Entrevistas

Joseph Zárate: “La crónica es un instrumento para hacer que la gente piense, reflexione y se interpele”

Por ~ Publicado el 6 noviembre 2018

“Un niño manchado de petróleo” obtuvo el primer lugar, en la categoría Texto, del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2018. Esta crónica, publicada en el medio español 5W, narra una de las peores catástrofes ambientales en la historia de Perú: el derrame de unos 500 mil litros de petróleo en un río ubicado en Nazareth, Amazonía norte. Su autor conversó con Puroperiodismo para declarar lo que motivó esta crónica y cómo, de cierta manera, todos somos el niño que titula su relato ganador.

Joseph Zárate, ganador del Premio Gabo 2018 en categoría Texto. Foto: Mario Segovia Guzmán

Joseph Zárate, ganador del Premio Gabo 2018 en categoría Texto. Foto: Mario Segovia Guzmán

Yo no fui el primero en contar la historia de Osman Cuñachí. El derrame fue en enero del 2016, me enteré de la noticia porque en redes sociales se viralizó una fotografía; él manchado de petróleo. Esta era una prueba de que había niños involucrados en la limpieza del río Chiriaco, contradiciendo a Petroperú. Así comencé a investigar toda la información del caso y de este menor. Ahorré dinero y viajé en junio. Sí, pasaron cinco meses y me quedé tres semanas en Nazareth durante mi primer viaje. No sólo entrevisté a Osman sino también a sus padres, vecinos, pobladores del caserío cercano y ciertos ingenieros de la compañía que me quisieron hablar.


Quienes vivimos en la ciudad cómodamente no le damos muchas vueltas a estos temas porque son lejanos a nosotros. Tal vez nos enteramos de la empresa involucrada o decimos “pobrecitos los indígenas”, pero sigo mi vida. Mi reto era contar la historia de este niño pero no para denigrar o hacer morbo, porque lo más fácil era eso. Lo que quise fue comprender algunas cosas. ¿Qué papel jugamos como consumidores en esta tragedia? Para mí, el niño manchado de petróleo somos nosotros de cierta manera. Todos estamos manchados de petróleo y no lo sabemos. Por eso incluí un listado de objetos y productos donde este combustible fósil está presente. Y donde aparecen casi todos los de nuestro día a día. Mi intención era que el texto fuese un espejo donde podíamos reflejar ciertas contradicciones.


Al reportear este caso me di cuenta que el tratamiento de los medios fue muy lejano. O era ambientalista o vinculado a lo sensacionalista. En los reportajes, por decirte un ejemplo, le pedían a los niños que mancharan sus manos y las mostraran en cámara. Todo era muy perverso. Por ello quise viajar tiempo después: para alejarme de todo eso. Los afectados, aunque vivan en la selva y sean considerados por estadísticas como pobres, son ciudadanos. Con derechos y deberes. Lo que quise fue contar todo esto mirándolos así. Desgraciadamente, por una deformación profesional, no hacemos eso. La gente que vive en Miraflores [uno de los distritos peruanos más acomodados socioeconómicamente] son vecinos, pero los de la selva pobladores. ¿En Chile ves algo parecido? Es muy latinoamericano, quizás mundial. Por eso mi reto fue ese: contar esta tragedia sin olvidar que los involucrados tenían la misma dignidad de quienes fueron a contar esta historia.


Algo que mencioné durante el Festival Gabriel García Márquez fue que, en muchos momentos de escritura, me pregunté quién era yo. Qué lugar ocupaba en todo esto. Esas preguntas, que no son periodísticas pero sí tienen que ver con algo existencial, introspectivo, me produjeron autoidentificación. Mi abuela materna, en los 30, nació en una comunidad indígena de la selva norte del Perú. Misma zona donde ocurrió este derrame. Ella luego emigró a la ciudad de esa selva y con 13 años, en tercero de primaria, decidió partir a Lima para estudiar enfermería. A lo que voy es que gran parte de lo que reporteé y escribí proviene del mismo lugar de donde ella venía. Me críe en su casa y de niño naturalicé cosas que luego me confrontaron. Además que siempre he vivido en los distritos populares de Lima, en las zonas de los extramuros como San Martín de Porres o Villa María del Triunfo. Distritos compuestos de mucha migrante de la sierra, de la selva. De los mismos lugares que escribí.


