contribuye a construir imaginarios negativos de la población migrante. La migración se convierte, por tanto, en un tema que el propio proceso informativo discrimina por no ser del interés del público masivo; y en un tema que no siempre se aborda con la objetividad, veracidad y delicadeza que requiere hablar de un colectivo vulnerable que, según el cuestionado Censo 2012, representa un 2,04 % de la población chilena (más de 340.000 hombres y mujeres).

Aunque en los últimos años el desarrollo de la blogosfera y la irrupción de las redes sociales, entre otros fenómenos, han permitido que el discurso inf0rmativo se haya democratizado convirtiendo al propio ciudadano, no sólo en receptor, sino en emisor de contenidos (con iniciativas de gran interés como el periodismo ciudadano), el poder de los medios de comunicación como configuradores de la opinión pública sigue siendo determinante. Los medios tienden a fijar la agenda pública y dictar a las audiencias una forma de pensar sobre ciertos asuntos. Su importancia como garantizadores del derecho a la información de los ciudadanos y como fiscalizadores de las actuaciones del Gobierno es vital. Si este trabajo se hace desde los principios que rigen la profesión según el Código deontológico del periodista (el respeto a la verdad; estar abierto a la investigación de los hechos; perseguir la objetividad aunque se sepa inaccesible; contrastar los datos con cuantas fuentes periodísticas sean precisas; diferenciar con claridad entre información y opinión; enfrentar, cuando existan, las versiones sobre un hecho; respeto a la presunción de inocencia; y rectificación de las informaciones erróneas) la función pública que cumplen está asegurada.

“Si bien la dirección de un medio tiene mucho que decir a través de la línea editorial, al final el discurso de los medios lo construyen los profesionales de la comunicación”.

Sin embargo, cuando alguno de esos principios se obvia, como ocurre en muchas ocasiones al hablar de migración, las consecuencias pueden ser nefastas. Ocurre entonces que el discurso informativo sobre la migración fomenta una percepción del migrante como un delincuente, como una persona sin formación y cualificación, que viene a quitar el trabajo a los nacionales y a aprovecharse del sistema de salud del país, etc.

El tamiz discriminatorio que introduce el propio proceso informativo en la selección, jerarquización y construcción de noticias sobre migración conduce a un enfoque negativo de la misma: es noticia cuando se trata de delincuencia, drogas y sucesos en general. Se construye, por tanto, un imaginario de la población migrante sustentado en prejuicios y estereotipos que nada tienen que ver con la realidad y que son el caldo de cultivo idóneo para actitudes discriminatorias, xenófobas y racistas entre la sociedad chilena. Todas estas valoraciones negativas están presentes e influyen en el tiempo y forma en que la sociedad de acogida se acerca al migrante e interactúa con él. Esa relación entre la cultura de acogida y la cultura migrante viene condicionada en parte por conceptos que estigmatizan y discriminan al migrante posicionándolo en primer momento como “una persona potencialmente de rechazo”.

Chile vive un momento crucial en lo que a migración se refiere: afronta el desafío de una migración cada vez más diversa, compleja y masiva (en los últimos diez años el número de extranjeros que migraron hacia Chile creció un 84%); en la Cámara de Diputados se ha otorgado urgencia simple al nuevo proyecto de Ley sobre migraciones que reemplazaría a la Ley de Extranjería más obsoleta del continente, que data de 1975 y fue creada bajo la lógica de seguridad nacional; y dos semanas atrás el Gobierno de Sebastián Piñera lanzó la Primera Consulta Ciudadana sobre Discriminación en Chile, al cumplirse un año desde la aprobación de la Ley Antidiscriminación o Ley Zamudio. Con este escenario, es momento de que quienes desempeñan una función muy importante como es garantizar el derecho a la información de las personas y, por ende, tienen gran poder como creadores y configuradores de la opinión pública —los medios de comunicación— se replanteen su postura frente al tratamiento informativo de la migración.

Quizá una buena forma de iniciar ese replanteamiento sería eliminando definitivamente de su discurso términos inadecuados para referirse a las personas migrantes. Sin duda, el término del que con mayor urgencia deben prescindir es “ilegal”, ya que resulta despectivo (connota al migrante como un delincuente) y, además, impreciso. El Libro de estilo de El País hace años que proscribió el uso de “inmigrante ilegal” y propone “inmigrantes indocumentados” o “en situación ilegal”, bajo la lógica de que “una persona no es ilegal, lo es su situación”.

Es un punto de partida que debe asentar las bases hacia el uso de un lenguaje inclusivo y no discriminatorio para evitar que los prejuicios y los estereotipos asociados a la migración se perpetúen. Además, esta articulación de un lenguaje inclusivo y no discriminatorio debe insertarse en un proceso más amplio que contemple la generalización e implementación de Guías Editoriales o Libros de Estilo. Actualmente algunos medios como Canal 13, TVN, CHV, CNN Chile o El Mercurio ya disponen de esas Guías Editoriales. Sin embargo, como ya se ha hecho en otros países, sería deseable precisar más y proponer códigos éticos y deontológicos específicos sobre el tratamiento informativo de la temática migratoria.

Si bien la dirección de un medio tiene mucho que decir a través de la línea editorial, al final el discurso de los medios lo construyen los profesionales de la comunicación. Por eso, tan o más importante que el trabajo a realizar en el seno de los propios medios en base a las propuestas esgrimidas, es la labor de sensibilización de los actuales profesionales del sector y, sobre todo, de los que están por llegar. Su concienciación con la realidad migrante de Chile y con la importancia de un enfoque de derechos humanos para presentar la información relativa a la temática es la clave para propiciar el inicio de un cambio cultural que conduzca a que Chile se convierta en un país de acogida que no discrimina. Es momento de que Chile deje de ser un país que discrimina al diferente y mucho más al extranjero, especialmente a los procedentes de determinados países (Bolivia, Colombia, Haití, Perú, República Dominicana…).

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