Opinión

La crítica con agallas

Por ~ Publicado el 2 abril 2009

Por Ignacio Bazán*

{*Editor de Puro Periodismo}

Nunca he creído en esa música que apunta a hacerte sentir triste. Me gustan las canciones tristes que te dejan una opción. Odio las canciones tristes que solo te obligan a lamentar. Por eso nunca enganché con Radiohead. Para mí, son una fábrica de vender melancolía en cantidades industriales, como alguna vez Rage Against the Machine fue una gran fábrica de vender revolución y poleras del Che Guevara.

La semana pasada, la de los conciertos de Radiohead en Chile, pensé mucho en como este país se deja llevar por las modas, sin jamás cuestionarlas. Ni un poquito. La prensa entera y la crítica se rindieron ante la venida de estos hombres. Y todos celebraban a la banda, porque, de alguna manera unía nuestro sentimiento patrio a la melancolía. Un sentimiento tan primermundista y que nos hace creernos tan especiales. Como cuando nos emocionamos y ponemos caritas al escuchar el falsete de Tom Yorke.

El caso es que esta semana compré una revista. Y la compré porque venía con un compilado rockabilly-garage para degustar. La revista es española y se llama Rockdelux y la edición que podemos comprar en Chile (o más bien en los quioscos del centro) siempre llega desfasada unos seis meses. Y bueno, no pude dejar de sorprenderme al leer la editorial. En ella simplemente barrían con Yorke y sus secuaces. Para muestra, este botón:

“La lloriqueante manera de cantar, en penoso falsete interiorizado, de todos los clones que en los últimos años han seguido como memos la tormentosa escuela Radiohead, ya sea por su vía civil, la indie, o por su vía criminal, la mainstream, sigue manteniendo activa y aburrida esta nueva variante de la poesía del descontento. Aleccionados en su sopor y sus grititos trascendentales por el mariscal de vanguardia Tom Yorke (genio referencial, sí, pero de la mercadotecnia), estos artistas tan sensibles y torturados, quizás como bogavantes hundiéndose sin remisión en agua hirviendo, dicen auscultar los lamentos del corazón de un mundo en crisis”.

Este trozo, sin medias tintas, con tranco seguro y fuerte, fue escrito por nada menos que el Director de la revista, Santi Carrillo. Al leerlo pensé de inmediato en la cantidad de gente que se debe haber echado encima. Pero la cosa no paró ahí. Un montón de páginas más tarde, me encontré con una crítica al álbum de Grandes Éxitos de la misma Radiohead. Este par de párrafos, aunque tal vez un poco exagerados en su tirria a la banda, me dejaron con la sensación que sí se puede hacer crítica que va a contrapelo, que sí se puede escribir desafiando a las masas (estoy seguro de que a muchos lectores de Rockdelux sí les gusta Radiohead).

Los dejo entonces, con esta crítica de Juan Cervera, una crítica con agallas como pocas y que, debo decir, me interpreta bastante en relación a lo que pienso de esta banda.

Radiohead: “Best of”.

Tan previsible como vulgar. Radiohead “se independizan” (en una de las jugadas más desvergonzadas de los últimos tiempos) y EMI replica con el empaquetado de “grandes éxitos” en dos versiones—CD sencillo y CD doble, este con el anzuelo de temas “raros”—para saquear los bolsillos de los fanáticos que necesitan poseer todo lo que lleve la firma del quinteto de Oxford. Lo peor es que el contenido es, también, tan previsible como vulgar: incluso con un menú de “grandes momentos”—“Paranoid Android”, “No Surprises”, “Karma Police”, “Creep”, “Idioteque”, etc.

Radiohead suenan ampulosos, pretenciosos, huecos y tremendamente aburridos. Es el grupo más sobrevalorado de la última década y media, siempre jugando a ser los próximos U2, pero guardando la ropa con barnices “experimentales” y “alternativos”.

Por supuesto que después de ocho álbumes (siete en EMI) es posible encontrar algún momento de interés: un quiebre rítmico inesperado, un piano impresionista, un estribillo resultón. Pero el pastel de Radiohead se sostiene básicamente sobre grandilocuentes baladas trufadas de angst de cartón (y piedra), con la voz de gato mojado de Yorke y las intromisiones guitarreras de un Johnny Greenwood que nunca logrará ser The Edge. Mi preferida continúa siendo “Creep”, baladón sin coartadas mecido por un ritmo perezoso y con la indolente narración de un York todavía lejos de su asumido papel de genio permanentemente atormentado. Muy poco.



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