Entrevistas

Marina Walker y la colaboración periodística: “Es democratizar el proceso de reporteo”

Por ~ Publicado el 6 junio 2018

La subdirectora del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) visitó Chile para explicar cómo se hizo el ejercicio de colaboración periodística más grande de la historia: los Panama Papers, una investigación transnacional que congregó a más de 100 medios de comunicación y casi 400 periodistas. Marina fue invitada al ciclo “El futuro del periodismo”, una iniciativa de la Escuela de Periodismo UDP junto a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia y el Columbia Global Center de Santiago, Chile.

Foto: Patricio Contreras.

Foto: Patricio Contreras.

Primero, un rayado de cancha: durante su charla en el ciclo “El futuro del periodismo”, Marina Walker se refirió a cinco reglas —”pocas pero claras”— que el ICIJ ha establecido para conducir sus investigaciones. Es importante dejar en claro cuáles son, ya que varias de nuestras preguntas tienen que ver con ellas y cómo determinan la relación que el Consorcio tiene con la información, los periodistas y los medios:

  • Confidencialidad de la investigación
  • Compartir NO es opcional
  • Publicamos todos juntos
  • Cada medio mantiene control editorial
  • Cada medio asume su propia responsabilidad legal

Ahora, vamos con las preguntas.

—El ICIJ pone en el centro de su quehacer la colaboración. Y eso se demuestra en la amplitud que tienen las investigaciones, donde se congregan muchos medios, centenares de periodistas. Quiero tomar este paso del lobo estepario al periodismo en red. Personalmente, ¿cómo viviste esa transición?
Es muy buena pregunta porque todos en nuestro momento —y yo no fui ninguna excepción— hemos sido lobos esteparios. Así es como estamos socializados y educados. En mi maestría en periodismo en Estados Unidos propuse hacer una investigación periodística que abarcaba dos países, Perú y Estados Unidos. El reportaje se llama “Los niños del plomo”, se publicó en la revista Gatopardo, en el Miami Herald, y por primera vez experimenté mi propia limitación. Empecé a tender puentes con algunos editores que me empezaron a sugerir y terminamos trabajando con un periodista peruano, con una periodista estadounidense, compartiendo firma en la nota. Yo hice una parte, ella hizo la otra, compartiendo documentos. Ese primer compartir, ese primer paso, fue duro. Uno siente al principio que pierde control e identidad con su historia. Pero el resultado fue tan superador y tanto mejor de lo que yo podría haber hecho sola. Eso me preparó para lo que venía después: compartir de una manera mucho más radical.

—Cuando hablas de dificultades, ¿a qué te refieres concretamente en el trabajo periodístico en solitario?
Cuando trabajas solo tú puedes tomar decisiones y, a lo sumo, puedes consultar con un editor, pedir consejo o lo que fuera. Cuando estás trabajando con otra persona o con un equipo de personas, hay mucho más de consultar, de renunciar al control de todo. No es todo de la manera que tú piensas hacerlo. Es democratizar el proceso de reporteo, que implica, también, alargar el proceso de reporteo. Por ejemplo, tienes un documento o una entrevista y cuando trabajas solo dices: “Esta entrevista está genial, en dos semanas la desgrabo”. Y cuando estás trabajando en equipo tienes que decir: “Tengo esta entrevista genial, la tengo que desgrabar esta noche, compartir las notas con todos mis colegas y además contarles qué me pareció lo esencial de esto y cuál es el próximo paso”. Y todo eso te alarga. Al principio cuesta.

—¿Se podría ver la colaboración como un avance respecto a la rendición de cuentas del periodista a medida que va trabajando?
Es una rendición de cuentas. Una de las fortalezas es que que te va ayudando a ver agujeros y debilidades y limitaciones en tu reporteo, y que rápidamente se complementa con los puntos de vista o con el trabajo de los otros miembros del equipo. También es una manera de hacer crowdsourcing, pero un crowdsourcing con un grupo de personas híper especializados, que comparten una serie de principios y de valores periodísticos, y eso es muy rico. Pero también somos seres humanos y seres humanos con egos y con hábitos de trabajo que no se condicen siempre con la colaboración. Y cometemos errores. A veces uno se adelanta o hace una cosa que los otros dicen: “¿Y cuándo decidimos eso?”. Creo que si hay esa confianza de base es posible que las palabras no sean las más conflictivas, pero si no está claro todo lo de las reglas, se pueden generar enormes peleas. Yo las he visto.