¿Si he vivido presiones por los grupos económicos involucrados en mis historias? Directamente, como amenazas, no. Nunca he recibido una de muerte o que atenta contra alguien. Creo que se debe a que trabajo solo, con mis propios recursos. Quizás cuando he trabajado en revistas me han ayudado con un poco de plata, pero el grueso de la inversión es de mi bolsillo. Eso provoca que no haya muchos ojos cuando reporteo: los que terminan sabiendo son mi novia, mi mamá, mi editor. Sí, en Nazareth sabían de mi presencia y que estaba escribiendo para Etiqueta Negra, pero como la revista dejó de editarse [en 2016] en un momento quedó en nada. Obviamente, los ingenieros de Petroperú no me querían recibir al principio.


No fui con el fotógrafo a la zona, lo que fue muy interesante. Omar Lucas hizo las fotos contenidas en la crónica para La República, un mes después del derrame. Yo, cuando tenía una primera versión de mi texto, busqué a todos los reporteros gráficos que fueron. Vi el trabajo de Omar, a quien conozco de hace un tiempo, y me gustó su mirada documental. Era muy buena para el texto. Fue algo de suerte.


Festival Gabo 2018. Joseph Zárate junto a Leila Guerriero. Foto: David Estrada Larrañeta / FNPI

Festival Gabo 2018. Joseph Zárate junto a Leila Guerriero. Foto: David Estrada Larrañeta / FNPI

Relacionado a tu pregunta anterior, sobre las posibles presiones, en el texto de Máxima Acuña [“La dama de la Laguna Azul versus la laguna negra, ganador del Ortega y Gasset  2016] tuve problemas para ingresar a la zona donde estaba su casa, la cual colindaba con los campamentos mineros. Recuerdo que esa vez fui con un fotógrafo italiano y, como se dieron cuenta que era extranjero, unos policías nos bajaron del bus. Estuvimos botados cerca de dos horas hasta que pasó otro. Le pedí que nos llevara a otra comunidad, a unas tres horas. Ahí contraté dos motos que nos trasladaron por otro camino y llegar por fin a la casa. Antes del famoso control policial nos bajamos, cruzamos una colina, me caí y llegamos. Aunque luego ocurrió otra situación.


Vi cómo los policías acosaron a Máxima. No me lo contaron. Grababan, fastidiaban, tomaban fotos. En una de esas ocasiones pregunté qué hacían ahí, que era periodista y necesitaba una declaración. En un momento apareció el “encargado” de la operación, me vio y dijo que no debería estar ahí. Y se fueron: porque estaba el periodista. Ese tipo de cosas me han ocurrido y no se comparan a quienes cubren crimen o narcotráfico, pero igual existe una cuota de riesgo. Los poderosos se enteran cuando todo está publicado. Ninguna empresa me ha hecho juicios ni nada porque siempre he sido responsable en términos periodísticos. Entrevisto muchas veces y acepto todos los documentos. Aunque, tú sabes, te pueden denunciar igual. Aunque hagas bien el trabajo.


Además de las cosas obvias como reportear, documentarte y salir a la calle, dejar de hacer trabajo de escritorio, recomiendo fijar la materia prima en las personas. En sus reflexiones y emociones. También es necesario un background y entrenamiento de lecturas. No sólo periodísticas, sino que también novelas de ficción, poesías, ensayos. Todo lo que amoble tu cabeza para cuando quieras plasmar algo en un relato quede bien.


La crónica es un instrumento para hacer que la gente piense, reflexione y se interpele. Para derribar ciertas ideas preconcebidas. La gente piensa que progresar es tener carro y casa, pero no es sólo eso. Hay otra manera de progresar en otras zonas del mundo. En mi caso escribo crónicas para eso. Que mi trabajo tenga ciertas preguntas que sirvan para que el lector se cuestione. Eso se logrará si uno tiene algo que decir, eso es vital para un cronista.


Otro asunto importante que le digo a mis alumnos en la universidad es luchar contra esa necesidad de estar vigente. Todavía se piensa en eso de que un periodista necesita publicar, publicar y publicar. Siento que pensar así está bien, pero también llega un momento en donde cada uno se pregunta por qué hace las cosas. Porque sí, haces crónica, pero al fin y al cabo haces periodismo. Y para mí este es un servicio público. Uno que cuenta historias que muchas veces los poderosos no quieren que sepamos. Te reitero, siempre hay un elemento de ego en ver tu texto firmado, que te reconozcan y que no me parece mal, pero creo que escapa de lo principal.

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