—Hablemos concretamente de las reglas del ICIJ para investigaciones. Me gustaría averiguar de qué modo se construyeron estas reglas. ¿Fue algo que se dio por medio del aprendizaje?
Cuando nosotros decidimos globalizar, ampliar la escala de las colaboraciones, algunas [reglas] las tuvimos que pensar. Fue un proceso de definirlas, como la publicación conjunta y la confidencialidad. Cuando estábamos haciendo investigaciones más tradicionales, basadas en data pública, esa necesidad de trabajar en secreto no era tan grande. Pero luego, cuando se empiezan a ampliar los círculos, es más información, más sensible, y círculos más grandes. Está la preocupación de que los periodistas hablemos o de que terminemos arruinando la cuestión por no ser disciplinados. Las colaboraciones nos obligan a ser más disciplinados con ciertas cosas, disciplinados con la manera que nos comportamos con otros, disciplinados con la manera en que compartimos rápidamente nuestro trabajo y lo organizamos de una manera que los demás puedan entender. Antes tú podías tener tu libreta de notas [hecha] un desastre, una pila de papeles como el típico estereotipo de periodista de investigación. Cuando estás en un equipo tiene que estar todo digitalizado, tiene que ser compartido, tiene que tener un orden. Esa disciplina también nos viene mucho de esta colaboración.

—La primera regla es sobre la confidencialidad de la investigación que está en curso. Los periodistas obviamente no le pueden contar a nadie, ni a familiares ni amigos. ¿Qué pasa con la confidencialidad más allá de los reporteros, en términos técnicos: el almacenamiento de información o la vulnerabilidad de los sistemas que el ICIJ ha construido?
Mira, hasta ahora hay que tocar madera. No hemos tenido un grave problema. Hoy en día sabemos que nadie tiene el 100 por ciento seguro. Lo que hemos hecho es invertir en personas con especialización en seguridad y en los sistemas más avanzados posibles de monitoreo de nuestras plataformas. Hace unos años decidimos: si este modelo va a funcionar, esta información tiene que estar en línea. No podemos tenerla en un cuarto con llave, con código, sin internet, que es la forma, por ejemplo, en que The Intercept mantiene la información de Snowden. Nuestro modelo era distinto, esta información tenía otro nivel de sensibilidad que la de los NSA files. Esa decisión conllevó crear un equipo que estuviera a la altura de las circunstancias. Puedes tener el mejor experto en seguridad, el mejor software de seguridad pero, como siempre dicen, el link más débil es cualquier miembro del equipo. Fue una tarea de cada día recordarles a los periodistas lo vulnerables que éramos y cómo todo esta cosa lindísima que estábamos viviendo, interesante, histórica, se podía esfumar en un segundo si uno de ellos —o alguno de nosotros— cometía un error. Por ejemplo, conectarse a una red pública para ingresar a las plataformas.

—La segunda regla es que compartir algo no es opcional. Y eso es una de las claves de la colaboración. ¿Hay un trabajo del ICIJ de ir estimulando el compartir información en el transcurso de la investigación?
Esa es una muy buena palabra; la colaboración siempre la tienes que estimular. Porque a veces no es porque no queramos compartir sino porque todo el mundo tiene muchísimas obligaciones. El compartir implica dar tiempo, implica renunciar a cosas. Lo que hacemos es que ponemos coordinadores por regiones. Esos coordinadores estimulan en las lenguas de las regiones, para ser lo más cercanos. Nos dimos cuenta que los latinoamericanos no estaban —en Panama Papers— compartiendo todo lo que deberían compartir. Nos pusimos a investigar y a hablar con ellos y ver qué pasaba. Lo que descubrimos eran dos cosas. Una, que tenían la barrera idiomática. Si bien todos hablaban inglés, se sentían inseguros y hasta con cierta vergüenza de explicar sus casos en inglés, en una plataforma con gente de habla inglesa nativa. Y también están muy acostumbrados a sistemas de chat; acá todo el mundo usa WhatsApp, Signal. Y ese medio les era mucho más natural en la locura de la vida, que sentarse, loguearse y hacer otras cosas en las plataformas. Entonces creamos un sistema de chat seguro en español y explotó.

—La tercera regla es que los medios publican todos juntos al mismo tiempo y hay un respeto por el embargo. Entiendo que hay una intención de generar un impacto acumulativo. ¿Hay algo más que preservar con esto en términos de la confidencialidad?
Es buscar disminuir los frentes posibles que se puedan abrir. Imagínate que teníamos las fuentes anónimas de la filtración, teníamos la data privada de no sé cuántos cientos de miles de personas, teníamos primeros ministros, presidentes. Había tanto en juego, era tan complicado, que si empezamos a abrir ventanitas y a dar explicaciones, iba a ser mucho más difícil que tener una postura única, como un frente común, No valía la pena —a no ser que hubiera un caso de vida o muerte— dispersarse y tomar esos riesgos que, por algo pequeño, podían poner en riesgo todo. Yo no digo que siempre tenga que ser así. Hay situaciones en las que por diversos motivos uno puede tomar otra decisión, como “colaboramos todos y cada uno publica cuando va estando listo”. Yo creo que se pierde ese efecto del impacto masivo simultáneo, que es muy bueno. Con todo el ruido mediático que estamos experimentando, de repente poder decir: “Stop, esto es importante”.

—La cuarta regla es que cada medio mantiene el control editorial durante la investigación. El Consorcio no los obliga a investigar personas determinadas. Simplemente facilita la red de colaboración.
A mí me cuesta eso.

—¿Por qué?
Mi jefe es mucho más, como decimos en Estados Unidos, “hands off” [sin involucrarse]. Pero yo, como soy más apasionada, estoy ahí metida, estoy más en el día a día con los periodistas y como sé lo que tienen, a mí me sale el editor más controlador, de decir: “Pero cómo no estás privilegiando ese ángulo”. O: “Sí, de los políticos todos sabemos pero de los empresarios qué”. Yo sé que siempre escribir de empresarios es más difícil en nuestros países por los intereses comerciales de los medios. Yo busco maneras de, sin inmiscuirme, sin cruzar líneas, tratar también de acompañar a los periodistas más cercanamente si se quiere.

—En el caso de los Panama Papers, ¿el contacto lo hicieron con periodistas o con medios?
Directamente con los periodistas. Tú no puedes crear una confianza con un canal de televisión, con un diario. Yo voy al periodista, el soldado de batalla. Y mi misión es llevarle algo tan interesante, tan exciting que deje todo lo demás de lado y sólo quiera hacer esa historia y se transforme en un embajador al interior del medio para el proyecto y para la historia. Quiero gente convencida. Si no los logro convencer y si no quieren sumarse a la historia, quizás es mi responsabilidad que no supe vender el tema. O, a veces, también aceptar que pueden haber otros temas mejores.

—¿Les pasó que contactaron a un periodista muy interesado pero que no recibió el apoyo del medio?
Sí, nos ha pasado. Ha pasado que el periodista totalmente está convencido, le parece una excelente historia, la quiere trabajar. Y el medio tiene otra agenda, tiene otra pauta. En algunos casos, [el medio] directamente no quiere meterse en un determinado tema. Nos pasó con un diario colombiano. La periodista bregó y pidió y rogó para los Panama Papers y el diario directamente dijo: “No nos interesa este tema”. Nos llamó la atención, era un diario bastante establishment. La periodista lo que hizo fue buscar un organización, un espacio tipo Ciper en su país, y trabajar a través de ese espacio.

—La quinta y última regla es que cada medio asume su responsabilidad legal frente a lo publicado. ¿Podrías explicar cómo el ICIJ entrega apoyo en casos complejos, como la demanda de Juan Luis Cebrián contra El Confidencial en España?
Parte de no entrometerse en la línea editorial [de los medios] es que, en cierto modo, como somos una organización sin fines de lucro, pequeña y vulnerable, en el momento en que cruzas esa línea y te metes en la historia del otro, eres en parte responsable. Sería un riesgo súper grande para nosotros arriesgarnos de esa manera. Cuando algo ha pasado —por ejemplo el juicio de El Confidencial— tratamos de darle máxima difusión, usar el poder del equipo y de la red para llamar la atención sobre casos obvios de censura, de ataques al producto periodístico. A mí también me ha pasado que los periodistas, por esa relación de confianza, me avisan. Tengo un backchannel con ellos y me avisan cuando al interior de su propio medio hay autocensura con alguna de las historias que ellos quieren sacar y yo lo que trato es buscar formas inteligentes de trabajar con esos editores, de llegar a ellos y hacerles entender que lo que ellos no publiquen igual otros lo van a publicar.

NUEVO MODELO DE MEMBRESÍA DEL ICIJ

Actualmente, el ICIJ se financia gracias a las donaciones de 20 organizaciones filantrópicas, entre las que destacan Omidyar Network y Open Society Foundations. En el sitio web del Consorcio se puede revisar el detalle de las entidades, actualizado al 1 de abril de 2018, mientras que en su memoria correspondiente al 2017 se exponen los ingresos y egresos del año.

Este periodismo de investigación —colaborativo, sin fronteras— es caro y riesgoso. Y la dependencia en pocas grandes donaciones puede poner en peligro la supervivencia del ICIJ. Por eso, el 7 de junio de 2018 el Consorcio lanzará “ICIJ Insiders”, una campaña global para captar miembros que deseen hacer aportes permanentes. Muchos pequeños donantes que se podrán unir en distintos niveles de compromiso.

“El primer nivel se va a llamar ‘Cambiar la conversación’: por cierto monto pequeño por mes va a tener ciertos beneficios de información y de conocimiento y de contacto con ICIJ”, cuenta Marina. “El segundo nivel se va a llamar ‘Cambiar las reglas’ y el tercer nivel se va a llamar ‘Cambiar el mundo’. Obviamente que aumenta un poco la contribución en cada nivel y también aumenta la cercanía o el acceso que el lector va a tener a nuestros periodistas, a cómo trabajamos, a nuestras historias”.

Lo que buscan, explica, es replicar el mismo modelo de la colaboración periodística: si tienes muchos medios y periodistas, aunque uno se caiga o desista, la historia es preservada por el resto de la comunidad. Con el sistema de membresía aspiran a lo mismo: si un gran donante los abandona, tendrán muchos pequeños miembros que estarán ahí para sostener el trabajo.

“Lo que queremos es que el Consorcio siga existiendo más allá de todas las personas y para el resto de la historia”, dice Marina Walker.


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